Cuando hablamos del departamento del Caquetá la primera percepción que se viene a la mente de una persona que no la conoce es que es un lugar que ha sido golpeado durante años por el conflicto. Además, recuerdan las malas noticias sobre violación de derechos humanos, comentan sobre el abandono por muchos años del gobierno central y por qué no decirlo, la poca importancia que le dan los medios de comunicación a su fiestas, tradiciones y turismo.
Pero como dicen los caqueteños, quien llega a estar en estas tierras difícilmente sale de ellas. Que no te atrape la manigua (casa tradicional de descanso – choza), advierten cuando alguien llega de visita a este departamento ubicado al suroriente de Colombia y en donde se unen el piedemonte llanero con la Amazonía. Otros dicen que el que llega y logra salir, por alguna razón mágica regresa.
Llamado también la puerta del Amazonas, el departamento del Caquetá tiene una enorme riqueza hídrica y biodiversa. Lamentablemente, la deforestación por parte de habitantes, empresas privadas y la poca vigilancia del Estado están acabando con este paraíso.
Una vaca por cada hectárea. Esta equivalencia resume el modelo ganadero del Caquetá, pero al mismo tiempo define la dinámica de la destrucción de la Amazonia en esa parte del país. A pesar de ser un problema de largo aliento, solo hasta ahora entidades, personas y el Estado está asumiendo el control. Este departamento fue uno de los epicentros de la guerra con las Farc. Allí se estableció la zona de despeje durante el fallido proceso de paz de Andrés Pastrana y un gran porcentaje de sus territorios estuvo hasta finales del año pasado bajo el control de esa guerrilla.
El único control durante varios años a la destrucción de los bosques, paradójicamente, se debe a la autoridad ambiental que ejercían las Farc, que evitó que el daño fuera peor.
La verdad es que solo hasta estos años el Estado ha tenido que enfrentarse con las imágenes devastadoras de la deforestación en el Caquetá. Durante décadas, la destrucción de los bosques amazónicos había sido un problema que dejaba la coca y la ganadería propia de este lugar.
Si usted visita al Caquetá y va más allá del pueblo donde se va a quedar, va a encontrar imágenes apocalípticas de árboles convertidos en palos y cenizas; pero también encontrará lugares maravillosos y mágicos (ríos y bosques) que han sobrevivido, y reflejan la esencia de estas tierras.
Según el Estado y las instituciones del departamento estaríamos ante “una masacre forestal en zonas de reserva: 33 por ciento de los bosques del Caquetá, según se dicen, se han tumbado. Señalan con horror a sectores como Uribe, Vista Hermosa y La Macarena como los más afectados”. Como enamorado de esta tierra mágica, hago un llamado a los colonos que han estado tumbando parques naturales para convertirlos en potreros adecuados para la ganadería extensiva. No se debe dejar de hacer lo que hacen, eso es fuente de economía y desarrollo, pero sí debemos tener un control y más conciencia sobre la riqueza que tenemos a nuestro alrededor, su impacto en la economía y desarrollo del país en un futuro va a ser mucho más importante.
En ese sentido, tal vez la apuesta más prometedora para el Caquetá ante esta situación sean los programas que se crean a través del Ministerio de Ambiente con cooperaciones y financiación internacional. Y los cambios de visión de sus habitantes. Recuerden que debemos trabajar para que la región sea próspera y competitiva, pero también debemos velar porque sea respetuosa con el bosque, sin necesidad de desangrar nuestro entono para poner media vaca por hectárea.