Dentro de las muchas enseñanzas que nos ha dejado y sigue aportando el COVID-19 está el de la manera de vivir el duelo de la muerte de un amigo o un familiar, o cómo reaccionamos frente al número de fallecidos o afectaciones que a diario se producen.
Algunos psicólogos siguen aferrados al concepto dialéctico de que el “el duelo hay que vivirlo” para superarlo, en pocas palabras: hay que sufrir para llegar al momento en el que el sufrimiento ya no nos afecte. Este concepto tiene un alto grado de certeza, pero allí va también cohesionada la parte religiosa. ¿Qué es vivir el duelo? Algunos dicen que “cada quien lo vive a su manera”. También es cierto, pues después de todo y, según la teoría del caos, “cada cabeza es un mundo”.
Pero en una sociedad que, a pesar de preciarse “laica”, la ortodoxia religiosa es la que predomina y termina imponiéndose, estos conceptos adquieren una dimensión predominantemente religiosa. Expresiones como “se fue a reunir con Dios”, “él está en su Santo Reino”, “Dios nos los dio, Dios nos los quitó”, “se hizo su Santa Voluntad”, entre muchas otras, entran hacer parte de todas las cantidades de frases con los que los dolientes-creyentes justifican la ausencia para siempre de un ser querido. Y ello lleva intrínseco otros ingredientes como: el miedo a la muerte, la amenaza del pecado, la obediencia, el sometimiento y aceptación de los designios religiosos y, por tanto, culturales y sociales.
Pues bien, la ciencia moderna y por tanto algunos científicos han empezado a revaluar estos conceptos, con argumentos demostrados. Parten de la premisa de que el duelo no existe, no es creado, el duelo, como el dolor, el amor, son construcciones sensoriales que coexisten con su contraparte: el dolor con la tranquilidad, el amor con el desamor, y el duelo con la alegría. Y solo uno decide qué desea que predomine en determinado momento.
El profesor de historia y filósofo de la universidad de Oxford, Yuval Noah Harari, sostiene que “la ciencia dice que nadie alcanza la felicidad ganándose la lotería, o encontrando el amor verdadero [incluso viviendo en una sociedad distinta]. La gente se vuelve feliz por una cosa y solo una: las sensaciones placenteras en su cuerpo”, que entre otras cosas son momentáneas.
De modo que según la ciencia “la felicidad y el sufrimiento no son otra cosa que el equilibrio diferente de las sensaciones corporales. Y solo uno decide qué desea que predomine. En esta época de pandemia se me han muerto mi hermano mayor, Guillermo, y su mamá, la señora Victoria, mi madrastra, a quien, sin exagerar, quise como a mi propia madre. A ambos los recuerdo con muchísima alegría. Mi hermano Guillermo por los momentos que la vida me permitió tenerlo muchos años y esos momentos me llenan de felicidad, me sirven de paliativo contra el sufrimiento innecesario. Porque a él mi madre, Emilce Arteaga, también lo quiso como a uno de sus siete hijos.
Aunque para muchos esto parezca un absurdo: nada de esto tiene que ver ni es culpa del COVID-19, como no lo es el ser feliz o que nos sumerjamos en el duelo eterno, es responsabilidad de la manera como aceptemos o rechacemos la evolución y el manejo que le demos a nuestras sensaciones. Convertir un duelo en alegría solo depende de uno. Aunque ambos también son efímeros.
Yuval Noah Harari lo diría de una manera más científica y precisa: “los planos más profundos de nuestra mente no saben de todo este engranaje del duelo de la muerte, solo conocen de sensaciones”. Y en una forma más certera: “todo esto [incluido el duelo o la alegría] es producto de la evolución, más no de la creación. Yuval Noah agrega algo definitivo: “durante incontables generaciones nuestro sistema bioquímico se ha preocupado por aumentar nuestra probabilidad de vida y reproducción, no nuestra felicidad, [o infelicidad]”.
Por tanto, está en el control de nuestras sensaciones la forma en que asumamos el duelo frente a la ausencia definitiva de un ser querido. Confío en que al menos algunos de nosotros, en esta sociedad laica, en la que predomina la ortodoxia y los prejuicios religiosos, redireccionemos el duelo hacia la alegría y no se lo dejemos a las malquerencias del tiempo ni a los designios del destino, ni a lo que los dioses que nos hemos inventado quieran.
(*) Comunicador Social-Periodista, docente de la Universidad del Sinú-Elías Bechara Zainúm