Con apenas 11 años de edad, Johanna Durán, hija de Marlene Durán y Reinaldo Durán, padeció los injustos perjuicios de la guerra aurinegra: uno de sus tres hermanos fue asesinado.
Lo que sucedería la noche del 24 junio de 1997 tomaría por sorpresa a la familia de Judith, Jaiber y Johanna. La vida de su hermano Jorge Andrés Durán Suárez, de tan solo 19 años, sería arrebatada ese mismo martes, minutos antes de las ocho de la noche… Nada se supo de los criminales…
Andrés Carreño: ¿A qué suena la noche?
Johanna Durán: Al preludio de una tragicomedia… un epílogo que terminó en muerte.
A.C: ¿Y Andrés?
Andrés… él se encontraba aquella noche con su novia, como cualquier otro ser sesgado por la mirada de su amada. Nada podría salir mal…
Disparos…
J.D: Fuerte, muy fuerte, sentí cómo en ese momento el diablo me escudriñaba las entrañas. A la vuelta de mi casa se le disipó la niebla del cielo para mostrar una luna que no alcanzó a deslumbrar la fatalidad del caso, allí ocurrió todo.
A.C: ¿Qué ocurrió con usted después de semejante susto?
J.D: Yo era una niña que jugaba con muñecas, una princesa que al mínimo temor corría a su castillo, esa noche no hubo pantomima, sino desespero por llegar a casa, me asusté, quería ver a mi mamá.
Huyendo de todas las sensaciones que venían a cántaros, pisándome los talones, logré hallar una esquinita donde encontré a mi mamá llorando abrazada con mi tío. ‘‘¡Por qué mi hijo!, ¡por qué!’’, se oía… en ese instante los que venían persiguiéndome me atraparon, me desmayé, algo había pasado con mi hermano.
A.C: Cualquiera hubiese perdido el sentido, ¿despertó?
J.D: Habría preferido no hacerlo…
Los vecinos me rescataron y me llevaron a las nieves, por allá donde una tía que tocaba buscar, sin dinero y con urgencia, la solución más fácil de saber era llamar. No me acordaba del número porque en blanco mi mente no coordinaba.
Por la calle, como un retoño de ella misma, intentaba no volar, llegué a la casa de mi tía —que vivía en las nieves— y saqué al diablo que me carcomía por dentro. ¡Mataron a Andrés!
A.C: ¿Cuánto tiempo pasó desde los disparos?
J.D: Habían pasado 3 horas desde aquel estruendo, yo insistía en que me llevaran al hospital, pero me tomaron de la mano y me regresaron de nuevo a casa. Nunca olvidaré las miradas perpetuas de los vecinos a mi arribo, fijas y profundas, estaban al descubierto.
También he de recordar cuando llegué a casa y encontré la sala vacía, ‘’Tata venga’’ pero esa no era mi madre o acaso ¿Dónde se hallaba el castillo y la magia del reino en el que vivía? ese lugar donde me sentía segura, había dejado de ser un cuento de hadas, más bien parecía la entrada del mismísimo infierno cada vez que al piso caían las lágrimas de mi madre tocando para que la dejaran entrar.
A.C: ¿El tiempo curó todo?
J.D: Mi hermano Jorge no se fue solo, se llevó la alegría de las cosas malas y las sonrisas de las caras tristes. Mi hermano murió por un ajuste de cuentas y entre ellas también se fracturaron las ganas de vida que nos quedaban.
Ese sol ardiente que nos levantaba todas las mañanas ahora se alejaba por miedo a ser amenazado, tuvimos que irnos de Barrancabermeja y vivir en muchas partes, sabiendo que la más importante no estaría para completar.
Colaboración en investigación: Angie López Suárez, C. Social, Unipaz.