Días después de que James Rodríguez saliera como el goleador más joven de los últimos seis mundiales, Florentino Pérez hacía oficial la noticia más esperada James Rodríguez era el nuevo jugador del Real Madrid. James no sólo era un jugador mas en una plantilla llena de cracks: era una máquina de hacer plata. El 25 de julio del 2014, cuarenta y ocho horas después de haber hecho oficial su compra, el club reportaba la venta de 350 mil camisetas con su nombre enmarcado en la espalda. Nadie, ni siquiera Beckham, Zidane o Figo habían vendido un número parecido. Florentino se frotaba las manos.
En la primera temporada los mejores auspicios parecían hacerse realidad. James, con 23 años, era un demonio, una estrella que se desplegaba con la fidelidad de un batallón por toda la cancha. En 29 partidos en la Liga había marcado 13 goles. Un número record para un volante. Sin embargo las sombras empezaron a cubrir una relación que parecía destinada al idilio. En agosto del 2015, en un partido amistoso contra Perú, James se lesionaba vistiendo la camiseta de la Selección Colombia. Al mando del Real ya no estaba su protector, Carlo Ancelotti, el italiano que sólo le da amor a sus estrellas. En su reemplazo llegaba Rafa Benítez, el español con carácter de militar que se había acostumbrado a ganar con equipos chicos, a punta de sacrificio y disciplina, campeones contra todo pronóstico. En equipos grandes Rafa no era el mejor. La relación con James empezó de la peor manera, el colombiano llegó dos semanas tarde a la pretemporada y además su apoderado, Jorge Mendes, le exigía a Florentino el mismo sueldo anual que Cristiano.
El resultado fue nefasto para James. Su exigencia le costó la titularidad. Aunque cada vez que entraba hacía goles y los asistía, el rumor empezó a regarse por el fútbol europeo: James era brillante pero tenía ínfulas. Con Zidane las cosas no mejoraron y ya en el 2017, tres años después de haber sido el fichaje estrella era un jugador del montón que podía quedar salir del equipo en cualquier momento. Su precio empezaba a devaluarse. Ya lo ofrecían por sesenta millones pero nadie se atrevía a comprarlo. Su salario, nueve millones de euros al año, era demasiado elevado. Así que el Bayern lo pidió prestado. Su primera temporada fue maravillosa, hasta el punto de que salió elegido en el Once ideal de la Champions League. Se llevó muy bien con el alemán Jupp Heynkes pero la llegada de Nico Kovak desequilibró a un siempre inestable James. El Bayern nunca hizo opción de su compra y a James no le quedó más que devolverse a donde no lo querían, a la tierra de Zidane.
Rumores vienen, rumores van. Los únicos que hicieron un intento real por comprarlo fue el Napoles pero solo pujaron hasta los 35 millones de euros, un precio por el que Florentino no lo dejaría ni ver. Ahora, aunque Zidane ya hizo público su intención de no contar con él, ya el club ha mostrado que jugará con el número 16. Florentino no piensa perder su inversión. Esperará presionar a Zidane para que le de minutos y se revalorice. Será una guerra donde James ya sabe que gana si despiden al francés. Si, no hay duda de que James está en el peor de los mundos.
