Los niños de España ya llevan seis días encerrados. Nosotros los adultos llevamos tres y nos sentimos desesperados. La situación a veces se torna complicada porque no sabes cómo administrar el tiempo. Algunas veces te enganchas al móvil o enciendes el ordenador o la TV. La idea es no pensar pero es inevitable no acordarse a qué hora ocurrió todo esto.
Anoche, a las 22:00 horas salimos al balcón de nuestra casa a aplaudir a esas personas que están en un hospital salvando vidas y me emocioné. Sentí un nudo en la garganta. Sentí esa impotencia humana que nos hace muchas veces débiles ante tanta adversidad.
Madrid es una ciudad sin alma. Sus calles, parques y avenidas están vacías. El silencio que se siente es como un vacío al precipicio. Temo que todo empeore pero con las medidas que ha adoptado el gobierno deseo de corazón que haya una luz en medio de tanta oscuridad.
Me he levantado e inmediatamente me he decidido a escribir estas líneas y me entero que la mujer de Pedro Sánchez tiene el Coronavirus. Entonces su marido, el que toma las decisiones de esta nación, también deberá mantenerse aislado cuarenta días por estar al lado de una persona que contrajo el virus. En definitiva: esta realidad tampoco es buen síntoma para este país que se debate entre la adversidad. Mi cabeza no deja de procesar, y nuevamente pienso qué va a pasar con el devenir de los días. Dónde nos irá a llevar esta tragedia sanitaria que nos toca a todos sin diferencia social. Quizás saquemos algo positivo de toda esta pesadilla, y nos veamos más humanos y menos indolentes ante la realidad que nos ha tocado vivir.
Me asomo al balcón de mi piso. Giro mi cabeza de izquierda a derecha y veo a lo lejos a un hombre de mediana edad con un tapabocas. Camina raudo y veloz como si alguien lo persiguiera. Quizás avanza tan rápido por ese miedo que todos sentimos de que el virus nos atrape, o quizás es el miedo a perderlo todo.
Me queda la pregunta de si esta pandemia no traerá más muertes por la crisis económica que ya se vive y la debacle mundial que está ocasionando que por la propia virosis. También me pregunto qué pasará si a Colombia llega esta epidemia de forma virulenta, país castigado por la corrupción y la indolencia de sus políticos, y con sistemas sanitarios tan debilitados y desnutridos de recursos. Seguramente las muertes se contarán por miles, y ahí nos daremos cuenta que siempre fuimos vulnerables.