Bueno que por fin se deje atrás la estigmatización que por décadas vivió esta planta. Más que una especie de la flora nativa, se la veía como el mismo diablo, capaz de llevar a la perdición a quien se atreviera a fumarla.
Recuerdo que en mi infancia mi mamá solía referirse con desprecio y miedo a ciertos personajes de la calle llamándolos “marihuaneros”. Eso para nuestras mentes elementales significaba que esa persona era peligrosa, alguien que no se podía ni mirar. Es cierto que en aquellos ya lejanos años, los que se atrevían a fumarse un porro eran personas muy pobres, que tenían oficios difíciles como el reciclaje, también la utilizaban los desocupados y los amigos de lo ajeno, porque nadie que cuidara su estatus social o económico se metía un cacho, simplemente era un mal vicio, exclusivo de la “chusma”, como diría el amigo del Chavo del Ocho.
Pero con la llegada del rock y los hippies, la marihuana hizo también su entrada triunfal a ciertos sectores rebeldes, jóvenes con suficiente dinero para comprar lo que comenzó a tener ya en ese entonces un valor económico importante. Esta valorización de la yerba seguramente desplazó a muchos de sus antiguos consumidores hacia productos más baratos pero también más dañinos como la “solución de caucho” y el bazuco.
Desde entonces entró la marihuana a ser la reina en las universidades, los ateliers de artistas y las rumbas juveniles, donde se combinaba con los hongos y el ácido. Claro, esta subida de nivel tuvo un costo para la planta, al acercarse a una sociedad con más capacidad de consumo, también empezó a generar más temor, especialmente entre los papás que veían con horror el riesgo de que sus hijos terminaran de indigentes como esos marihuaneros que tanto habían discriminado. Y con el horror llegó la prohibición, y con ella la persecución y el enriquecimiento de esos mafiosos pioneros que hicieron sus primeros pinitos en el crimen organizado de la mano de la yerba maldita. Fue la primera bonanza de cultivos ilícitos y se llamó la bonanza marimbera, que tuvo su auge en la Costa Norte de Colombia donde se hizo leyenda la Santa Marta Golden.
Después de tantos años y tan largo trasegar,
ahora se volvió buena, la yerba mala.
Buena y, sobre todo, sanadora
Después de tantos años y tan largo trasegar, ahora se volvió buena, la yerba mala. Buena y, sobre todo, sanadora. Ya hay fila de empresas, solicitando permisos al Invima para producir todos los derivados de la cannabis y otras sacándole provecho a la fibra de cáñamo. Los más adelantados en esta nueva oportunidad de negocios son los norteamericanos que ya hace varios años veían venir esta bonanza marimbera legal y se prepararon con sus cultivos clandestinos para obtener mejores y más productivas variedades.
Ahora que es legal para los usos medicinales ya se está viendo la necesidad de importar lo que aquí era casi una maleza. Nuestras variedades se quedaron atrás y las que sobreviven son las que eran buenas para el negocio ilícito, las que generan efectos psicoactivos pero no tienen tantos componentes tan sanadores como la cripy que inunda el mercado del Cauca. Porque mientras siga siendo ilegal el consumo recreativo, los mafiosos seguirán produciendo lo que ellos saben y le dejaremos el negocio de los medicamentos a los gringos.
Lástima que todavía no le alcance la buena fama a la marihuana para que le perdonen su faceta lúdica. Por ahora los cachitos seguirán siendo un gusto ilegal pero con lo famosa que se está volviendo no creo que demore mucho tiempo hasta que la legalicen del todo. Aunque me da la impresión que los consumidores, esos que la fumaban con tanto entusiasmo, ya no querrán meterse un cacho porque sentirán como si estuvieran tomándose un remedio.
El otro riesgo, es que convertida en una celebridad, la maracachafa ya no se vaya a conseguir ni siquiera para remedio. ¡Qué horror!
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