El duende del pozo

El duende del pozo

'En el fondo muchos seguíamos creyendo en antiguos relatos'

Por: Óscar Saúl Argüelles Díaz
octubre 14, 2015
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
El duende del pozo

Llegaba el zapatero el día esperado a la hora pactada, hubo los respectivos saludos le entregaron varios zapatos para arreglar. Después de regatear cuadraron el precio, fijado el monto a cobrar por el trabajo, se dispuso a comenzar, cuadro su caja en la terraza, la abrió y sacó de su interior las herramientas a utilizar: martillo, tachuelas, clavos y una botella con un extraño color amarrillo en su interior, primera vez en la vida que veía ese líquido, el zapatero lo untaba a los zapatos que iba reparando, metía un palito en la botella y lo sacaba sucio del viscoso líquido amarrillo.

Eso que sacaba una y otra vez de la botella, tenía un olor impactante que sacudía todo mi sistema respiratorio, olvidando que no había almorzado ese día. Al zapatero que venía del  pueblo de Campeche, lo atacaba con preguntas: ¿Que donde vivía?, ¿Cómo se llamaba?, ¿Que si conocía la escuela donde yo estudiaba allá en Campeche?, ¿Qué cómo le parecía esta finca?, le decía que mi abuelo le puso el nombre de “Candilejas” a la finca, en homenaje a la película de Charles Chaplin, llamada de ese mismo modo, solo repetía lo que había escuchado no tenía idea a que me refería. La curiosidad de niño de ocho años era la que me poseía y me hacía molestar al zapatero, él me respondía de buena forma e incluso se jugaba conmigo diciéndome que se llamaba: “Como tú” y le preguntaba:

- ¿Te llamas Óscar? ¿O te llamas Nino, igual que mi apodo familiar?

Él me repetía otra vez:

-No, me llamo “Como tú”-

Volvía a caer en su juego un par de veces más, hasta que me di cuenta de la broma, en realidad no recuerdo el nombre del zapatero, pero lo que sucedió después si lo recuerdo bien. Ya tenía como una hora observándolo hacer su trabajo, ya él tampoco hablaba mucho, lo veía un poco cansado, cuando de repente fijé mi vista hacía el árbol de mango que estaba encima de la batea, en una rama en la parte alta del árbol veía a un pequeño ser de aspecto humanoide, con una extraña piel verdosa de orejas puntiagudas y  largas, que daba la apariencia de ser un duende el cual estaba comiéndose un mango maduro, riéndose a carcajadas, haciéndome mofas burlándose de mí, lo miraba de pies a cabeza, le comenté al zapatero pero él estaba muy concentrado en su trabajo así que no me prestó atención.

Daba brincos y vueltas en la rama, quería tumbar todos los mangos sin importarle los que estaban verdes todavía. Repentinamente un remolino de polvo y hojas secas se formó en la entrada de la finca recorriendo hasta el árbol de mango tumbando al duende de la rama este cayó estrepitosamente, a lo que vio esto el zapatero grito:

-¡Fuera carajo...!-

El juguetón duende asustado se fue huyendo en dirección al pozo de agua que estaba cerca del árbol de mango y se lanzó a la profundidad, salí corriendo a ver lo sucedido, desde el borde observaba como nadaba, escuchando que me decía:

 -Ven tírate y ayúdame a salir de aquí-

Iba a lanzarme cuando llegó el zapatero:

-¿Oyeee pelao que vas hacer?-

Me preguntó desconcertado.

- ¡Voy a salvar al duende que está allá en el fondo nadando!- Le respondí.

Se quedó pensando por unos segundos, hasta que me respondió:

-¡Estás loco! ese no es un duende, es una iguana nadando, mira como menea el rabo!

El zapatero me tomó por los hombros y mirándome fijo a los ojos me dijo:

-¡Ah..!, ya sé que te pasa…  estas trabado por el olor del pegante bóxer, quien te mandó a quedarte al lado mío, oliendo ese pegante! Jajajajajaja…

Al zapatero esta situación le provocó risas, llamando a mis papas, para decirles:

-¡Pocho!… ¡Clara!… vengan a ver lo que pasó, su hijo está embalado!  

 Después que el zapatero explicó lo ocurrido, a mis padres también les pareció graciosa la situación, me bañaron con agua fría y me dieron un pocillo con leche caliente para se me pasara el efecto, después de un rato fui dormir profundamente.

A la semana siguiente, el suceso se convirtió en anécdota familiar, lo contaban una y otra vez a quienes llegaban a visitar, sin embargo, tomaron tres medidas preventivas: la primera: era la prohibición de acercarme al pozo. “Queda terminantemente prohibido” esta frase resume ese sermón. La segunda: consistió en colocar una pesada tapa hecha de láminas de zinc, que solo pudieran levantar los adultos cuando fueran a sacar agua. Por último fue la tercera medida esta de carácter sobrenatural: era una imagen de San Patricio hecha en cerámica, esa pequeña estatua la trajo mi papá, el día que vino con la imagen comentó lo siguiente:

-¡Clara!, este San Patricio me lo dio mi papá, después que le conté lo que le pasó a Nino, me dijo que se lo regaló un marinero dublinés y según lo que me contó, sirve para espantar duendes.-

 Mi mamá lo quedó mirando… y después de un suspiro… le preguntó en tono irónico:

-¡Aja! ¿Tú no eras el que no creías en esas cosas?-

 Mi papá respondió:

-¡Yo no creo, pero por si las moscas tengamos al San Patricio aquí-!  

Habiendo tomado todas las medidas, ya se estaba olvidando aquel suceso, hasta que una noche cuando ya nos íbamos a dormir me tocó el turno entre mis hermanos y yo, de ir a cerrar y ponerle la tranca a la puerta del patio, lo cual iba hacer pero interrumpí porque miré que se levantaba la tapa del pozo asomándose el duende para decirme:

-¡Ven al pozo a jugar conmigo, te regalaré moneditas de oro!-

Le dije que no podía que me habían prohibido ir al pozo, frunció el ceño para gritarme lo siguiente:

-¡Veo que trajeron a ese San Patricio, como siempre ellos, tratando de acabar con la fantasía!-

 Me sacó la lengua e hizo un sonido grotesco, bajó la tapa regresando al fondo del pozo. Ya no eran alucinaciones provocadas por el bóxer ni era una atolondrada iguana hablando conmigo lo ocurrido esa noche quedó grabado en mi memoria, hoy en día lo entiendo como una despedida al mundo de la imaginación.

A los dos meses nos mudamos para un conjunto residencial en la ciudad de Barranquilla y las explicaciones que me daban acerca del mundo se volverían racionales, pero en el fondo muchos seguíamos creyendo en antiguos relatos.

 Fin.

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