A casi dos meses de la posesión del presidente de la República, la naciente gestión de Iván Duque ya ha sido calificada por analistas y académicos de todo rubro como un conjunto de primeros aciertos y desaciertos en el marco de una política ambigua para integrar las diferentes visiones de los partidos y su adaptación al máximo cargo de gobierno en tanto que es un administrador público inexperto.
Se ha calificado como positivo su acatamiento a la orden de más de once millones de colombianos de luchar contra la corrupción reuniendo a todos los partidos a una sola voz en esta empresa, lo que refleja —aunque esta es una aseveración muy prematura— una relativa independencia del presidente con respecto a su partido. Por otro lado, ha suscitado la más encendida polémica con la elección de Alberto Carrasquilla como ministro de Hacienda y su apuesta fiscal, que se presenta lesiva contra las clases bajas y medias. Así mismo, la opinión pública ha aprobado o censurado las posiciones que ha tomado en la lucha contra la drogadicción y la salida de Colombia de la Unasur.
Frente a este panorama de ambivalencia crítica surge la necesidad de una opinión netamente académica, social y patriótica en una toma de posición clara con respecto a la presidencia de Duque y su gestión de gobierno.
Sin caer en la crítica prematura en el afán de practicar una prognosis histérica, realizaremos el respectivo análisis de la administración duquista en la relación de coherencia que mantenga con su discurso, pues al menos con respecto a sus propuestas ya se puede entrever las líneas de desarrollo que posiblemente tomará su gobierno.
Y es que en materia de discurso no deja de aturdirnos aquella frasecita mediocre, central en su proyecto de gobierno, que reza: “yo no voy a gobernar con espejo retrovisor”. Según nos explica el presidente esto significa que no va a gobernar con voluntad punitiva o rencorosa, sino por el contrario, con ánimo totalmente propositivo y de construcción de país a futuro. ¡Excelente! Pues —al menos en el discurso, reiteramos— no pretende azuzar como lo hacen ciertos colectivos de izquierda.
Sin embargo, más allá del discurso rosa de unidad, ¿acaso no vemos una firme voluntad de preservar el statu quo? Peor aún, de hacer la vista gorda a las problemáticas del país que tienen un marcado carácter estructural e histórico. ¿Acaso la pobreza rural y la violencia armada no obedece al problema histórico de concentración abusiva de la tierra? ¿Acaso la informalidad que predomina en la economía colombiana no es resultado de la irrupción multinacional en el territorio? ¿Que la empresa colombiana fracase ante la competencia imposible contra los capitales internacionales? ¿Que la pauperización, la violencia y la miseria suburbana sean producto del desplazamiento y la pérdida de los recursos de vida de nuestros campesinos por el conflicto armado?
Un conflicto armado histórico y de factores estructurales. ¿Qué el miserable “sistema de salud” que deja morir el colombiano en la puerta de los hospitales sea un producto de la mercantilización de la salud? ¿Qué la deserción del sistema escolar y el fenómeno de la delincuencia juvenil no tiene algo que ver con la progresiva privatización de la educación? Una educación que por cierto es de baja calidad y apoyada en modelos paquidérmicos. ¿Acaso el atraso histórico en materia científica e innovación tecnológica del país no ha obedecido a la ideología de las grandes ganancias y menores costes? El colombiano no merece inversión según nos demuestran los mercaderes del estado.
“Yo no gobierno con espejo retrovisor” es la expresión de un programa de gobierno que solo reacciona frente a la coyuntura, una gobernanza tibia incapaz por falta de voluntad y de genio para transformar radicalmente los problemas profundos del país, pues solo actúa frente a las problemáticas del momento sin erradicar el problema de raíz. Y es que un programa verdaderamente revolucionario —y no se entienda revolución en el sentido neomarxista— identifica los problemas desde la raíz de los mismos y emprende una labor prometeica para la transformación total de las estructuras sociales que generan la miseria y el atraso en todas las dimensiones de la vida nacional. Las más titánicas empresas son proyecciones a futuro en tanto que se arraigan en los problemas más sustanciales de la vida del pueblo, esta es la verdadera condición de la gran política. Todo lo que se sitúe fuera de esto es simplemente reaccionaria demagogia y en esencia pequeña política para politicastros de oficina.
Pero más fundamental aún, este “yo no gobierno con espejo retrovisor” obedece a una deliberada amnesia histórica como perpetuación del neoliberalismo. Cómo no preferir ignorar que Duque es la más reciente ficha en el largo proceso de neoliberalización del estado que arrancó con Gaviria. Neoliberalización que ha preferido el capital transnacional al empresario y agricultor colombiano. Que ha vendido activos del estado a foráneas empresas privadas. Que permite la destrucción de nuestro patrimonio natural por el capitalismo predatorio internacional. Aquel neoliberalismo que ha rebajado la salud de un derecho fundamental a un servicio privado. Como no olvidar la progresiva concesión al gran capital empresarial por encima de los derechos laborales. Y no olvidemos —nosotros no lo haremos— que esta deliberada amnesia es el recurso Duquista para tapar los desastres humanitarios provocados por el gobierno de su mentor Álvaro Uribe. Así mismo para disfrazar la corrupción de Ordoñez, la rufianería de Carrasquilla, la ineptitud vergonzante de Ángulo, y la felonía de Gaviria.
Al obliterar la conciencia histórica necesaria para cualquier transformación nacional, el neoliberalismo se vende a sí mismo –en su visión progresista de la historia —como única solución posible a los problemas del momento –en gran parte provocados por él—, cual analgésico transeúnte que sin atacar los males de raíz se asegura el monopolio de las panaceas de bolsillo, un auténtico gobierno de mercachifles.