Escribo esto después de haber suscrito mi apoyo participante de los chistes que se están haciendo sobre las declaraciones de Trump (uso intravenoso del Cloro) y de María Fernanda Cabal (el vampiro como origen del coronavirus). Una cierta insatisfacción posterior a mi acto, me ha llevado a la siguiente reflexión.
Cuando escuchamos una declaración que todos consideramos señal de lo estúpida que es la persona que la hace (aplicar cloro intravenoso, asegurar que el virus proviene de los vampiros, suponer que se trata de un castigo de Dios, etc.), tendemos a interpretarla como un chiste. Y aparecen caricaturas que dan a entender, que nuestra risa debemos considerarla psicoanalíticamente hablando, respuesta en acto, obligatoriamente debemos concluir que alguna inhibición ha sido tocada en nosotros. Como si nos desentendiéramos de la gravedad de la situación aprovechándola para ratificar nuestros conceptos acerca de personajes como Trump, María Fernanda Cabal o Bolsonaro para mencionar a algunos.
Particularmente creo que el punto de inhibición que tocan en mi es el de mi relación afectiva con la guerra. El hecho de que la primera autoridad de una nación, dirigentes políticos cercanos al gobierno de este país y muchos de sus seguidores, digan cosas que tomamos automáticamente como probatorias de su estupidez, creo que debería hacernos pensar en que ellos se están dando el lujo de hablar así, no digamos que, en todos los casos a la ligera, porque conciben a esta pandemia como acto de guerra y de oportunidad, y de tal modo responden.
La banalización del número de muertos que producirá la interrupción de la cuarentena no es otra cosa que la forma en la que muchos civiles traducen el cálculo obligatorio que hace todo General antes de cualquier operación propia de su oficio. El General sabe que se corre un riesgo y existe la mente especializada en calcularlo. Sabe, además, que no se gana ninguna batalla si no se plantea de antemano de tal modo que la conclusión sea la seguridad de que se va a vencer. En la guerra, saber huir es triunfar, recordemos cómo la fuga de Mao desde el norte hasta el sur fue llamada, por el maoísmo, no la gran huida de Mao, sino la Gran Marcha del Pueblo Chino. Pero esto hace parte de la propaganda.
Pero en materia de guerra los civiles, poco enterados de lo que significa el ejercicio militar, suelen ser los más entusiastas azuzadores. Y en el caso que consideramos, Trump, Bolsonaro y otros dejan entrever que la pasión ha desatado toda la fuerza de su narcisismo, un narcicismo maligno que parece disfrazado de idiotez. La malvada reina bruja vuelve a disfrazarse de pobre mendiga para engañar a Blancanieves. Los seguidores y nuestra tendencia a convertir en chistosas esas declaraciones, entramos en el sopor de esa sugestión que, desde el principio de los tiempos tiende a convencernos de las bondades de quien la practica: la pobreza.
Al considerar a Trump, a Bolsonaro y a otros como alguien muy parecido a lo estúpidos que somos todos cuando estamos embelesados a favor o en contra de una imagen determinada (la mendiga, el pesebre o la pobreza miserable de algún famoso empresario), estamos concediendo aplauso y risa a sus estupideces, es decir, simpatía. Nuestro punto de inhibición es esa identificación con la creencia ciega en el disfraz de los perversos. Mea culpa: no es catarsis, es señal de que estamos tomados prisioneros por la idea de que sí, de que será necesario que muera mucha gente, no importa cuanta, porque en el fondo de nuestro ser compartimos la idea de que estamos ante una situación propia de lo sagrado y que ante los ojos de Dios somos los privilegiados.