Es una aparente nostalgia del pasado que les procura a sus habitantes el encuentro con la propia autenticidad “nacional”. Primero romántica, luego autonómica y en la actualidad independentista. Mezcla con motivaciones aparentemente irracionales, pero en realidad de mucho cálculo económico y político tendiente a la separación de los más pobres del Estado español. Es como si el rico epulón de Catalunya no quisiese juntarse con los pobres lázaros de esa España que, no por “europea” deja de tener un cierto grado de subdesarrollo interno. El deseo y ansias secesionistas se reiteran a través del curso de la historia de Cataluña, como se ha venido demostrando.
Las disputas entre Carlos IV y Fernando, Príncipe de Asturias, facilitaron la invasión napoleónica al ser puestos presos en Bayona. Napoleón pidió a los dos borbones la renuncia al trono, designando como rey a su hermano José Bonaparte con la complacencia de los “afrancesados”. El resto de habitantes de la Península rechazó esta maniobra en las Jornadas del Dos de Mayo dando inicio a la empresa de expulsión del invasor, bajo la conducción de la Junta Central y la ayuda de Inglaterra, al mando de Wellington y el apoyo armado y táctico de las guerrillas. En Cádiz, las Cortes del reino se reunieron y salieron dos tendencias: los “reformistas”, defensores de nuevas instituciones y los “liberales“, defensores de la soberanía nacional y la promulgación de una Constitución que desarrollara los principios de la Revolución Francesa y lo positivo que tuviese la tradición española. Algunos miraron hacia lo “foral”.
En 1808, Antonio de Capmany, observando la batalla de Bailén, publicó su obra Centinela contra franceses en la cual alaba la diversidad de España comparándola con la uniformidad francesa y su régimen centralizador sin provincias ni “naciones” que compongan una gran Nación, a diferencia de España rica en pequeñas naciones. Desde esa época los catalanes constructores del Estado liberal español tuvieron como idea central pedir la continuidad -dentro del nuevo régimen constitucional- de las antiguas “libertades, fueros y privilegios catalanes” para favorecer la plena integración de Cataluña a la España liberal y poder así, de contera, consolidar el sentimiento de catalanidad que fuera respetado por la augusta Casa de Austria.
Ver: El epulón de Catalunya (I)
Los liberales triunfaron y redactaron la Constitución de 1812, por eso fueron llamados los “doceañistas”. Se aliaron con los progresistas, la burguesía mercantil e industrial pero no con el bajo pueblo, para la época muy amigo del absolutismo; aquel solo pedía la expulsión de los franceses y el retorno de Fernando VI,I quien efectivamente regresó en 1814, aboliendo de inmediato la Constitución de 1812 y reasumiendo todos los poderes. Pero la monarquía tenía graves problemas y de todo tipo: Independencia de América, bandolerismo interior, deuda pública, los principales. Sin embargo, Fernando VII no resolvió los verdaderos problemas: Los privilegios de la nobleza y del clero, la abolición del régimen señorial, una justa política fiscal y otros problemas igual de graves. El régimen de Fernando VII se hizo impopular, viéndose derrocado por el Pronunciamiento de 1820 que le obligó a jurar la Constitución de 1812.
Los liberales llegaron al poder para imponer reformas burguesas. La Diputación Provincial de Cataluña en la sesión de 1820 del Trienio Liberal declaró su firme propósito de ser la sucesora del espíritu de sus mayores para mantener la libertad civil, su sabio gobierno, su representación por medio de diputados, su adhesión a las antiguas leyes establecidas por sí mismas frente al invasor francés de 1714; “al igual que lo hace hoy en 1812 la España nuevamente invadida por el francés” en palabras del Diputado Vila. Se establece así otra de las constantes del catalanismo: Una doble identidad catalana y española, un doble patriotismo (“España es la nación, Cataluña es la patria”).
Pero, en 1823 la Santa Alianza y Fernando VII acabaron ese régimen. El absolutismo persiguió a los liberales estimulado por la inquina del grupo conservador que se autodenominaba “realistas puros”, “apostólicos” y otros epítetos de reacción. Ellos querían llamar al trono al infante Carlos María Isidro. En el entretanto Fernando VII y María Cristina de Nápoles habían tenido una hija, que sería más tarde Isabel II. Para impedir que esta reinase, los “carlistas” alegaron la Ley sálica en contra de Isabel, texto que había sido primero derogado en 1789 y nuevamente en 1830.
Ver: El epulón de Catalunya (II)
Con Fernando VII España dejó de ser potencia mundial, como lo había sido en el siglo XVIII: perdió América en 1824 con la batalla de Ayacucho, su cuerpo diplomático era de ineptos, Fernando VII era de una desidia asombrosa y la dependencia de la banca española de las bancas inglesa y francesa hacía que el oro de América terminase en Londres y París.
Siguió a ese período tan oscuro para el reino, una era de Pronunciamientos (1833-1875) que aumentarían la inestabilidad. En los cuarenta y dos años que corrieron desde la muerte de Fernando VII y la restauración borbónica con Alfonso XII no hubo sino intrigas, crisis ministeriales, luchas civiles, pronunciamientos y constituciones efímeras. En los siguientes períodos María Cristina e Isabel II se encargarían de atizarlas valiéndose de supuestos “moderados”.
La Regencia de María Cristina (1833-1840) se apoyó en los considerados “liberales” para combatir con el auxilio de ellos a los “carlistas”, alzados en el País Vasco, Navarra, Cataluña y el Maestrazgo. Los liberales le pusieron fin al antiguo régimen español por medio de una política de desamortización de bienes eclesiásticos, abolición de los señoríos, supresión de los gremios y otras de avanzada. De esta manera liquidaron la sociedad estamental.
Para 1830 surge el movimiento del Renacimiento catalán encaminado a recuperar y difundir el conocimiento de la lengua catalana, de los símbolos: los Jocs Florals, el patriotismo y un nostálgico sentimentalismo; y la historia de Cataluña, sobre todo el desprecio que les causaban los hechos violentos de 1714, cuando el Principado de Cataluña fue duramente reprimido por la fuerza física y los Decretos de Nueva Planta dictados por Felipe V. También como oposición al modelo centralista del Estado liberal. Paralelamente iba surgiendo el Rexurdimentogallego.
En 1836 y años siguientes se publicaron libros sobre los condes-reyes de Barcelona, los tiempos de oro de los raimundos y los jaumes, es decir, de patriotas catalanes que nunca aceptaron rey alguno. Fue así como se desbrozó el camino hacia la construcción de las bases de la historia nacional de Cataluña.
Vino la Regencia de Espartero (1841-1843), gracias a un pronunciamiento liberal. Muy pronto este gobernante cayó en el autoritarismo al bombardear brutalmente a Barcelona en 1842. La impopularidad le obligó a huir. En 1841 es publicado el libro Lo Gayter del Llobregat del catalanista Joaquim Rubió i Ors, donde se exalta todo lo de la patria catalana ya con alguna toma de posiciones políticas encubiertas por lo literario cuales el regionalismo y la catalanidad.
Durante la llamada Década Moderada (1843-1854) llegó al poder la facción de los “moderados” con Narváez y González Bravo a la cabeza. Lo primero que hicieron fue subir a Isabel al trono en 1843, aduciendo su mayoría de edad. Francia e Inglaterra le dieron a Isabel por marido un hombre débil, su primo Francisco de Asís; reforzaron el poder ejecutivo y las políticas unitarias con la Guardia Civil, el texto constitucional de 1845 y la restricción del censo electoral, todo esto en medio de un abuso de poder.
En 1843 apareció la primera revista escrita en catalán, Lo verdader catalá que reclamaba el mantenimiento de la personalidad catalana junto con la unidad material y espiritual de España, no sin criticar el modelo centralista de Estado que estaba construyendo el gobierno del Partido Moderado, el principal sostén de Isabel II. A esta gobernante el liberal progresista Tomás Bertran i Soler le propuso que le otorgara al pueblo catalán “su antigua constitución”-“como lo ha hecho usted con los vascos”. Definirse frente a España y comparar sus logros en independencia frente a los pueblos vascos, es otra de las constantes de la catalanidad.
En la portada del primer número de esa revista (1843), se encontraba esta frase casi que anunciadora de los eventos de 2017: “Por tierra observa el catalán con amargura/su industria, su comercio y agricultura”. En 1844 Claudio Lorenzale pintó el cuadro que representa la leyenda de las Cuatro Barras de Sangre del escudo del condado de Barcelona, que jugaría un papel fundamental en el catalanismo. En 1851 J.B. Guardiola pedía mayor descentralización como contraprestación o condición de garantizar mejor la unidad de España, “conjunto de naciones”. La corrupción del régimen trajo un nuevo pronunciamiento conocido en la historia como la Vicalvarada,que va de junio a julio de 1854, encabezada por O’Donnell contra el gobierno nacional y plasmada en el Manifiesto de Manzanares.
Siguió el Bienio Progresista (1854-1856) en el cual el duunvirato formado por el centrista O´Donnell y el, en ese entonces progresista Espartero, gobernó de una forma tan desastrosa e inepta que se dio una revuelta popular campesina en Andalucía y entre los obreros de Cataluña. En 1855 J. Illas Vidal escribía en Cataluña en Españaque era lamentable que ambas nacionalidades no hubiesen estado unidas por el tiempo y la justicia; a falta de comunidad de sentimientos y aspiraciones entre dos pueblos hermanos víctimas ambos del “uniformismo castellanizador” de los gobiernos isabelinos, agregaría J. Mañé y Flaquer. En feroz diatriba este autor llegó a gritarle a Gaspar Núñez de Arce que si los españoles querían ser tratados como “hermanos”, debían tratar a los catalanes bajo pie de igualdad respetándoles su idioma, su derecho y no con los criterios de potencia dominadora. Si no es así, clamó, “no exijan de nosotros correspondencia fraternal”.
En 1857 Víctor Balaguer creó el periódico La Corona de Aragón, reclamando la descentralización para evitar la esclavización de Cataluña por una España que no reconoce que es un conjunto de varios reinos por la raza, la lengua y la historia.
En 1859 la celebración de los primeros Jocs Florals, celebrados por el Ayuntamiento de Barcelona, dio lugar de parte de cierto moderantismo a la expresión de un “regionalismo de la catalanidad dentro de la españolidad de Cataluña”.
En 1860 diputados catalanes de la Unión liberal encabezados por Manuel Duran y Bas presentaron ante las Cortes una propuesta de descentralización de España, como clamor universal y legítimo, del país catalán. O’Donnell la hizo rechazar. Ahí mismo Joan Cortada publicó el libro Cataluña y los catalanes siendo reiterativo en la existencia de profundas diferencias entre los catalanes y “los demás pueblos españoles”, considerados “hermanos” pero al fin y al cabo “diferentes”. Solo con el reconocimiento de estas diferencias, España sería sólida y cohesionada. Eso sí, haciendo particular énfasis en el espíritu “altamente libre” de los habitantes del Principado y so pena de no ver –agrega en 1860 Antoni de Bofarrull- que la falta de reconocimiento de la diversidad de nacionalidades conduce a que solo prepondere la que ha tenido los medios para absorber toda la importancia. Se refiere a Castilla, siempre a la Castilla que supuestamente sojuzga la orgullosa catalanidad.
Salidos los progresistas del poder se dio un Retorno de los Moderados (1856-1868), otra vez encabezados por O’Donnell, quien le entrega el poder a la Unión Liberal (de centro) compartiéndolo hasta 1868 con los moderados. Es en este período cuando nacen y se fortalecen los partidos democráticos, con los “federales” de Pi y Margall y los ”republicanos” de Salmerón y Castelar. No obstante, la reina Isabel II cayó en el desprestigio y con ella, la realeza. Entre 1865 y 1866 la crisis económica y el desgaste de los políticos en el poder condujeron en septiembre de 1868, a la caída de la monarquía.
En 1853 la obra de Víctor Balaguer Bellezas de la historia de Cataluña, acrecentó los sentimientos patrióticos del catalanismo literario, tendencia que ayudaría a aumentar en 1860, con una obra histórica de gran impacto en la región intitulada Historia de Cataluña y de la Corona de Aragón, con esta idea central: Una España única, sí, pero confederada. Desde 1862 Antoni Bofarull tomó el relevo al comenzar a hablar de una Catalunya “agonisant”.
Vino casi enseguida un Periodo Revolucionario (1868-1875) en el que el Gobierno provisional encabezado por Serrano y Prim convocó a las Cortes, previa proclama de las libertades fundamentales y aprobación del sufragio universal. Con este equipo se promulgó en junio de 1869 una nueva Constitución de carácter avanzado que instauró las libertades de reunión asociación, prensa, culto y otras más, pese a ser monárquica.
Luego de numerosas dificultades Prim logró que fuera aceptado su candidato, Amadeo de Saboya. Durante dos años (1871-1873) este nuevo monarca trató de fungir como rey constitucional, pero la oposición conservadora y la insurrección carlista, cubana y republicana le obligaron a abdicar el 11 de febrero de 1873. Ese mismo día se proclamó la República que al comienzo, bajo las presidencias de Figueras y Pi Margal, fue federal. Sin embargo en algunas zonas el federalismo, influenciado por las doctrinas anarquistas, se convirtió en “cantonalismo”, lo que trajo la reacción unitaria y autoritaria.
Es en este momento cuando sale a la luz pública la revista quincenal La Renaixenca para crear la necesidad regional de estimular el patriotismo y el amor por las letras catalanas en abarcando todas las manifestaciones culturales; pero, igualmente las económicas porque ya está en curso el proceso acelerado de industrialización de Cataluña, otro de los orgullos patrios. Romanticismo nostálgico más aperturismo a lo “europeo”, vía por la que entrará cierto naturalismo y realismo ya un poco menos solo poético y sí más político.
Para el 3 de enero de 1874 el general Pavía disolvió las Cortes y puso fin a la I República española; el general Serrano asumió todos los poderes, preparando el gobierno la restauración de la monarquía borbónica. Esta lo primero que hizo fue limitar las libertades, obligando al catalanismo a bajar su activismo. Pero, en 1876 Antoni Bofarull siguió historiando las crónicas catalanas medievales y publicó la Historia crítica (civil y eclesiástica) de Cataluña con desarrollos sobre lo jurídico-político de esa región, siempre en trance de encontrar lo que la hace “diferente”. Surgen numerosas agrupaciones culturales y científicas cual La Catalanista, encargada de loar las glorias de Cataluña y sus fieros y no domeñados condados.
En 1878 Josep Coroleu y Josep Pella i Forgas publicaron el libro Los fueros de Cataluña especie de “constitución” conservadora que reconstruye las leyes del antiguo Principado de Cataluña: Nación catalana, idioma catalán, reunión de condados y reinos, sufragio activo y pasivo de ciudadanos cabezas de familia en la Cámara popular; sufragio estamental en las Cortes; catolicismo religión oficial; servicio militar prestado solo en Cataluña; acceso a función pública y servicios religioso únicamente para los catalanes nacidos en el Principado y no para “los naturalizados por privilegio”; se les niega valor a los procesos constituyentes anteriores; se le exige a España “reparar los derechos imprescriptibles de sus pueblos”, oprimidos por el despotismo de dinastías extranjeras y por el jacobinismo de infames políticos.
En 1879 sale al público el Diari Catalá, vehículo de un catalanismo cada vez más agudo y politizado, fundado por Valentí Almirall, de tendencia primero federalista y seguidamente de corte catalanista como disidencia del Partido federal que dirigía Pi i Margall. Fue escrito enteramente en catalán y propugnó por reunir el Primer Congreso Catalanista.
Se constata que en un lapso que va entre 1880-1886 los símbolos del catalanismo se fueron haciendo frecuentes, es el caso de: La bandera de cuatro barras de sangre(1880); el himno Els Segador (1882); el día patrio, el 11 de septiembre (1886); los dos patronos de Cataluña, Sant Jordi y la Virgen de Montserrat (1885 y 1881, respectivamente); la danza nacional, la Sardana (1892) y el ball de bastons; luego, los castells; también la costumbre de unir los dos apellidos con una “i”. Todo esto bajo el entendido que la “raza catalana” es la de mayor vitalidad y profunda originalidad, caracterizadas ambas por su “sentido de lo práctico”. Todo esto en clara oposición a lo etéreo de lo castellano.
En 1881 La Renaixance se convirtió en diario. En 1882 se creó el Centre Catala’ con una toma de posición ahora claramente reivindicativa sin estructura de partido pero sí de organización, difusión del catalanismo y presión sobre el gobierno.
En 1885 se le presentó a Alfonso XII el famoso Memorial de Greuges pidiendo protección para Cataluña frente a tratados comerciales en curso de ratificación esencialmente con Inglaterra; exigiendo preservación del derecho civil regional frente al proyecto de Código Civil unificador de la materia; clamando por el abandono de España de la vía de la “absorción”; preservación de las libertades catalanas; dejar el Gobierno nacional de aspirar a la “uniformidad”, para encontrar la armonía en la “igualdad con la variedad” o perfecta unión entre las varias regiones de España. Todo esto porque cuando existen en el país grupos o “razas” de distinto carácter que se manifiestan en la existencia de legislaciones distintas y aún diversas, la unificación, no es útil sino perjudicial a la misión civilizadora del Estado.
En 1886 se dio un multitudinario mitin en el teatro de Novedades de Barcelona en contra de los acuerdos comerciales internacionales. En 1888 se daría otro mitin igualmente numeroso en defensa del derecho civil catalán. Acto de protesta que tuvo éxito tan resonante que fue visto como un triunfo del “catalanismo” reivindicacioncita.
En 1886 Valentí Almirall da a conocer la obra Lo Catalanisme, que es la que mejor trata de explicar en ese momento lo “específico”, lo “particular” catalán, lo propio del regionalismo de los condados catalanes. Por esta obra Amirall es considerado como el fundador del catalanismo político, desde una perspectiva confederalista o de estado compuesto o a la manera de Austria-Hungría. O, en el peor de los casos, a la manera de la Confederación Suiza (poder federal débil y colegiado) y hasta de la Unión Americana. Mas siempre tratando de justificar las bondades del pactismo catalano-aragonés, frente a la debilidad del grupo castellano. Estas tesis darían lugar a duros enfrentamientos entre castellanos y catalanes, llegando a decir Amirall que Castilla lo que quería era que toda la Península fuera identificada por ella, por lo castellano.
En 1887 el Centre Catalá se dividió en dos tendencias: La federalista de Amirall, más a la izquierda y la conservadora de La Renaixenca, más a la derecha. Sin embargo, en noviembre de 1887 la línea conservadora del catalanismo se separó del Centre Catalá para fundar la Lliga de Catalunya junto al grupo de universitarios del Centre Escolar Catalanista, en el que se formarían los futuros líderes del nacionalismo catalán cuales Enric Prat de la Riba, Francesc Cambó y Josep Puig i Cadafalch.
En 1888 esta línea le solicitó a María Cristina de Habsburgo-Lorena devolverle a la nación catalana sus Cortes generales libres e independientes, el servicio militar voluntario, el catalán como lengua oficial de Cataluña, enseñanza en catalán, tribunal supremo catalán y que el rey jurara en Cataluña “sus constituciones fundamentales”. En últimas, que se formase una confederación sin más lazo entre sus miembros que el de la Corona.
En 1892 se redactaron las Bases de Manresa, fundamento del catalanismo político y su justificación del “hecho diferencial” cultural, económico y político (regionalismo, autonomismo y federalismo) frente a la inmediata llegada de lo borbónico. En ese mismo año el catalanismo conservador y católico se afianzó con la obra del futuro obispo Josep Torras i Bages, La Tradició Catalana, en la que propuso tomar como ejemplo para España la convivencia de la época medieval bajo la dirección de la Iglesia Católica, encargada de erradicar el perverso influjo de la Enciclopedia y la masonería, así como al Estado liberal y su sistema parlamentario y de voto igualitario. En resumen, una condena total al liberalismo impío por ser enemigo del regionalismo y de Cristo, el “Orfeo de la nación catalana” cuya doctrina debe ser enseñada en catalán y no en la perniciosa y detestable e invasora lengua castellana.
Jaume Collel, canónigo de Vich, le diría a la reina-regente “que pueblo que merece ser libre, si no se lo dan, lo toma”. De esta manera se fue pasando del concepto de “España-nación”, al de “España-Estado” para terminar negando que ella fuera algo parecido a una Nación. Rematando esta idea Enric Prat de la Riba al decir que España era solo una “mera indicación geográfica”.
Como quiera que este catalanismo católico y conservador expusiera estas teorías al momento de la inauguración de la Exposición Universal de Barcelona, realizada el 20 de mayo de 1888, se podría suponer que había un deseo de también “universalizar” el problema catalán, otra constante del catalanismo puro y duro. Posición que hoy en día ha tratado de sacar adelante Carles de Puigdemont al refugiarse, prófugo, en la Bélgica sede de la Unión Europea, con el vivo propósito de procurarse el apoyo del resto de independentismos europeos.
Las Bases de Manresa las sentó la Unió Catalanista en marzo de 1892 con la representación de 160 localidades y unos 250 delegados que sentaron las Bases per a la Constitució Regional Catalana, considerada como el acta de reafirmación del catalanismo político de corte conservador. En ellas se propugna por la vuelta a la Cataluña anterior a 1714. Las bases principales son: No federalismo, tampoco posibilismo; soberanía interior exclusiva; la comarca como entidad administrativa básica; ampliación de los poderes municipales; un cuerpo de orden público y moneda propios; antigua legislación, pero con modernización del derecho civil; el catalán lengua oficial; la función pública y la milicia reservadas a los naturales de Cataluña; Cortes anuales elegidas por sufragio corporativo de los cabezas de familia, agrupados en clases. Y, sobre todo, “una enseñanza sensible a la especificidad catalana”.
El regreso de los borbones se inició con los reinados de Alfonso XII y Alfonso XII, hijo este de Isabel II. Proclamado rey constitucional abrió el periodo de la Restauración, que se cerró en 1917. Fue dirigido por Cánovas del Castillo y una minoría conformada por la alta burguesía y latifundistas. Conjunción que se tomó el poder político bajo una apariencia de democrática. Formada por los dos grandes partidos, el “liberal”, acaudillado por Sagasta y el partido “conservador”, dirigido por Cánovas. Aprobaron el sufragio universal y otros derechos. Pero en 1898 se dieron las pérdidas de Cuba (los catalanistas aprobaron la concesión de la autonomía a la isla pensando en la propia), Puerto Rico, Filipinas, Islas Marianas e Islas Carolinas, lo que trajo como consecuencia que los españoles tomaran conciencia de la necesidad de una España más acorde con las nuevas realidades de la época. Algo así como lo sucedido durante la invasión napoleónica, que suscitó una especie de unión alrededor de “lo español” en contra del que era visto como “enemigo común”.
Sin embargo, el regionalismo catalán se profundizaba y en 1901 creó la Lliga Regionalista, de existencia tormentosa, que pronto rompería con el Partido Conservador pero que lograría obtener el apoyo de la burguesía catalana, fastidiada con los partidos políticos en general por su caciquismo y fraude electoral en las elecciones municipales de Barcelona.
Desde 1902 y bajo el reinado personal de Alfonso XII la situación se agravó con luchas entre los partidos, simultáneamente los grupos políticos no ligados a la dinastía reinante (regionalistas y republicanos) ganaban adeptos entre la clase media, el socialismo y el anarquismo movimientos que movilizaron las clases trabajadoras ante el hecho de que el gobierno no satisfizo las reivindicaciones obreras. Dos progresistas, Antonio Maura y José Canalejas, fracasaron en sus intentos reformistas por obra del egoísmo de las minorías privilegiadas y del “revolucionarismo” obrero.
En 1906 Prat de la Riba publicó La nacionalitat catalana, obra considerada como la máxima teorización del catalanismo político al lanzar la propuesta de la creación de un Estado-Imperio que fuera de “Lisboa al Ródano”, compuesto por España, Portugal y Occitanía pero naturalmente bajo la “hegemonía de Cataluña” con capital en Barcelona. Empresa justificada por “la pujanza de su cultura”.
Al catalanismo político le salió a competir por el fervor de las masas populares, el llamado lerrouxismo o forma de populismo españolista que fue inmediatamente satanizado por los catalanistas. Alejandro Lerroux, republicano no federalista, se enfrentó primero a los catalanistas conservadores y luego a los republicanos catalanistas.
En 1907 el catalanismo político obtuvo gran triunfo electoral con la coalición Solidaridad Catalana, que luchaba por el rechazo a la Ley de jurisdicciones y a la impunidad que trajo el no enjuiciamiento de los militares represores de los Hechos del ¡Cu-Cut¡ (1905) cuando los uniformados penetraron a la revista satírica catalana para reprimir supuesta injuria al Ejército español.
En Barcelona en julio de 1909 estallaron oleadas de violencia promovidas en gran parte por un nuevo aspecto del catalanismo político, el “nacionalismo catalán” (“Cataluña es una nación”). Se vino la llamada Semana Trágica (del 26 de julio al 2 de agosto de 1909) en Barcelona y otras ciudades catalanas en protesta por la leva de obreros padres de familia, enviados a las posesiones de Marruecos que estaban en estado de insurrección. También por el sistema del “encasillado” o alternancia amañada en el gobierno, de liberales y conservadores (algo que recuerda los 16 años de Frente Nacional en Colombia), el “caciquismo” y el “pucherazo” o adulteración de los resultados electorales. La represión policial por obra del decreto del conservador trajo como consecuencia una huelga obrera general.
La Primera Guerra Mundial vio una España totalmente neutral. El país estaba muy atrasado económicamente, un poco menos en el País Vasco y en Cataluña que tenían algo de industria. Regía el cuestionado sistema de gobiernos del “turno”. El problema de Marruecos se agravaba (1904 y 1911) y las huelgas generales eran muy frecuentes. El Ejército era débil. Las arcas estatales eran una ruina. El ambiente y la situación estaban como para una Revolución rusa. Entre los “aliadófilos” se encontraba la izquierda y el regionalismo. Voluntarios catalanes se enrolaron en el ejército francés.
En 1914, Enric Prat de la Riba creó la Mancomunidad de Cataluña, para ejercer presión sobre el gobierno nacional. Entre 1917 y 1918 la agitación en España desembocó en una triple crisis: Militar (Juntas de Defensa), política (Asamblea de Parlamentarios y solicitud de Cortes Constituyentes) y social (huelga general). Coaligadas, la monarquía y la burguesía se aliaron con el Ejército para conjurar el peligro.
Para 1922 el catalanismo político del partido Estat Catalá fundado por Francesc Maciá ya era de tendencia reforzada hacia el independentismo o secesionismo político-cultural, derivado del nacionalismo inicial. Su tesis central es la independencia de Cataluña con los límites actuales de la Comunidad Autónoma. Algunos van más lejos pidiendo una Cataluña “ampliada” que incluya a la Comunidad Valenciana, las Isla Baleares, la autodenominada “Cataluña del Norte” (territorio francés), la franja oriental de Aragón y la zona catalanohablante de El Carche (en la Región de Murcia) sumatoria que los independentistas suelen llamar “Países Catalanes” frente a lo cual Francia manifiesta disgusto y España furia. Claro que con permanencia en la Unión Europea, lo que tampoco debe gustarle mucho a los países con secesionismos abiertos o larvados. Solo la CUP, movimiento independentista de izquierda, pide dejar también a la U.E.
En los años siguientes y hasta 1923 todo fue pobreza y confusión. El general José Antonio Primo de Rivera impuso la dictadura militar (1923-1930) y restableció el orden, puso fin a la guerra de Marruecos -que venía desde 1908- y emprendió un ambicioso plan de obras públicas sin abordar los problemas de fondo que eran numerosos: reforma tributaria, reestructuración de la propiedad agraria y otros de igual calibre. Esta dictadura reprimió con violencia el catalanismo político. El llamado Complot de Prats de Molló pese a que fue sofocado con facilidad le dio gran impulso al “independentismo”. Por ejemplo, la doctrina fue “exportada” a América Latina (Cuba, México) donde se convocó a una Asamblea Constituyente del Separatismo Catalán en La Habana del 30 de septiembre y el 2 de octubre de 1928; en ella se aprobó la Constitución Provisional de la República Catalanay se creó el Partit Separatista Revolucionari Catalá, al lado del ya existente Estat Catalá.
La crisis económica internacional de 1929 puso a tambalear al régimen. En enero de 1930 Primo de Rivera –golpista en Cataluña el 13 de septiembre de 1923- dimitió y el 14 de abril de 1931 ante los resultados adversos de unas elecciones municipales, vino la abdicación de Alfonso XIII. En 1930 surgió otra variante del catalanismo político, el independentismo catalán, que pedía ahora la independencia de Cataluña respecto de España y no más la idea de un Estado español descentralizado. Pero, sin unanimidad dentro del catalanismo.
La Constitución de 1931 hizo de España una república democrática, laica, regionalista y abierta a amplias reformas sociales. La clase media estaba satisfecha, sin ocurrir lo mismo en las filas de los obreros. Por su lado, los que habían perdido el poder rumiaban la ausencia del mismo. El nuevo sistema tambaleó a causa de las exigencias de los socialistas (UGT) y de los anarcosindicalistas (CNT) quienes exigían soluciones inmediatas, así como por ataques de las fuerzas conservadoras, perjudicadas por la ley de reforma agraria y por la regulación de las relaciones obrero-patronales. En 1932 las Cortes de la Segunda República Española aprobaron el reclamadoEstatuto de Autonomía, derogado por el franquismo cuando invadió Cataluña al final de la Guerra Civil Española.
La grave situación social, agudizada por la crisis económica de 1929 y por las propagandas fascista y comunista, estalló en serio a inicios de 1936. En julio de ese mismo año lo hizo la cruenta guerra civil, que dividió España en dos zonas: La “republicana”, en la región Cantábrica, Madrid, Cataluña, Levante y la mayor parte de Andalucía, es decir, en las regiones industriales; y la zona “nacionalista”, bajo la jefatura del general Francisco Franco desde el primero de octubre de 1936. En agosto de 1936 las grandes potencias habían acordado no intervenir, pero sí alimentaron el conflicto con armas y hombres. La URRSS apoyó la República. Alemania e Italia a los nacionalistas.
Casi tres años de lucha concluyeron el primero de abril de 1939 con el triunfo del “Caudillo”. Franco reprimió durante los primeros años de su gobierno todo lo catalán, sobre todo los llamados por el régimen signos “diferenciales”, comenzando por el uso del idioma. Pero, a partir de 1944 comienzan en firme los desarrollos del catalán como lengua. Se sospecha que la autorización de poder hacerlo vino por la vía de los nacionalistas catalanes “colaboradores” con el franquismo, uno de los cuales, Francesc Cambó financió el golpe de estado de Franco y fungió como espía del régimen en la zona norte.
Finalizada la Guerra Civil Española se inició la Segunda Guerra Mundial. España y Portugal quedaron unidas por un pacto ofensivo-defensivo denominado Bloque Ibérico, mediante el cual se proclamaron neutrales, pese a las presiones de los beligerantes y en especial de Hitler. La derrota del Eje en 1945 vio a una España en problemas internacionales por su simpatía con los regímenes derrotados. Aislada diplomática y económicamente, España sufrió duros momentos de desabastecimiento generalizado. El aislamiento de retaliación terminó en 1950. Por intereses de la Guerra Fría las potencias occidentales contemporizaron con Franco, dada la importancia de la Península y terminaron aceptándolo. Igual hizo la Santa Sede al firmar el Concordato de 1953.
En 1953 el Concordato declaró el Catolicismo como la única religión del Estado español garantizándole a la Iglesia los medios necesarios para su desenvolvimiento. El Concilio Vaticano II inició una apertura, al aprobar en 1967 las Cortes españolas una ley sobre libertad religiosa que regularía la inscripción como asociaciones de otras comunidades cristianas, también se aceptó el protestantismo, al igual que las comunidades judías de Madrid y Barcelona.
Entre 1950 y 1952 se inició la lucha contra el subdesarrollo al dotar a España de una agricultura y una industria modernas. Con el inicio del desarrollo industrial en 1964 se dio comienzo a una gran migración del campo a las ciudades sobre todo hacia las zonas industriales de Madrid, Barcelona y Vizcaya.
Ya para 1950 más de un 25% de la población de Barcelona venía de otra provincia. Se instalaron en la zona industrial de Barcelona, Sabadell, Tarraza, Llobregat y Mataró siendo el núcleo poblacional de Barcelona uno de los más altos en población y desarrollo de España.
La política económica autárquica, el bilateralismo económico, el proteccionismo y el aislamiento de Europa afectaron lo regional español, en especial a la industria de Cataluña en sus diferentes rubros: textil, lanera, algodonera, cemento, lignito, sal gema, soda, química, farmacéutica, férrea, automovilística, papelera, calzado, vidrio, porcina, vinícola de vino espumoso y el corcho. El Mercado Común Europeo era algo deseado y visto como una redención para el país en general y para Cataluña como vital para su afianzamiento económico. Las exigencias catalanas en autopistas eran frecuentes, al igual que en la construcción de puertos y aeropuertos modernos. A partir de este tiempo comenzaron a aparecer en Barcelona muchos diarios, algunos de ellos en catalán. El ingreso a la OCDE era también un gran anhelo por sus medidas de liberalización económica, las que necesitaban los descendientes de griegos y fenicios, otrora dueños en gran parte de los comercios marítimos del mar Mediterráneo.
En 1962 España inició sus relaciones con el MCE luego del aislamiento internacional que se le aplicara hasta 1951. Fue admitida en calidad de miembro asociado. En 1967 el Mercado acordó firmar un acuerdo comercial preferente con España que le resultó favorable, gracias al turismo (24 millones en 1970) y a la industria hotelera; así mismo le fue de gran ayuda las remesas enviadas por los obreros que trabajaban en el extranjero y para los cuales los no emigrados debieran levantarles un monumento de gratitud.
En el Primer Plan de Desarrollo (1964-1967) Cataluña solicitó liberalización, al igual que en el Segundo (1968-1971). En 1970 se levantaron estadísticas sobre la educación dando como resultado entre otros datos un 3,49% de analfabetismo entre la población de mayor edad, sobre todo en las zonas rurales más pobres y apartadas. El Tercer Plan (1972-1975) estableció la posibilidad de fusionar empresas que pudieran competir en el mercado internacional. Se estableció como prioritaria la construcción de refinerías y universidades. En lo cual Cataluña fue muy exigente con gran éxito, como lo prueban sus excelentes universidades.
El proceso de real institucionalización de España culminaría en parte en enero de 1967 con la promulgación de la Ley Orgánica del Estado, aprobada por referéndum en diciembre de 1966. En 1969 es designado el príncipe Juan Carlos de Borbón y Parma como sucesor del general Franco en la jefatura del Estado. En noviembre de 1975 el príncipe fue proclamado rey, como Juan Carlos I, a los dos días de la muerte de Franco. Desde 1976 se inició el proceso democratizador del Estado español con el nombramiento de Adolfo Suárez en calidad de Presidente del Gobierno; inmediatamente se concedió una amnistía para los delitos políticos y de opinión y se elaboró una ley de Reforma Política que fuera aprobada por referéndum en diciembre de 1976.
Se legalizaron progresivamente los partidos políticos y las centrales sindicales. Se convocó a elecciones generales legislativas en junio de 1977, resultando ganadora la Unión del Centro Democrático, UCD (con 165 escaños), coalición electoral de partidos que más tarde se fusionarían en uno solo; seguida por el Partido Socialista Obrero Español, PSOE (con 103 escaños). Adolfo Suárez fue confirmado Presidente del Gobierno.
Las nuevas Cortes elaboraron una Constitución de carácter monárquico. La Constitución de 1978 abolió las leyes del franquismo, surgidas desde el alzamiento militar del 18 de julio de 1936. Con este texto, España se puso a tono con los países de Europa Occidental en lo referente a los derechos y libertades fundamentales, pero también en materia de deberes, sobre todo en el de contribuir al sostenimiento de los gastos públicos. Igualmente en lo referente a una economía de mercado, algo que Cataluña siempre había demandado y de lo cual ha sacado real provecho.
Se consagró a España como una monarquía parlamentaria y hereditaria en la que la soberanía reside en el pueblo. La Corona está encarnada en el Rey, que es el Jefe del Estado, símbolo de la unidad de España y el más alto representante del Estado. Sanciona y promulga las leyes, convoca y disuelve las Cortes Generales, convoca a elecciones y referéndums, propone a las Cortes el candidato a la Presidencia del Gobierno. La sucesión a la Corona está asegurada de una forma bastante compleja.
La función legislativa corresponde a las Cortes Generales, que controlan la acción del Gobierno. Está compuestas por dos Cámaras: El Congreso de los Diputados y el Senado. El Congreso es elegido por sufragio universal por las cincuenta provincias, más Ceuta y Melilla. El Senado es la Cámara de la representación territorial, elige cuatro senadores por Provincia y otras cantidades para las insulares. Las Comunidades autónomas eligen un senador cada una, más otro por cada millón de habitantes de sus respectivos territorios. Administrativamente España se divide en 50 provincias. Navarra y Álava con régimen foral semiautónomo. Las cincuenta provincias se agrupan en doce Regiones naturales sin entidad administrativa y dos Regiones Insulares (Baleares y Canarias).
La Constitución de 1978 reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que integran la nación española. Para el ejercicio de este derecho establece la posibilidad de creación de comunidades autónomas integradas por provincias limítrofes con características históricas, culturales y económicas comunes, los territorios insulares y provincias con entidad regional histórica. Cada Comunidad Autónoma deberá elaborar un proyecto de Estatuto que deberá establecer el nombre de la Comunidad, la delimitación de su territorio y las competencias asumidas. El texto debe ser elevado a las Cortes para su tramitación como ley. Las comunidades autónomas no pueden federarse, pero pueden establecer acuerdos de cooperación entre sí para la gestión de los servicios propios.
El tema de la lengua, mejor de las lenguas, ha sido muy regulado por el texto constitucional y las leyes particulares. Antes de la conquista romana se hablaban en la península varias lenguas constituidas por los elementos primitivos, más las aportaciones lingüísticas de los pueblos invasores. Roma impuso a todo el Imperio la unidad lingüística con el latín como lengua oficial. Pero desde un principio el latín empezó a tomar giros propios que la diferenciaban de la lengua del Lacio y de las del resto de las provincias imperiales. Con su llegada, el árabe enriqueció el latín.
La coexistencia de diferentes pueblos dio lugar a la formación de distintas lenguas y gran número de dialectos. Con excepción del vascuence, son románicas derivadas del latín. Actualmente existen claramente diferenciadas el vascuence (País Vasco-Navarro); el gallego (en el noroeste); el catalán (en el nororiente), Principado de Andorra y en el Departamento francés de los Pirineos Orientales. En Valencia y Baleares se habla también lenguas propias. Finalmente el castellano, idioma oficial del Estado español, hablado en el resto de la península nacido inicialmente en la región cantábrica, núcleo originario de Castilla pero que durante la Edad Media evolucionó de manera peculiar. El castellano posee varios dialectos: el asturiano o bable, el sayagués en Zamora y León y el charro en Salamanca.
El idioma catalán se habla actualmente en la ciudad italiana de Alguer (Cerdeña), en el principado de Andorra, en el Departamento francés de los Pirineos Orientales, en las provincias españolas de Alicante, Baleares, Barcelona, Castellón, Gerona, Lérida, Tarragona y Valencia así como en una estrecha zona oriental de Aragón. El catalán es una lengua románica o puente entre las hispánicas y las galo-románicas. Tiene dos familias dialectales: en la oriental se hablan los dialectos rosellonés, central, mallorquín, y alguerés; en la occidental se habla el valenciano y el leridano.
El catalán se construyó sobre los sustratos básicos de los idiomas celta, ibérico y vasco. Pero también recibió influencias post románicas básicas como el griego, el germánico y el árabe. Coexiste con las lenguas oficiales de España, Francia e Italia. En algunas zonas del país valenciano ha sido sustituido por el castellano. Es el idioma oficial de Andorra. Es la segunda lengua, después del aranés, en el valle de Arán (Lérida). La literatura catalana está escrita en las diferentes modalidades dialectales catalanas cuales el mallorquín, el rosellonés y el valenciano, entre otras. El primer testimonio en catalán fue escrito en el siglo XI. Los testimonios medievales se encuentran hasta principios del siglo XVI y la literatura moderna se inicia solo en el 1833.
La lengua catalana debió sobreponerse al idioma provenzal para lograr cierta fuerza. Luego de una larga decadencia el catalán renació, gracias al influjo del romanticismo (Renaixenca) con la publicación en 1833 de laOda a la Patria, escrita por Aribau. A partir de este momento el catalanismo lingüístico se fue afianzando como una adhesión y afecto a los usos y costumbres de los catalanes o a una expresión o giro propio a la lengua catalana. Estos aspectos y sentimientos lingüísticos fueron dando fundamento, como se ha visto, a un partido político regionalista cuyo principal tema ha sido la defensa de Cataluña para que tenga una autonomía cada vez mayor. Posición que fue estimulada seguramente por las fuertes represiones que puso en marcha el franquismo contra la lengua catalana. El “catalanismo” se ha convertido en la doctrina de este partido. Hoy, es separatista en general e independentista en sectores sociales. La importancia del catalanismo lingüístico es fundamental entenderla para poder aprehender lo que se encuentra hoy en día en juego en la aprobación del referendo independentista.
Siguiendo con la evolución histórica de España tenemos que Adolfo Suárez disolvió las Cortes y convocó a nuevas elecciones. Se celebraron en marzo de 1979. En ellas se confirmó a la UCD como primer partido (168 escaños), seguido del PSOE (121 escaños), del Partido Comunista de España PCE (23 escaños) y de la Coalición Democrática CD (9 escaños). Se produjo un aumento de los votos regionalistas.
En el verano de 1979 el Congreso de los Diputados aprobó los proyectos de estatutos de Autonomía del País Vasco y Cataluña, tras lo cual fueron sometidos a referéndum en las respectivas regiones. Aprobados por el electorado, entraron en vigor. En mayo de 1980 se celebró las elecciones de los Parlamentos vasco y catalán. Meses más tarde se aprobó, el Estatuto de Galicia.
Las elecciones al primer Parlamento de Cataluña las ganó la coalición Convergencia i Unió encabezada por Jordi Pujol, epulón que gobernó en la presidencia de la Generalidad de Cataluña durante la no despreciable suma de veintitrés años.
En febrero de 1981 y durante la investidura de Leopoldo Calvo Sotelo como Presidente del Gobierno tras la dimisión de Suárez, un grupo de guardias civiles ocupó unas horas el Congreso de los Diputados para establecer un gobierno militar. En octubre de 1982 en elecciones generales el PSOE obtuvo la mayoría absoluta y Felipe González ocupó la Presidencia del Gobierno. En 1983 fueron aprobados los estatutos de autonomía de las trece comunidades autónomas restantes, celebrando elecciones a sus respectivos Parlamentos en las que el PSOE resultó vencedor en diez comunidades.
El derrumbe de la Monarquía visigoda les permitió a los árabes tomarse hasta la Cataluña mas no tanto como a casi todo el resto de la Península. La Marca Hispánica la preservó en cierta forma del contacto con una España acrisolada racialmente con tantos pueblos invasores. El poder ejercido por los reyes francos mantuvo un tanto esta separación del “resto” de la península, pero la caída de estos pequeños reinos les dio vuelo propio a los condados catalanes, arropados por un mismo linaje; les dio entidad propia, la “peculiaridad” que heredasen de Borrel II y Ramón Berenguer IV, ajenas al contacto con el invasor moro y hasta con el “socio” aragonés en el plano de la conservación de las instituciones propias.
El siglo XV le fue negativo a Cataluña porque Castilla-Aragón y hasta Valencia tomaron el relevo político-económico; el auge del Atlántico se les llevó el comercio. El arribo de la Edad Moderna tomó a Cataluña mal parada. La revuelta de 1640 contra la Monarquía Hispánica abrió nuevas brechas y aproximó Cataluña a los franceses, siempre vistos con desconfianza y ahora llamados a sofocar los excesos del pueblo raso; Richelieu aceptó el encargo y se tomó el comercio local.
Hizo falta que Felipe IV retomara la libertad para la Cataluña arruinada, con esta empresa hubo vítores para la Corona española. No obstante a Felipe de Borbón se le dieron pitos y hubo alinderamiento con la Casa de Austria. Llegó la fatídica fecha de 1714 y la terminación de los fueros medievales. No obstante, la Cataluña industriosa siguió adelante hasta la llegada de Napoleón. La expulsión del invasor aunó los esfuerzos “nacionales” para crear o recrear el estado-nación. La pérdida de Cuba y Filipinas afectó enormemente a la industria catalana y aumentó el catalanismo que hoy en día ha devenido en “independentista”.
Independentismo que ha llevado a los presidentes de Madrid, Galicia y Castilla-León a pedirle al moderno rico epulón de Cataluña, Carles Puigdemont, volver a la legalidad y dejar de ser “trilero”, “golpista permanente” y “fuera de la ley”. En resumen, volver a la legalidad porque el artículo 155 está en marcha y no puede seguir jugando a la “soberanía”; además, porque está cabalgando entre la Constitución y el Código Penal. Porque su “imprevisibilidad” molesta a todos y afecta primordialmente a los propios catalanes.
Por su lado y experiencia, Felipe González afirma:”Puigdemont confunde la inmunidad con la impunidad”; además, no está exento de obligaciones por ejemplo comparecer ante la justicia para dejar de ser prófugo dado que el proceso electoral no le deja inmune e impune; peor, por su irresponsabilidad y culpa Cataluña puede perder hasta la autonomía; ellos, los catalanes, hacen figura de “supremacistas” siguiendo a Pujol, Miquel Roca y otros irredentistas (el resto del colegio de epulones) hasta en la lingüística. El aventurerismo independentista pone en riesgo, remata González, “hasta el desafío de la descentralización”.
El humor no podía estar ausente de este sainete y por fin Catalunya logró su independencia mas por interpuesto país, la Tabarnia. Mezcla extraña de realidad y ficción pero con un presidente más aplomado al parecer que el president Puigdemont, Alberto Boadella —un valiente que sí se la jugó toda contra el franquismo— teniendo en cuenta que el nuevo país sí le teme al control directo de Madrid sobre Cataluña. Fin esencial de la nueva autonomía es el de impedir que se lleve a Cataluña “hacia la ruina más absoluta”.
La leyenda del escudo de la gaya Tabarnia es: “Acta est fabula”. Que no opera para esta nota de opinión que seguirá observando al rico epulón de Cataluña y sus colegas de Escocia, Gales, Córcega, la Padania berlusconiana, Bretagne, Flandes y por qué no la Antioquia de las breñas colombianas.