En la última cumbre de jefes de Estado y de gobierno de la Unión Europea, después del encuentro en Ginebra de los presidentes Joe Biden y Vladimir Putin, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, y la canciller alemana, Angela Merkel, plantearon la urgencia de un diálogo directo con Putin. Sin embargo, miembros de la UE como Polonia, Holanda, Suecia y los países bálticos se manifestaron en desacuerdo.
Alemania y Francia, las dos potencias más importantes de Europa, no quieren figurar en el escenario internacional como simples fichas de la política de Estados Unidos, sino como protagonistas preponderantes en el diseño de la nueva arquitectura mundial. Por eso consideran para Europa trascendental iniciar conversaciones directas con Moscú y Pekín sobre acuerdos de cooperación y movidas en el nuevo orden mundial. Están convencidos de que el diálogo directo con Rusia es el mecanismo más adecuado para resolver los conflictos que tiene Europa con el Kremlin, para fortalecer los vínculos de cooperación y definir líneas rojas que permitan una mayor estabilidad en la seguridad europea.
El eje franco-alemán funge como un trampolín para integrar a Rusia a Europa. Por lo tanto, lo que pretenden es desmarcarse de la política de confrontación de Biden contra Rusia y China. Para la canciller Merkel es necesario que Europa busque un diálogo directo con Rusia y no dependa de los criterios del gobierno estadounidense para diseñar la política de Europa frente a Rusia y en eso coincide con Macron y otros mandatarios europeos.
Uno de los más peores errores de la administración de Obama y de la Unión Europea fueron las sanciones económicas contra Rusia, con las cuales buscaron estrangular su economía y frenar su resurgimiento imperial, pero terminaron lanzándola a los brazos de China.
Fue una política errática que permitió el fortalecimiento de las relaciones políticas, económicas y estratégicas entre las dos potencias, claves para el desarrollo de la nueva ruta de la seda terrestre, marítima y satelital con la cual los chinos unen rutas terrestres, marítimas, oleoductos y gasoductos entre China, Asia central, Oriente Próximo, Rusia y Europa.
Antes de la anexión de Crimea, las relaciones entre la UE y Rusia fueron fluidas debido a que desde 1997 habían celebrado 32 cumbres bilaterales. Pese a que Rusia perdió por los escollos de las sanciones en sus relaciones con Europa y por su salida del G8, pero le sirvió para afianzar sus relaciones con China y Alemania. A pesar de las sanciones, Berlín continúo consolidando sus relaciones con Rusia. Ahora Estados Unidos para recomponer su dominio sobre Europa, reconfigurar su hegemonía y sus intereses estratégicos está interesado en incrementar las tensiones entre Europa y Rusia. En cambio, el eje franco-alemán trata de sacudirse y liderar el desarrollar nuevos acuerdos de cooperación, superar los conflictos y avanzar hacia una política economía de mayor integración entre Europa, Rusia y China.
El lunes Macron y Merkel mediante videoconferencia hablaron con el presidente de China, Xi Jinping, para afianzar los nexos de cooperación entre los tres países. Es la tercera reunión de los tres en menos de seis meses. Se sabe que uno de los temas que abordaron fue la nueva ruta de la seda terrestre, marítima y satelital. China les propuso crear una plataforma a cuatro bandas entre China, Alemania, Francia y África. Su propuesta es para que se sumen a su plan de la ruta de la seda digital para sacudirse de la dependencia estadounidense en la revolución de las nuevas tecnologías. El premier de China busca consolidar las relaciones con el eje franco-alemán para que Europa desempeñe un papel de mayor protagonismo en el nuevo orden mundial y tenga una mayor independencia estratégica de Estados Unidos.
El miedo de la Casa Blanca radica en que Europa consume más del 14% de la energía mundial y solo produce el 6,5%; importa el 85% del petróleo y el 67% del gas que consume, más de la mitad depende de los suministros de Rusia. Suministro que se garantiza con el gasoducto Nord Stream que transporta gas ruso a los mercados de Alemania y Europa por el Mar Báltico. Además, Rusia suministra el 27% del uranio que necesita Europa y le enriquece el 41%. En otras palabras, la seguridad energética de Europa queda dependiendo de Rusia, que con los gasoductos aumenta su importancia como socio estratégico de los europeos y como una potencia energética global.