El escape de 'el Chapo' Guzmán contado por el investigador de El Cartel de Sinaloa

El escape de 'el Chapo' Guzmán contado por el investigador de El Cartel de Sinaloa

El periodista Diego Enrique Osorno, quien escribió el libro más relevante del narcotráfico en México, revela detalles de la capsula imposible de abrir donde estaba el narco

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julio 15, 2015
El escape de 'el Chapo' Guzmán contado por el investigador de El Cartel de Sinaloa

En estos días, la fonda en la que suelo comer ha estado llena de policías federales. Fue designada como uno de los comedores oficiales de la tropa enviada a Oaxaca para contener a opositores de una reforma que abre la puerta al despido masivo de maestros. Los Soles, como se llama el lugar, queda a la vuelta de las oficinas de la Comisión de la Verdad en la que trabajo, así es que en estos días he tenido conversaciones casuales con efectivos de diversas partes del país.

Mientras esperamos turno para probar nuestros alimentos, me gusta preguntarles si leen novelas negras de Élmer Mendoza o de Paco Ignacio Taibo II, o bien si ven series policiales como True Detective o The Killing. Ninguno de los que han platicado conmigo conoce a los detectives Mendieta, Belascoarán, Cohle o Holder; en cambio yo no he visto ni The Shield ni El Señor de los Cielos, las series que todos ellos siempre recomiendan. También hablamos sobre otras cosas, por ejemplo, aquello que les ha tocado ver en sus distintas misiones a lo largo del país.

Con uno de estos uniformados platicaba en la semana acerca de una histórica zona de Mexicali creada por inmigrantes chinos conocida como La Chinesca, donde hay una serie de túneles y pasadizos subterráneos que intercomunican diversas edificaciones locales, y que incluso en algún momento llegaron a extenderse hasta la vecina ciudad de Calexico, en Estados Unidos. La primera vez que oí de este sitio fue en 2008, cuando investigaba en Culiacán para mi libro El cártel de Sinaloa (Grijalbo, 2009). Un veterano operador de la organización, quien había trabajado pujantemente durante el reinado de Miguel Félix Gallardo, me contó que la primera responsabilidad importante que tuvo Joaquín Guzmán Loera “El Chapo” fue la de pasar marihuana y cocaína a California a través de Mexicali en los años ochenta. De acuerdo con aquel informante, El Chapo reactivó los viejos túneles de La Chinesca y se volvió así uno de los traficantes más eficientes de esos años. Algunos hablaban de que El Chapo había trabajado con inusual paciencia hasta crear una auténtica ciudad mafiosa debajo de Mexicali.

Este relato sobre La Chinesca y el genio topográfico de quien luego se volvió uno de los mayores capos de la droga en el mundo, siempre me pareció fascinante y muy cinematográfico. Hace unos meses conversaba también al respecto con Craig Borten, guionista de Dallas Buyers Club, quien está escribiendo uno de los muchos guiones que Hollywood prepara sobre la estrambótica vida de El Chapo.

FOTO CHAPO 2 - El escape de 'el Chapo' Guzmán contado por el investigador de El Cartel de Sinaloa

Sin embargo, la historia de La Chinesca está muy lejana de lo que sucedió este sábado 11 de julio, cuando, según el Comisionado Nacional de Seguridad, el reo más importante del sistema penitenciario mexicano entró a la regadera de un penal de máxima seguridad y luego bajó por unas escaleras secretas hasta llegar a un túnel donde lo aguardaba una motocicleta en la que recorrió el subsuelo del Penal del Altiplano y alrededores hasta llegar a una especie de sótano de una casa modesta apenas construida, donde pudo finalmente salir y evadir su encierro por segunda ocasión. De acuerdo con el reporte oficial, el túnel construido tiene una longitud de 1.5 kilómetros. Para darnos idea de la proeza de ingeniería que esto significa, el túnel urbano más largo de México mide 3.5 kilómetros y está siendo construido por compañías de Carlos Slim en Acapulco, Guerrero.

La primera obligación que tiene cualquier reportero es buscar la versión oficial de un hecho y la segunda es no creer en ella, hasta después de haber investigado y comparado con otras fuentes independientes. De esta forma, un reto permanente del periodismo mexicano es qué hacer ante las ficciones oficiales que se producen, sobre todo, en asuntos relacionados con el mundo del narco (veánse los casos de Tlatlaya, Ayotzinapa, Estudiantes del Tec…). Más allá de este dilema, y para seguir alimentando el asombro, podemos establecer que El Chapo dejó el Penal del Altiplano –haya sido como haya sido– justo al mismo tiempo en que el presidente Enrique Peña Nieto y diez secretarios de su gobierno, incluyendo a los de Gobernación, la Defensa Nacional y la Marina, volaban con destino a París.

No es coincidencia que esta evasión haya sucedido en el momento exacto en que las once principales cabezas oficiales están a 9,194 kilómetros de distancia. Obviamente la reacción operativa para tratar de recapturar inmediatamente a El Chapo fue más caótica y complicada, lo que le pudo haber dado tiempo para salir más rápido del centro del país y llegar a un dominio seguro. Esto no solo nos habla de la astucia del capo y sus operadores políticos, sino también de un desafío directo al desaseo y frivolidad de la administración de nuestro país. Es probable que el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, deje su cargo tras una falla que le compete completamente, pero ¿qué pasará con la irresponsable decisión presidencial de llevarse a todo el gobierno a Francia durante casi una semana?

Las cárceles mexicanas son en su gran mayoría ingobernables, o bien territorios en los que hay grupos de reos que las controlan como si fueran propiedad privada. Está el caso del centro penitenciario de Gómez Palacio, Durango, de donde un comando de sicarios salía a hacer ejecuciones a Torreón, Coahuila, y luego regresaba a sus celdas, o el de la cárcel municipal de Cancún, mejor conocida como Hotel Zeta, desde donde se reclutaron a los pistoleros que acabaron con la vida del general Enrique Tello. También está el caso del penal del Topo Chico en Monterrey, en el que a los internos de recién ingreso que no pagan cuota se les tortura de manera permanente y se les tatúa una letra zeta en las nalgas.

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Unas horas después de la fuga busqué por teléfono a Flavio Sosa, luchador social de Oaxaca, considerado por múltiples organismos de derechos humanos como el primer preso político del gobierno de Felipe Calderón. Sosa participó en una revuelta popular y fue detenido aparatosamente el 4 de diciembre de 2006 para luego ser trasladado al penal del Altiplano, donde, además, fue encarcelado en el área de Tratamientos Especiales, que es como se le llama a la zona de máxima seguridad. Ahí compartió pasillo con diversos capos, entre ellos Osiel Cárdenas Guillén, antes de que este fuera extraditado a Estados Unidos. En este mismo confinamiento es donde el reo Guzmán Loera estaba recluido.

–¿Crees que alguien pueda escaparse del Altiplano sin complicidades de primer nivel? –le pregunté.

–La prisión es una cápsula que no se puede romper. Y el área donde estaba El Chapo (Tratamientos Especiales) es una cápsula dentro de la cápsula. Todo el sistema de vigilancia debió de estar relajado.

Sosa recuerda que en Tratamientos Especiales había veinte celdas individuales, divididas por dos pasillos. Cada una de estas celdas es videovigilada de manera permanente las 24 horas del día. Dentro de cada una de ellas hay una litera, una mesa de cemento y un hoyo a ras de suelo en el que cada interno hace sus necesidades, así como una regadera individual, con lo que se descarta la versión de que exista un área especial para ducharse. El único ángulo que quizá podría quedar poco visible a la cámara es la parte inferior de la cama, considera el activista, quien además comenta lo difícil que le es creer que El Chapo se bañara un sábado por la noche, ya que los baños estrictamente solo se permiten a las 6 de la mañana.

Sosa me explicó también que por lo menos tres veces al mes hay revisiones minuciosas de cada celda de esta área y que los agentes que participan hasta golpean con un martillo toda la pared y el piso de las celdas con el fin de detectar compartimentos especiales. “Alguna de esas noches difíciles pensaba yo en cómo podría salir de ahí y me daba cuenta de que, en caso de que quisiera escaparme, tendría que acordarlo no solo con mis guardias, sino también con las otras tres corporaciones que hay ahí adentro –la Federal, la del Penal y una guardia especial–, las cuales dependen de jefes distintos y suelen ser muy desconfiadas y vigilantes entre sí. Eso era imposible, aunque parece que en el caso que comentas (el de El Chapo) no lo fue”, me explicó Sosa, quien luego de un año y medio fue puesto en libertad gracias a la presión social que denunció la injusticia de su cautiverio.

Durante el tiempo que El Chapo estuvo preso, poco se supo del proceso que se le estaba siguiendo al jefe del Cártel de Sinaloa. Apenas anécdotas como la de una diputada del PAN que, al parecer, fue a visitarlo o la de la carta que firmó junto con otros internos dirigida al presidente de la Comisión Nacional de Derechos Humanos. Pero, en general, el gobierno mantuvo en una sospechosa opacidad el encierro de uno de los hombres más perseguidos del mundo. De esos dieciséis meses que estuvo en prisión apenas sabemos ahora que se fugó. La considerada “detención del siglo” no fue seguida del “juicio del siglo”, en el que debieron salir a relucir las redes políticas y económicas con las que operaba el capo sinaloense. ¿Por qué?

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En las reacciones populares que se dejaron ver a través de las redes sociales de comunicación, ni el miedo ni la indignación contra El Chapo eran las emociones que parecían prevalecer tras su escape. Da la impresión de que su carisma criminal seguirá en aumento. México tiene a un antihéroe plutócrata cuya popularidad compite con la de los integrantes de la clase gobernante. “El problema es que a donde he ido me doy cuenta de que la gente quiere más al Chapo que a los diputados”, me dijo plenamente convencido el policía federal con el que platicaba sobre La Chinesca.

Mientras estas y muchas otras incógnitas son respondidas por el tiempo, con mis compañeros de trabajo en Oaxaca especulamos que en unos días podremos volver a comer en la fonda de Los Soles sin tener que hacer fila, ya que la Secretaría de Gobernación (probablemente ya bajo el mando de Manlio Fabio Beltrones, el Vladimir Putin mexicano) reubicará a los cientos de federales que andan por aquí para que dejen a los maestros en paz y se vayan a buscar a El Chapo hasta por debajo de la tierra.

En cuanto al futuro cinematográfico de Guzmán Loera, después de esta segunda fuga, parece muy difícil hacer una película trascendente basada en la “vida real” de un personaje así. La impune realidad de El Chapo es ya una caricatura a la que le sobra literatura. Y al gobierno mexicano, corrupción.

Créditos: 

Autor:

**Diego Enrique Osorno es escritor y reportero. En 2009 publicó El cártel de Sinaloa. Una historia del uso político del narco. En otoño de este año aparecerá, en la editorial Debate, su libro Slim. Biografía política del mexicano más rico del mundo. Actualmente, como miembro de la Comisión de la Verdad de Oaxaca, dirige la investigación de violaciones graves de derechos humanos en la entidad.

Medio:

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