Aquellos tiempos en que Andrés Carne de Res permanecía lleno parecen cosa del pasado. Lo que comenzó con un restaurante a la orilla de la carretera en 1982 se convirtió en un emporio que hoy cuenta con cinco locales en Chía, Bogotá, Ibagué, Santa Marta y Medellín, además de las 4 plazas que existen dentro de los centros comerciales. Las deudas ahogan a Andrés Jaramillo, y ahora con todos los restaurantes cerrados, la cifra asciende a los $ 100.000 millones.
Aunque Andrés Jaramillo hoy solo posee el 20% de la empresa sigue siendo el rostro de la marca, el mismo que tiene que poner ante los bancos que parecen no darle tregua. En la crisis económica del 98 también se vio contra las cuerdas y por eso decidió vender acciones de la empresa, una que construyó junto a su esposa Stella Ramírez cuando todavía era un hippie bogotano obsesionado con los íconos que componen la identidad colombiana.
Andrés Jaramillo descubrió el gusto por la vida montado en un bus. Los pasillos a reventar, los vendedores ambulantes, las calcomanías de la Virgen María o el Niño Dios y la música a todo volumen lo hipnotizaban. Sus días de niño los pasaba subiéndose a la primera ruta que se detuviera a recogerlo. Todavía no se imaginaba que esa misma estética se convertiría en la de uno de los negocios más exitosos del país.
Cansado de la vida en la ciudad decidió mudarse a Chía a principio de los años 80. Desde pequeño su papá, psiquiatra y meticuloso, le había escogido su destino: tenía que ser ingeniero, así como uno de sus hermanos tenía que ser médico y otro abogado. Pero Andrés no servía para eso, y un día decidió dejar la carrera en la Javeriana después de que un profesor le dijera sin tapujos que se saliera, que se buscara otra vida. Alquiló una pequeña casa a orilla de la carretera por 1.200 pesos y junto a su compañera, Stella —a quien conoció en un bus—, decidieron montar un restaurante.
No sabía cocinar, pero tenía una cuñada argentina que le enseñó a poner carne en la parrilla. Era todo lo que necesitaba para arrancar su negocio en 1982: “Andrés Carne de Res”, un nombre casi tan particular y común como los que se encontraban al borde de la carretera por aquella época. Hacia Cota existía el famosísimo “Tereza, Carne y Cerveza” y otro en Chía que se llamaba “Augusto, carne a su gusto”. Sin embargo, su negocio fue distinto.
Obsesivo coleccionador de chatarra, Andrés Jaramillo recogía cualquier pedazo de lata que se encontraba en la calle. Poco a poco les fue dando un uso y un espacio en su pequeño local, que fue construyendo con sus propias manos junto a su esposa Stella. Como no tenía plata, y su papá no le había querido prestar los 10.000 pesos que necesitaba para arrancar con el negocio, apenas si dormía una hora al día y el resto lo gastaba contsruyendo o colgando o pintando o recogiendo.
Andrés era un hippie de barba y un escarabajo azul. Sus signos eran la luna y el sol y con eso le dio identidad al restaurante, el mismo que hoy vale $5 millones de dólares, deja ganancias por $170.000 millones y recibe a más de 2 millones de personas al año, incluyendo presidentes, músicos, actores y a todos los famosos que se dan un paseo por el país. Pero de hippie no tiene nada, su personalidad se acerca más a la de un dictador, o cómo el mismo le dijo un día al famoso periodista D’ Artagnan: “Yo soy el Álvaro Uribe de Andrés Carne de Res”.
Cuando el gobierno anunció el aislamiento obligatorio y por lo tanto el cierre de todos los comercios Andrés supo que la situación se pondría complicada, pero nunca se imagino que “el fin del mundo”, como el mismo lo anunciaba con un megáfono para atraer a sus últimos clientes, duraría tanto.
Primero les ofreció una licencia no remunerada por 15 días a todos sus empleados a mediados de marzo, pero con las extensiones de las medidas de aislamiento tuvo que ordenar la suspensión de 3.000 contratos laborales, lo que significa una nómina mensual cercana a los $7.000 millones.
Los domicilios que hoy anuncia en su página no dan ni para pagar las cuentas de los servicios públicos y su emporio parece derrumbarse poco a poco. La apuesta ahora está en repartir las acciones entre los empleados, una solución que si logra respaldarla con la venia de sus socios podría reactivar el negocio, a pesar de que el presidente Duque ha repetido en varias ocaciones que las rumbas y las grandes aglomeraciones ya no podrán ser parte de la vida de los colombianos.