Hubo una época en este país que lo más importante era escuchar, de 8 a 9 de la noche, La Polémica por Caracol. Allí, las dos voces que más se dejaban escuchar eran las de Édgar Perea, quien transmitía desde Barranquilla, y Jaime Ortíz Alvear que hacía lo propio desde Bogotá. En 1982 las barras bravas no existían en Colombia. A los estadios los domingos, como si fuera un paseo de olla, iba la familia a hacerle fuerza a sus ídolos: Vivalda, González Aquino, Zapuca, Arnoldo Iguarán, Willington Ortíz. Las únicas peleas que tenía el fútbol ocurrían en la hora de La Polémica y casi siempre los protagonistas eran el Junior contra Millonarios, o lo que era lo mismo, Perea contra Ortíz Alvear.
Los insultos trascendían lo deportivo y se iban a lo personal. Cuando, en 1991, Diego Maradona fue expulsado del Calcio Italiano por haber consumido cocaína, los dos, a grito limpio, se acusaron mutuamente de ser cocainómanos. La agria disputa le costó al Campeón una importante multa y ser suspendido durante tres meses.
Lejos de ser enemigos, Jaime Ortíz Alvear y Édgar Perea se tenían un cariño entrañable. Ambos, le dieron la primicia a Colombia del asalto de un comando palestino a la Villa Olímpica, que dejaría 11 atletas israelitas, cinco terroristas y un policía muerto. Ortíz y Perea estaban allí tal y como lo contó alguna vez el Campeón "Los palestinos se llevaron en helicóptero a los israelíes de la concentración. Estábamos a 50 metros del aparato y Jaime me decía: Acerquémonos para que en Colombia oigan el helicóptero. Yo le contesté: No, maestro, esa bala no me va a pegar a mí ni de vainas”.
Por otra parte, Édgar nunca se perdía Salsa con estilo el programa que condujo Jaime Ortíz, ayudado por Julio Sánchez Cristo, a comienzos de la década del 80. “El único show que no tiene cover”, como decía su eslogan, llegó a durar cuatro horas, algo único en la historia de la radio de nuestro país. Perea dijo en alguna oportunidad que todo lo que sabía de salsa se lo debía a Jaime.
Cuando, en el 2006, un cáncer de garganta le puso fin a sus excesos (dos paquetes de cigarrillos al día, una botella de aguardiente) Édgar lloró como un niño no solo por la partida de un amigo sino porque, con la muerte de Jaime Ortíz, quedaba enterrada para siempre una era de la radio en Colombia. Nada sería lo mismo. Para él gente como Casale o Marocco eran “señores sin ningún prestigio ni categoría”. Édgar, con su flamante Mercedes blanco, sus gafas rutilantes, sus anillos brillantes y el eslogan con el que adornaba las oficinas que habitó “Soy el más grande” (la misma frase con la que Muhammad Ali aplastaba a sus rivales en el ring), no aceptaba la mediocridad y por eso hizo de Jaime Ortiz Alvear no sólo su amigo, su parcero entrañable, sino también su archirrival, al menos en la hora que duraba La polémica de Caracol.
Ahora, si existe la eternidad, deben estar entrelazados en una interminable y divertidísima disputa: hay amigos que expresan su cariño insultándose, esos suelen ser los amigos que más se quieren. Édgar y Jaime eran así.