Como casi todas las cosas que pasan en nuestro país, el conflicto en la frontera colombo-venezolana nos permitió ver una vez más, y con plena claridad, una de las caras más perversas del pensamiento colectivo colombiano: el de la hipocresía.
Porque la verdad sea dicha, y aunque no nos guste escucharla, el colombiano debe ser el habitante del mundo con mayor nivel de excelencia a la hora de ser hipócrita. Su aptitud en el campo de la falsedad la ha demostrado siempre. Aunque en esta oportunidad quienes pueden, por fin, detectarlo son los habitantes de un departamento en específico: el de Norte de Santander.
Colombia, como ocurre con otros departamentos (llámense Choco o Vaupés), se aprovecha de Norte de Santander desde hace décadas, y le da la espalda casi siempre cuando sus ciudadanos más necesitan de la solidaridad de sus compatriotas. Por eso acá vengo a demostrarles que lo que digo no es mentira. A menos que haya sido falso que en 1875, cuando un voraz terremoto azotó a la ciudad de Cúcuta, ningún colombiano de otra región del país fue a darle una mano a los nortesantandereanos que quedaron prácticamente muriéndose de hambre y viviendo de la caridad. Caridad que, por supuesto, no llegó de Colombia. Los venezolanos, en ese momento, fueron las personas que ayudaron en principio a nuestros colombianos. Después, por ejemplo y aunque parezca un chiste, una donación de mil libras esterlinas tuvo que cruzar el océano, y todo porque a la reina Victoria de Reino Unido (admiradora de tiempo completo del cacao que producía la región) sí fue capaz de ayudar a nuestros cucuteños, para que se pudiera reconstruir el hospital San Juan de Dios. Pero de Colombia no llegó nada. Ahí sí nadie estuvo pendiente de ellos.
Sin embargo, y porque sé que muchos de mis detractores van a decir que en esa época las cosas eran distintas, vamos a hablar de un caso más reciente en el que los colombianos una vez más le dieron la espalda al departamento fronterizo y su gente.
A fines del año 2010, y cuando ya estaba en la Presidencia de la República el inútil que maneja el destino de 50 millones de imbéciles que dejan que él siga arruinando el futuro de tantos, se presentó en el pequeño pueblo de Gramalote una catástrofe sin precedentes. Un cerro se le fue encima a una cabecera municipal de más o menos 3500 habitantes. Los gramaloteros, los caballos, las mulas y los marranos tuvieron que escapar del pueblo porque, de no hacerlo, iban a terminar muertos. A los pocos meses, y como siempre ocurre cuando se trata de una población tan pequeña, el presidente hizo una de esas promesas que se le olvidan al montarse a su avión privado de vuelta a Bogotá. Santos juró reconstruir Gramalote y dejarlo mejor de lo que estaba, por lo que los gramaloteros sintieron que la pesadilla iba a terminar pero, por desgracia, esto no fue más que una de las tantas mentiras del bufón que negocia con las Farc, pero ignora a los maestros. Santos no cumplió con su promesa y hoy, cinco años después, el pueblo sigue siendo una pasarela de escombros. Pero, ¿y los colombianos de a pie qué hicieron? ¡No hicieron un carajo, porque esto no salió en RCN ni en Caracol, y lo que en esos medios de comunicación venales no aparece a ellos no les importa!
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