En este momento el presidente Duque aparece abrumadoramente desprestigiado; no son pocos los que lo ven como el peor presidente de la historia.
Sin embargo puede ser -y es probable- que la historia sea más generosa con él que sus contemporáneos.
Sin lugar a dudas se recordará como el mandatario al que le tocó la pandemia. Y esto se refleja en varias curiosidades.
En cuanto al manejo de las misma, se tuvo la sensación inicial -solo ‘percepción’, decían- de un deficiente manejo, y no puede haber duda que lo fue (compra tardía de vacunas, insuficientes UCIs, inexistencia y cierta indiferencia por los tests, medidas improvisadas y exageradas -v.gr. ‘La rebelión de las canas’, etc.). Pero el resultado -por cualquier razón que sea- terminó siendo pasablemente aceptable, sobre todo en comparación con otros países a los que les fue más mal -también por cualquier razón que sea-.
El peor de los manejos correspondió al tema de la economía que es en últimas el que más pesa:
La inercia del modelo que venía ya traía gravísimos problemas con las finanzas del Estado en decadencia y sus consecuencias totalmente negativas en la población. La propuesta de solución, con disminución de los impuestos a los sectores organizados -empresas y altos estratos con la idea de generar así empleo-; y alza en los recaudos directos IVA y ampliación de la base gravable para compensar esa disminución de ingresos, lo que logró fue un gran inconformismo y la rebeldía de la población.
La pandemia impidió que los movimientos sociales continuaran, pero las medidas tomadas para enfrentarla agravaron la situación. Se presentó la posibilidad de rectificación con un intento de segunda reforma tributaria, con la cual, siguiendo el principio de ‘al que no quiere caldo se le dan dos tasas’, el ministro propuso doblar la receta produciendo tal levantamiento ciudadano que fue retirada y él abandonó el cargo. Una nueva reforma se vendió con orientación parecida pero medidas menos drásticas.
Lo paradójico es que lo que debería o podría haber sido de esperar como un resultado catastrófico por seguir ese camino, fue corregido por circunstancias que contradecían la teoría que el gobierno aplicaba: por un lado la pandemia misma había obligado a abandonar las políticas de austeridad y equilibrio fiscal (incluyendo el abandono de la ley de ‘regla fiscal’) de tal manera que se aumentó el gasto como lo hubiera sugerido la teoría Keynesiana (contraria a la nueva ortodoxia neoliberal), evitando una recesión mayor; y por otro lado el aumento de los precios de las materias primas (petróleo y carbón) representó unos ingresos inesperados pero que subsanan parcialmente los inmensos déficits que se venían ocultando con malabares contables.
El resultado es que, por razones ajenas a la voluntad y las políticas del gobierno, la economía sobreaguó.
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El frente internacional en el cual el Dr. Duque decidió hacer su gran apuesta parece ser su gran fracaso
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El frente internacional en el cual el Dr. Duque decidió hacer su gran apuesta parece ser su gran fracaso. El reconocimiento de Guaidó como presidente de Venezuela habría sido su gran éxito si se lograba tumbarlo (y más si era bajo la forma de un concierto); pero el hecho es que no solo no resultó, sino que solo ha traído perjuicios, porque a nadie le conviene la mala relación con el vecino, y menos por los lazos de interdependencia que teníamos.
Lo paradójico aquí es que donde seguramente tendrá Duque el mayor reconocimiento histórico será por el manejo de la crisis migratoria y la recepción de los exilados de Venezuela. Esa acción humanitaria (que, puede argumentarse, atrajo también aportes a la economía) no solo relegará a un segundo plano los daños producidos por la infortunada política hacia Venezuela sino será, como ya se menciona, un ejemplo para el mundo.
Y su imagen en la política interna pasará como el que logra superar el estigma de haber sido ‘el que diga Uribe’, ya que, tras haber intentado ‘volver trizas el acuerdo de paz’, corrigió rumbo y, pausadamente pero sin oponerse, permitió su implementación.
En resumen lo que hubiera podido esperarse como la falta de capacidad de gobernar fue remplazada por circunstancias que no dependieron de él; le tocó afrontar problemas para los cuales ni él ni nadie estaba preparado; y tuvo la suerte que las circunstancias se le impusieron -como probablemente le hubiera sucedido a cualquier otro gobernante- produciéndose los resultados que, sin deberse a su intervención, son aceptables.