Fue inevitable que estas frases, con su correspondiente melodía, acudieran al encuentro en la primera vez que pisé aquella tierra, antesala del trabajo de documentación que dio pie a un capítulo de “Colombia, Tesoro Natural”: “Cuando Dios hizo el Edén, pensó en América; todo un inmenso jardín, eso es América…”. Elocuentes palabras de aquella bella canción que el desaparecido intérprete español Nino Bravo lanzó a la popularidad en los años 70, extendida en la versión posterior del mexicano Luis Miguel, y que me vino instantáneamente a la mente en el llamado Eje del café colombiano o Eje Cafetero. Es jardín, es inmenso, es paraíso de primavera eterna, es olor a café constante, es la magia y el embrujo de las orquídeas y las heliconias, es un alma henchida desde fincas y parajes que uno imagina más cercanos a la idea bíblica de la tierra prometida, aunque aquí no haya playas de arena blanca ni mar azul turquesa. Este es un mar del más puro esplendor en la hierba, un mar de palmas de cera, enjutas y enfiladas apuntando al cielo; un mar de cafetales y verdores, de aves y soles, de la fina orfebrería heredada de la tribu prehispánica Quimbaya, también de contrastes, de nevados y volcanes, de bananeras y aguas termales. Un mar cuyos metafóricos pescadores de piel trigueña, de marcado acento paisa, que particularmente me fascina, son declarados seguidores del Maestro, pues es tierra esta de profundo sentir religioso en gentes devotas de Dios y amantes de la madre de Jesús, la Virgen María.
Esta introducción denota mi especial debilidad por esta región de Colombia, a la que siempre puse primera en la lista en cuantas opiniones personales me han requerido y en cuantas entrevistas he tenido el placer de atender dentro y fuera de Colombia. Una región que abarca varios departamentos, cuyas gentes y entorno se sienten cálidos y orgullosos de su naturaleza y del más famoso fruto de la misma, el Café de Colombia, que Juan Valdez hiciera famoso en el mundo entero en un inolvidable comercial que aun recuerdo de mis tiempos mozos en mi natal España. Mi primer amanecer en el Quindío fue una vivencia inolvidable, una arquitectura divina, una estampa que jamás me abandonará. La belleza de la sencillez es la más sublime belleza. Una taza de tinto caliente recién hecho, de fondo el paisaje de las plantaciones, en la hamaca de una finca cafetera, adivino entre el verdor de los arbustos un ñeque buscando su desayuno, no lejos de donde la noche anterior hurgó su cena el armadillo, animal por cierto adecuadamente protegido de la caza furtiva de quienes buscan en su carne lo que no se les ha perdido. No hay más ruido que el del silencio mágico que tan solo la naturaleza interrumpe. La temperatura es la ideal, la luz también.
El Eje Cafetero es una contemplación constante. La eterna primavera de estas tierras ofrece una flora deslumbrante que sorprende al visitante en todo momento, es el jardín que no cesa. En el Quindío se ubica el conocido Valle del Cocora, reserva natural de la zona alta del río Quindío, una exposición permanente de verdor intenso aderezado con infinitas y espigadas palmas de cera que sobrepasan los sesenta metros, símbolo patrio colombiano y parte de un paisaje característico en donde el paseo en bicicleta de montaña o las rutas senderistas son un gran gozo. Es el hogar de los colibríes y del loro orejiamarillo, una especie protegida en peligro de extinción según cuentan los lugareños. Un gran escenario que a su vez se erige como puerta de entrada a la ruta hacia los nevados.
La región no solamente ofrece esa exclusividad del contacto sereno con la madre naturaleza, cuando uno pregunta pronto recibe respuesta acerca de las actividades que se pueden desarrollar, como el balsaje en el Río la Vieja recorriendo el cauce desde tierras vallecaucanas en dirección nordeste. También se encuentran operadores para deportes extremos, hay posibilidad de practicar con el kayak en el Río Barragán, sobrevolar los fértiles valles en un parapente en Calarcá, Belén de Umbría, Apía o Caldas.
La capital del departamento caldense es la referencia para visitar el Parque Nacional Natural Los Nevados, con alturas que llegan hasta los 5.231 metros sobre el nivel del mar. Es el paso los 22 grados de temperatura media cafetera al frío extremo de las cumbres blancas, la interrupción de la primavera omnipresente por el invierno blanco. Lugar de páramos y volcanes, donde el espíritu se siente atraído si se es devoto del montañismo, la escalada en hielo y roca, la espeleología, o simplemente la fotografía, la observación de las estrellas y la meditación.
El Triángulo de la Primavera
El Eje Cafetero también es conocido como Triángulo del Café, es el que forman las tierras del Quindío, Caldas y Risaralda principalmente, aunque también comparte tradición el norte del Valle del Cauca, la región del suroeste de Antioquia y una parte del Tolima. Ciudades referencia del café como Manizales, Pereira y Armenia son exponentes de un legado colombiano al mundo con un paisaje que contrasta la naturaleza de la zona con esa típica y colorida arquitectura de las casonas y de los conocidos vehículos todoterreno rebautizados como “yipaos”, así tal cual suena, palabra resultante de la pronunciación nativa de los Jeep Willis estadounidenses que hacen de transporte de personas y carga. Ambos forman parte irrenunciable del paisaje del café.
Esta parte de la cordillera central andina que cruza por el medio del país es un paraíso del ecoturismo, el alojamiento en las espectaculares fincas cafeteras da pie al torrente de sensaciones descritos en el principio. Muchas haciendas y casonas tradicionales rurales han sido acondicionadas para servir de hospedaje, emulando de este modo las tradiciones de los primeros colonos antioqueños. Vivir el café es montarse en un caballo y recorrer sus tierras, mezclarse en el entorno, respirar, mirar y sentir como quienes viven y trabajan estas fértiles tierras desde siglos atrás.
El Jardín Botánico de Calarcá es un vergel mariposario para poder dilatar la retina del visitante que entra a la región procedente de Bogotá. Es la mayor muestra de mariposas de Colombia, una orgía de colores y belleza natural incomparable. Mariposas encontré así mismo en el contacto con uno de los obligados destinos quindianos donde el contacto con esta belleza cafetera es integral. Es el Parque Nacional del Café, muy cerca de Armenia, en la localidad de Montenegro, creado por la Federación Nacional de Cafeteros. En él se accede a todo el proceso de la producción del grano en una réplica exacta de la ciudad colonial, enriquecido con vistas panorámicas desde el teleférico y el mirador de la torre de madera que abren un horizonte donde evocar el olor y aroma del café más suave y delicioso del universo.
De Montenegro a Pereira, una vía que siempre invita a sentir el aire suave que envuelve la atmósfera. Risaralda es la variedad de animales y plantas de Otún Quimbaya, es el pintoresco ir y venir de “yipaos” de Marsella, es el sabor paisa del pueblito Santuario, cerca de Tatamá, y es la calidez y belleza de sus mujeres. Pereira también es capital referencia de la flora, la fauna y de quienes alistan sus cámaras para recoger hermosas estampas. El Zoológico Matecaña presume de reputación sudamericana, a tenor del testimonio de los pereiranos cuenta con un alto índice de reproducción, al punto que hace años se engendró un “ligre”, así al menos le bautizó alguien, cruce de león africano y tigre de Bengala.
El Eje Cafetero cuenta con varias zonas donde disfrutar del relax, placer y beneficios de las aguas termales, fruto también de su privilegiada naturaleza. Las más célebres se ubican precisamente en este departamento de Risaralda, en Santa Rosa del Cabal, una experiencia de spa y balneario donde se reciben masajes y tratamientos de relajación y cuidado corporal en medio del verdor de la espesa y frondosa vegetación. Un bienestar añadido a los masajes que el alma recibe de forma constante en toda la región.
Sentado frente a la hoja en blanco, me viene el recuerdo de una buena tierra y mejor gente. Colombia es el Eje Cafetero y el café es Colombia. Volveremos en nuestros caminos a recorrer este pedazo de planeta donde los colibríes apuntan a la bella flor, donde las palmas de cera apuntan directamente al cielo azul, donde el cielo apunta directamente al paraíso. ¿Te apuntas?