Claro que fue un error. Inexplicable, además, en el gobierno de la Economía Naranja.
La decisión de intentar asfixiar a Uber y de ordenar la defenestración de su plataforma del universo comercial de internet para Colombia nos cogió por sorpresa, no solamente porque llegó en medio del sopor festivo de los días decembrinos, sino porque nadie hubiera esperado una decisión de esa naturaleza por parte del gobierno que se ufana de ser una especie de Melquíades de las políticas públicas en materia de nuevas tecnologías. Cuántas veces hemos visto esa caravana de cibergitanos paseándose por Silicon Valley y por Microsoft y por Apple y por cuanto aviso pintado de naranja encuentren, a fin de prometernos la traída refrescante de la nueva era de los hielos tecnológicos.
Y en eso ha tenido razón el gobierno. El país debe concebir una política que nos garantice la incorporación de las nuevas tecnologías en la economía, en la educación, como método, más allá de las solas TIC, marcando su huella en la cultura. La humanidad incursiona, a pasos vertiginosos, en una nueva civilización signada por las nuevas tecnologías, y no podemos, tan siquiera, correr el riesgo de quedarnos atrás. Sería suicida como nación.
Llevo varios años trabajando estos temas desde distintos balcones que suelen estar, aún, un tanto escondidos del debate cotidiano. Es apasionante poder salirnos de la aproximación que solemos hacer desde el marketing que nos asalta en diluvios cotidianos de nuevos productos tecnológicos. Si bien es cierto que quienes más nos muestran el fenómeno de las nuevas tecnologías son sus propios productores, por razones comerciales obvias, también es cierto que sería bueno que los medios, la política y la academia asumieran la decisión de difundir lo que se está produciendo desde la filosofía de la técnica o la sociología de las nuevas tecnologías o desde la antropología y las ciencias. Con seguridad se enriquecería el debate y podríamos aspirar a pasar del plano meramente comercial al plano educativo y cultural de las nuevas tecnologías.
No obstante lo anterior, podemos mirar el planteamiento de la Economía Naranja como eso: como un planteamiento, como un buen punto de partida para una discusión que cada día debe ser más enriquecida y dinámica. En ese sentido ha sido positivo el aporte del gobierno, no importa cuánto tiempo hayamos tenido que devanarnos los sesos intentando destilarle algunos grados de precisión a la cosa.
El primer error del gobierno en la decisión contra Uber radicó exactamente allí: en actuar contra su propio planteamiento, contra la impronta de innovación que con tanto esfuerzo ha buscado imprimirle a su talante.
Y lo hizo de la peor manera posible, cuando salió al quite el Dr. Felipe Buitrago -viceministro de Creatividad y Economía Naranja- declarando que “Uber no es Economía Naranja”.
Salvo que decidamos darle a la Economía Naranja la extraña definición de que “es todo aquello que el presidente Duque y el viceministro Buitrago digan que es Economía Naranja y lo que no, pues no”, Uber es parte, indiscutiblemente, de la Economía Naranja.
En la política, las políticas públicas van cobrando sentidos políticos y, por lo tanto, significados políticos. En el imaginario colectivo, Economía Naranja tiene qué ver con industrias creativas y con turismo y con emprendimientos culturales, de la misma manera que tiene qué ver con “nuevas tecnologías”. Me atrevo a decir que la mayoría de los colombianos la asimilamos más a la órbita de las nuevas tecnologías que a todo lo demás.
¿Cómo se les ocurre, entonces, salir a decir que Uber no es Economía Naranja? ¿Porque es del sector transporte y no del turístico o del cultural? ¿Cómo determinar ese límite arbitrario hasta el cual puedan considerarse creativas las industrias creativas?
Me parece que intentar expulsar a Uber de la Economía Naranja genera tanta confusión e incoherencia como salir, a estas alturas, a decir que Silicon Valley y Apple y Microsoft, adonde han ido a hacer sonar la campana naranja como si estuvieran lanzando un nuevo producto financiero en la Bolsa de Nueva York, también han salido de la Economía Naranja porque lo exigió el Comité del Paro Nacional.
De hecho, no existe texto de reflexión sobre el impacto de las nuevas tecnologías en las sociedades actuales que no repare, con énfasis agudo, en lo que se denomina “estrés tecnológico”, como uno de los conflictos típicos e ineludibles de nuestro tiempo. “estrés tecnológico”, que consiste precisamente en esos conflictos que surgen de la imposibilidad institucional y normativa de seguirle el ritmo al crecimiento exponencial de las nuevas tecnologías y a su inatajable aplicación innovadora en todos los ámbitos de la vida.
Mejor dicho, lo que nos está ocurriendo con Uber: una realidad empresarial y tecnológica que nos llega, con toda su innovación y su disruptividad, ocasionando refriegas sociales y económicas, como en todo el mundo, y nosotros, como todo el mundo, con regulaciones que se quedaron atrás, que fueron pensadas para otros tiempos, pero que de ninguna manera pueden frenar los avances de la historia.
Es que, en el fondo, lo que el gobierno no ha sabido manejar, no es si Uber tiene que ver o no con la Economía Naranja, sino el conflicto social derivado de la llegada de Uber con el gremio de los taxistas.
En el fondo, en lo que gobierno se ha equivocado es en intentar resolver tecnocráticamente un problema, a todas luces, político: el del conflicto de intereses entre dos sectores sociales, el de las empresas de taxistas y las empresas que irrumpen a disputarles el negocio, soportados en las nuevas tecnologías.
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He leído que el gobierno decidió sacrificar a Uber para conjurar un eventual paro de taxistas que lo asustaba mucho en medio de las movilizaciones
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Por allí he leído en la prensa que el gobierno decidió sacrificar a Uber para conjurar un eventual paro de taxistas que lo asustaba mucho, particularmente en medio de la amenaza de más movilizaciones. No creo que sea cierto. Espero que no sea cierto. Sería un pésimo antecedente para el camino de Conversación Nacional que se proponen. Nadie entendería que un gobierno se plantee valiente con los amermelados y miedoso con los extorsionistas de capucha.
Sigo pensado que este es un típico error cometido por unos equipos en los que abundan tecnócratas y faltan personas con sentido político.
Pero no de esos “politólogos” que creen que la política divide su historia entre el antes y el después de la mermelada, sino de esos dirigentes políticos capaces de inspirar, capaces de llevar a la gente a ponerse de acuerdo, capaces de sentar a los taxistas y a los “uberos”, y no dejándolos levantar hasta que no salga el humo blanco de una solución que todos exigimos.
Para eso se necesita poner al frente de este tipo de tareas especiales a dirigentes políticos con liderazgo, creatividad y chequera, y las tres cosas siempre están a la mano de los presidentes, en todas partes del mundo.
Hay errores, en la vida, que tienen la virtud de mostrarnos la genética de nuestros errores, a respondernos la pregunta que no habíamos podido hallar.
Por esto me atrevo a afirmar que, si este error del gobierno con Uber sirve para entender en qué consiste el error, podría llegar a ser un error formidable.