Desde niño José Barros conoció las bandas de músicos que tocaban en su pueblo, El Banco, Magdalena, donde nació el 21 de marzo de 1915. Disfrutaba de las fiestas y las procesiones y los danzones que se celebraban en las poblaciones ribereñas del Magdalena. El vallenato era entonces un género proscrito, porque se le consideraba una música vulgar.
Durante la época de navidad, José Benito –o Benito, como solían llamarlo los más allegados–, tenía junto con sus amigos de “la barra” la oportunidad de acompañar a los grupos de tambora y chandé y luego a formar parte de los llamados cumbiones, que retomaban las danzas rituales de los indígenas chimilas, pocigueycas y pocabuyes, el País del Pocabuy, conformado por Chimichagua, Chiriguaná, Chilloa, Chimí, Tamalacué, Mechiquejo, Guataca y Sompayón –nombre con el que se conocía anteriormente a El Banco–.
“¡Canta tú, Benito!”, le gritaban los telegrafistas y el encargado de correos, quienes acompañaban sus parrandas con tiple y guitarra. A los diez años ya cantaba y cobraba a veinte centavos por intervención. “Yo me hice compositor mamando gallo”, confesó a Alberto Salcedo Ramos, tal como lo relata el cronista en su libro Diez juglares en su patio, escrito en coautoría con Jorge García Usta.
Eran veladas en que algunas asistentes no tardaban en caer rendidas ante la habilidad de Benito, quien por las mañanas se dedicaba a jugar toda clase de bromas a los estibadores a cargo de cargar y descargar aceite, arroz, telas y sombreros, que luego zarparían con toneladas de bagre, cacao, piña y lenteja de la entonces pujante población ribereña por donde se cruzaba el comercio de Bolívar, Magdalena y Sucre.
Penúltimo entre los cinco hijos de João María Do Barro Trasviseido, Pepe, y Eustasia Palomino, cuando su padre murió José Benito quedó a cargo del cuidado de su madre y su hermana Clara y se vio obligado a abandonar sus estudios cuando apenas cursaba quinto de primaria. Trabajó como embolador, ayudante de viajes a Barranquilla y aprendiz de albañilería, tareas que alternaba con el canto, junto a la animación de fiestas y serenatas.
Aprendió música por su cuenta junto con su hermano Adriano Enrique, con quien conformó el primer dueto. La guitarra la compartió con el trío Nacional, Sebastián Herrera, el maestro Dámaso Romero y Betsabé Caraballo, artesano y lutier, quien le construyó la primera guitarra, hasta que se trasladó a vivir a casa de sus abuelos en el barrio Torrices en el sector de Getsemani de Cartagena, donde según relata Enrique Luis Muñoz Vélez en la revista musical La Lira, empezó a ganarse la vida interpretando boleros, valses, pasillos y tangos. Una de sus composiciones favoritas fue precisamente el pasillo ‘Pesares’ (¿Qué me dejó tu amor / Que no fueran pesares? / ¿Acaso tú me diste / Tan solo un momento de felicidad? / ¿Qué me dejó tu amor? / Mi vida se pregunta / Y el corazón responde: / pesares, pesares).
Viajero incansable por las poblaciones ribereñas del Magdalena, se ausentaba durante largos períodos, razón por la cual sus amigos empezar a llamarlo el difunto. Trabajó como ripiero, actividad que le inspiró ‘El minero’, canción con la que ganó el concurso La voz de Aqnioquia en 1935, cuando ya estaba radicado en el barrio Guayaquil de Medellín.
Estuvo también en Cali donde compuso Palmira Señorial y en Armero, hasta que salió del país rumbo Argentina, Chile y Brasil. Pasó por México, Guatemala, Honduras, Nicaragua y Panamá, país desde el que decidió regresar fugazmente a Colombia, para proseguir rumbo hacia Ecuador, Venezuela y Perú, en cuya capital no solo grabó para la RCA Victor el tango ‘Cantinero sirva tanda’, sino que además se hizo pasar por argentino.
Regresó a Colombia, equivocadamente en un barco que lo trajo de Panamá a Turbo. En 1943 se casó con Tulia Molano y se trasladaron a vivir a Bogotá en donde ya habían tenido acogida los ritmos de la Costa Atlántica, interpretados como Lucho Bermúdez, Abel Antonio Villa y Guillermo de Jesús Buitrago Henríquez.
“–¡Yo no sabía hacer porros! –”, confesó el maestro Barros en alguna oportunidad. “–Yo hacía baladas, boleros, fantasías, pasillos; pero no podía hacer porros, ¡Carajo! –”. Dos días llevaba intentándolo hasta que recordó que en alguna de las misas que presenció en El Banco, siendo todavía niño, un loco se metió a la iglesia imitando a un gallo en una de las respuestas que debían dar los fieles al párroco (Cocoroyó, cantaba el gallo / Cocoroyó, a la gallina), del que surgío ‘El gallo tuerto’, canción cuyo arreglo inicial fue solicitado al maestro Lucho Bermúdez, pero que finalmente terminó adelantando Milciades Garavito.
Pasarían años para que José Benito aprendiera a componer con un instrumento distinto a la guitarra, y puesto que además desconocía por completo el sistema de notación musical, debía buscar apoyo para la transcripción de sus temas al pentagrama. En 1946, año en el que contribuyó a fundar la Sociedad de Autores y Compositores de Colombia (Sayco), Antonio Fuentes lo invitó a grabar en la disquera Fuentes, cuyos temas son interpretados por Los Trovadores de Barú, el Dueto de Antaño, el Trío Nacional y Bovea ,así como vocalistas como Tito Cortez o Guillermo Buitrago. En esta época su compañera era Amelia Caraballo, su nuevo amor, quien para entonces contaba 14 años.
La década de 50 marcó su éxito en la carrera musical con ‘El vaquero’, ‘Momposina’, ‘Pesares’, ‘Dos claveles’, ‘La llorona loca’ o ‘Navidad negra’, hasta que llegó La Piragua.
Guillermo Cubillos, un señor cachaco originario de Chía (Cundinamarca) que siempre solía vestir de impecable blanco, llegó a El Banco hacia 1921 para establecer una compañía naviera entre el interior del país y la Costa Atlántica. Los puntos de operación eran Girardot y El Banco. Cubillos terminó enamorada estableciéndose en Chimichagua, cuyas riberas solían acoger desde entonces a los enamorados de la región. Cambiò los planes y decidió entonces establecer la ruta Chimichagua y El Banco en una gran canoa de 12 metros de largo y timón de pie, que los pobladores empezaron a llamar la piragua de Guillermo Cubillos que dio origen a la famosa canción que saldría a la luz una vez que el músico Hernán Restrepo anticipara su rotundo éxito poco antes de lanzarla en una emisora de Valledupar, interpretada por Gabriel Romero.
A comienzos de los 70, ya convertido en personaje, el maestro Barros decidió fundar con sus amigos el Festival Nacional de la Cumbia en su tierra natal. “La cumbia es la melodía que representa a Colombia por todo el mundo y por eso hay que cuidarla”, comentó en el documental José Barros: El cantor del río, bajo la dirección de Marta Cecilia Yánces.
- Para usted, ¿qué es la cumbia? Preguntó en su reportaje Salcedo Ramos.
- Esa pregunta me la hago yo mismo, todos los días, y la verdad es que así, con palabras, no sé qué diablos sea la cumbia. Yo siento la cumbia, vivo a través de ella. Me da fuerzas cuando estoy vencido y a veces hace que se me olvide que tengo hambre o sed.
Llegaría una tercera mujer a su vida: Dora Manzano y junto a ella siguió csu prolífica producción musical que lo llevó a completar casi 800 canciones. Honrado con múltiples homenajes y reconocimientos, el maestro José Barros ha sido distinguido, entre otros, con la Gran Orden del Ministerio de Cultura en 1999, un homenaje de la Universidad Nacional de Colombia y el Premio Nacional Vida y Obra del Ministerio de Cultura en 2002. También fue merecedor del Pentagrama de oro José A. Morales (1981), Orden nacional al mérito en grado de oficial (1984), Pentagrama Sayco de oro (1995), entre otros. Solo lo silenciò su muerte a los 92 años en Santa Marta el 12 de mayo de 2007.
Toda la programación del Año José Barros se puede consultar en www.mincultura.gov.co