Con apenas dos meses de ser el primer obispo de la diócesis de Magangué, monseñor Eloy Tato Lozada recibió en octubre de 1969 una llamada del párroco del corregimiento de Juan Arias manifestándole su preocupación por la peregrinación, desde hacía diez días, a una casa de la población donde se afirmaba encontrarse “el enviado por Dios”.
Aun cuando coinciden en los aspectos de tiempo y modo, otros aseguran que la llamada la recibió del párroco de la iglesia de San Pío X, porque el personaje se encontraba en una vivienda ubicada en el barrio El Carmen, de la cabecera municipal.
Era un hombre de tez blanca, cara de forma triangular, alto, de contextura delgada y cabello largo color negro, quien por su parecido al ícono que se tiene de Jesucristo seguramente se aprovechó para su espectacular actuación. De él se aseguraba que realizaba milagros de curación imponiendo las manos al enfermo y, a distancia, con el agua que bendecía para que llevaran y bañaran a quienes no podían concurrir ante su presencia.
Una vez terminada la llamada, monseñor Tato Lozada se comunicó y enteró de la situación a don Guillermo del Castillo Drago, alcalde municipal, quien a su vez retrasmitió el mensaje de intranquilidad al comandante de la estación de policía.
De inmediato y presagiando que su intervención generaría alteración del orden público, como efectivamente aconteció, el capitán de la institución se dirigió al lugar con un piquete de agentes a su cargo, quienes a pesar de la oposición de los peregrinos lograron apresar y traer para encarcelamiento en la cabecera municipal al embaucador religioso.
Por la romería de juanarieros o de los residentes del barrio El Carmen, y de sus vecinos versalleros, que se desplazaron en diferentes medios de transporte hasta el centro de la municipalidad, en contados minutos corrió por la población la noticia de la detención del “Enviado” en los calabozos del cuartel de la Policía, concentrándose en sus alrededores un sinnúmero de seguidores que pedían a gritos su liberación y amenazaban con incendiar la edificación, de ser necesario, para lograr su excarcelación.
De nada sirvió la intermediación de las autoridades civiles y eclesiásticas para apaciguar los ánimos de la turba, que con el transcurrir giratorio de las manecillas del reloj crecía numéricamente y se enardecía con mayor furia.
No les quedó otra al alcalde y al capitán de la policía que soltar al detenido, a quien una vez afuera lo montaron en el jeep Willys que manejaba el chueco Yúnez, el cual había sido descapotado para trasladarlo de pie como un líder político o una reina de barrio, repartiendo bendiciones a su paso por distintos sectores de la población, hasta llevarlo e instalarlo finalmente en una casa ubicada por los lados de La Pala, en el barrio Santa Rita.
Mejor preparados para afrontar un eventual desorden público, con los refuerzos policiales que vinieron de Corozal, a pocos minutos de finalizar la noche de ese mismo día, el capitán y sus hombres allanaron la vivienda donde pernoctaba, lo sacaron y se lo llevaron en una camioneta de la institución para el comando de Policía de Sincelejo, donde se le perdió el rastro a su existencia.
Aunque concuerdan en su traslado de pie, repartiendo bendiciones por los sectores donde pasó, otros aseguran que el vehículo en que lo llevaron fue en un carruaje tirado por una mula, y lo bajaron en el parque de las Américas, donde sus familiares que vinieron de Envigado lo reclamaron como desaparecido, y lo subieron en la camioneta para regresarlo a esa ciudad.
Como no se hizo investigación alguna sobre dicho personaje, o si se realizó no se dieron a conocer sus resultados, por lo diversas de las versiones sobre su procedencia, así como respecto al lugar exacto donde efectuó su actuación, como también del modo en que se perdió su rastro, lo cierto es que nunca se logró establecer con certeza quién era, de dónde venía y cómo fue que apareció y empezó su representación del Enviado, ya fuera en el corregimiento de Juan Arias o en el barrio El Carmen de la localidad.
De lo que hubo comentarios semanas después fue que, al igual que algunos representantes de Dios en la Tierra, sucumbió a la tentación de la carne, dejando en algunas mujeres del corregimiento, o del barrio, “soplitos divinos”, tal como en el pasado se denominaron a los chiquillos nacidos de los deslices de las feligresas con los curas, debido a que sus madres, para ocultar su pecado, justificaban el crecimiento de su barriga durante la gestación diciendo que era “un soplo del espíritu santo”.