En la bucólica Pasto del año 1894 se presenta un hecho histórico que nos permite entender la cosmovisión de este pueblo. Los actores: un educador, Rosendo Mora, y un eclesiástico, Ezequiel Moreno. El primero progresista, amante de las ciencias, pedagogo de reconocida trayectoria y visionario de la juventud. El segundo, retrógrado, inquisidor, intolerante e intemperante, que consideraba que el liberalismo era pecado y perseguía a quienes profesaban simpatía por la ciencia y el conocimiento.
El hoy santo católico aconsejaba la fuerza contra las ideas liberales y exhortaba a la feligresía a empuñar las armas contra los liberales y sus ideas: “La guerra, sin duda, es un mal que tiene su origen en los pecados de los hombres, y es un castigo que Dios permite para purificación de la nación. Es preciso, pues, arrepentimiento, oraciones y penitencias. Pero es necesario también empuñar las armas, y no prestar oídos a los liberales pacifistas, hombres que pasan por honrados y prudentes, 'que con nadie se meten', como ellos dicen, que tienen sonrisas afectuosas para la religión y sonrisas complacientes para sus enemigos”.
En su testamento, octubre 6 de 1905, dejó consignado su odio contra todo aquello que signifique progreso y desarrollo para los pueblos: “No hago testamento, porque soy religioso y nada tengo [...] Confieso, una vez más, que el liberalismo es pecado, enemigo fatal de la Iglesia y del reinado de Jesucristo y ruina de los pueblos y naciones”.
Lo cierto del asunto es que a raíz de un pronunciamiento científico del educador Rosendo Mora y R. el clérigo desata una persecución en su contra y lo condena a refugiarse en la vecina república del Ecuador hasta donde llega su furia clerical. En este asunto toma partido el clérigo Federico González Suárez y condena las persecuciones y acusaciones contra el educador, que él encuentra sin fundamento.
Ignacio Rodríguez Guerrero, en sus estudios históricos, nos da luces sobre el asunto en cuestión: “Ese benemérito ciudadano, apóstol de la educación popular, había fundado en Ipiales, hacia 1891, un colegio de fama, en cuyas aulas encontraron discreto hogar espiritual no pocos alumnos de la juventud colombo-ecuatoriana de entonces. Un discurso del rector del Plantel, acerca de la nebulosa de Laplace y del experimento de Plateau, fue suficiente para que la autoridad eclesiástica de Colombia fulminase excomunión contra aquél. Perseguido en su propia patria, el doctor Mora buscó refugio en Tulcán, en donde, sin renegar de sus ideas políticas ni de su nacionalidad colombiana, recibió el encargo de dirigir el colegio Bolívar de esa ciudad, por determinación de Alfaro. Saberlo el señor Moreno Díaz y lanzar excomunión contra el educador colombiano y contra los padres de familia que enviasen sus hijos al colegio de aquél, todo fue uno, sin parar mientes en la intromisión indebida que así realizaban en diócesis de ajena jurisdicción…”.
(A propósito de esta teoría científica, se la puede resumir sencillamente: “La teoría nebular es una explicación de la formación de los planetas formulada por primera vez por Descartes, en 1644. Propuso la idea de que el Sol y los planetas se formaron al unísono a partir de una nube de polvo estelar. Esta es la base de la teoría nebular, pero lo esencial de la teoría lo formularon posteriormente Laplace y Kant. La teoría de Kant y Laplace (1796) afirma que la nebulosa primitiva se contrajo y se enfrió bajo el efecto de las fuerzas de gravitación, formando un disco plano y dotado de una rotación rápida. El núcleo central se hizo cada vez más grande. Posteriormente, debido al aumento de la velocidad de rotación aparecieron fuerzas centrífugas que formaron los planetas. La baja velocidad de rotación del Sol no podía explicarse. La versión moderna de esta teoría asume que la condensación central contiene granos de polvo sólido que crean roce en el gas al condensarse el centro. Finalmente, luego de que el núcleo ha sido frenado, su temperatura aumenta, y el polvo es evaporado. El centro que rota lentamente se convierte en el Sol. Los planetas se forman a partir de la nube, que rota más velozmente”).
Pero la viril protesta de González Suárez no se hizo esperar. ¿Hubiera callado en ocasión semejante quien tuvo de su parte la justicia y quien en su vida a nadie temió? Cuál fuese la sinceridad de su conducta nos lo dice el propio prelado, cuando en carta a don Abelardo Moncayo, escrita en Ibarra el 30 de abril de 1899, expresó: “Por nuevos datos muy seguros que me han venido de Quito me confirmo en la convicción de que el Ilustrísimo y Reverendísimo Sr. Arzobispo y los eclesiásticos de Quito están en comunicación con los de Pasto, para apoyar y favorecer al Ilustrísimo Moreno en la campaña que éste señor tiene abierta contra el Colegio de Tulcán…”, y para entender el valor y sentido de justicia de Federico González Suárez, nos permitimos transcribir sus palabras: “Si hubiera justicia en la guerra que se hace al señor Mora, yo lo habría perseguido también…”.
A Federico González Suárez quiso obligárselo a tomar partido favorable al fanático Ezequiel Moreno Díaz, pero muy arrogante y justo, responde “De Roma —dice— se me mandaba una cosa indecorosa: ¿Cómo podía yo obedecerla, sin representar primero al Papa los motivos que tenía para no poder ejecutar lo que se me mandaba...? Contesté, pues, que no podía hacer la publicación que se me exigía, expuse las razones de mi negativa y que si tal publicación era requisito para mi obispado, que renunciaba la Mitra, y que me comprometía a hacer que el presidente de la República retirara mi representación. Primero me habrían quemado vivo, antes de cometer una acción indigna: y ¿para qué?… ¡Para ceñirme una mitra!”.
Ejemplo de hidalguía, valor y honor. Ejemplo que seguir en estos tiempos utilitaristas donde se venden los más caros honores por unas simples lisonjas humanas. Federico González Suárez fue combatido duramente por sus hermanos ecuatorianos y americanos al punto que “La aparición de los primeros tres tomos de la Historia General del Ecuador fue recibida con estudiada indiferencia haciéndose en torno de ella la conspiración del silencio y la guerra del vacío… Rosendo Mora se constituyó en el emblema del coraje en la defensa de sus ideas y todos sabemos en qué pedestal se encuentra Moreno Díaz.
Transcurridos 124 años de estos hechos censurables contra un educador, Rosendo Mora, y el abuso y persecución de la Iglesia católica representada en Ezequiel Moreno Díaz, se hace necesario reivindicar su nombre y devolverle la honra que le corresponde. En verdad y dado el momento histórico y social en que acontecieron los hechos podemos afirmar que la persecución y estigmatización contra Rosendo Mora se constituye en una afrenta contra la ciencia y las ideas liberales. Ya numerosos historiadores e investigadores nos han permitido ver y conocer los crímenes cometidos por el hoy santo católico Ezequiel Moreno Díaz, guerrerista, fanático, asesino de las ideas y de los pueblos libres y cultos, quién ni siquiera en su tumba cesó en su odio y ordenó que se colocara sobre su féretro que matar liberales no es pecado.
Es momento de reconocer el valor, la hidalguía y el saber del educador Rosendo Mora, las injustas persecuciones de las que fue víctima y su papel preponderante en la dirección, en Tulcán, de la primera institución educativa laica de América, gracias a la visión e inteligencia del presidente Eloy Alfaro, que supo ver en nuestro coterráneo las virtudes y el carácter que le permitieran dirigir y defender la verdad científica, la correcta pedagogía y el pensamiento libre y liberal que caracteriza a los pueblos cultos y progresistas.