Ni malabarista, ni bailarín, ni payaso, ni músico, menos académico o político, Duque es, a lo sumo, una pésima mercancía con un diseño de marca finamente elaborado, un producto parecido a esos de televentas que se muestran absolutamente necesarios y útiles hasta que se abre la caja y no queda otra que guardar la decepción en alguna estantería antes de tirarlo a la basura.
Se han ido descascarando cada una de sus supuestas cualidades (ninguna en lo político) no es el gran bailarín, a duras penas lleva el paso, ni el gran músico, no pasa de las tres notas que recuerda de su melancólica adolescencia de rockero, en deporte se comporta como aquellos frustrados que rememoran haber sido alguna vez una joven promesa del deporte perdida por cuenta de una mala lesión.
Duque es, eso sí, una victoria táctica de la ultraderecha, una respuesta efectiva a sus dos derrotas consecutivas, de Arias su falta de carácter, su discurso soso y del carisma inexistente de Zuluaga surgió un nuevo producto, mucho más vendible, sin las fallas de los anteriores aunque igual de desechable. Sea que comprenda o no su rol, Duque está pasando a ser el peor presidente de la historia de Colombia, sus decisiones todas a favor de las grandes empresas, de los terratenientes y de las multinacionales, en medio de una crisis económica inocultable e indetenible, mientras que su partido lo abandona en público, pero le escribe los discursos y le traza las leyes en privado.
Todo sea mientras que el quemado, como los años viejos muy populares con su rostro, sea el hombre y no el proyecto, incluso su mentor o titiritero o ventrílocuo, lo desconoce eventualmente en público. La tarea de Duque es la de mártir, su vida política será sacrificada por el bien de la expansión del proyecto de ultraderecha, no será posible en otro gobierno firmar tantas leyes, desbaratar tanto más la paz, hacer concesiones con multinacionales, aumentar impuestos y el pie de fuerza.
Y al unísono su incapacidad política-académica se ha convertido en una cortina de humo demasiado buena para que sea accidental, cada desacierto suyo inunda las redes con mofas, en un desconocimiento absoluto del tamaño de su cargo, sin embargo esas risas colectivas parecen sublimar la indignación, mientras nos reímos del bufón en el congreso se aprueban en contrarreloj reformas tributarias, impuestos… A la par que nos reíamos de su desacierto histórico sobre el papel de EE. UU. en la independencia de Colombia a los ganaderos se les entregaba recursos de la nación, y en el congreso se daban las últimas estocadas de la ley de financiamiento, y ahí mismo Pompeo definía las últimas líneas del plan de intervención a Venezuela ¿no será una paradoja histórica hablar de independencia en el marco de un plan de intervención?.
Duque es en últimas el gran bufón de la derecha, está ahí para hacernos reír mientras todo se viene a cuestas, todos sabemos que él no manda, solo pone su firma y su nombre, mientras recorre el país con una guitarra, un balón y un juego de naipes, tal vez se consuele al sentirse un poco como Garrik, él posiblemente crea que su misión sea enseñarnos a reír con llanto y también a llorar con carcajadas.