En una escuela ubicada Merizalde, un corregimiento de Valle del Cauca, en uno de los rincones más alejados de Colombia, Yuli Patricia Valencia Rodallega, la profesora de todos los niños, enfrenta día a día el drama de muchos de sus estudiantes: la falta de un documento de identidad, que, aunque están inscritos en la escuela, están por fuera del sistema. Si no tienen una identificación legal para el estado no cuentan, no existen.
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El problema comienza muy temprano. Niños de siete, ocho y hasta nueve años llegan al aula uniformados, participan, aprenden, pero al final de la jornada siguen sin tener un documento que los valide como ciudadanos. En el sistema integrado de matrícula (SIMAT), donde están registrados todos los estudiantes del país, se necesita el documento de identidad para expedir un boletín de calificaciones. Las notas quedan atrapadas en un limbo burocrático, imposibles de subir al sistema educativo por falta de identificación.
La jornada de identificación organizada por la Registraduría Nacional busca cerrar esa brecha. Desde las seis de la mañana, familias enteras se han congregado con la esperanza de que sus hijos puedan obtener ese ansiado documento. Niños y padres esperan horas bajo el inclemente sol, muchos desde el día anterior. Todos buscan que sus hijos dejen de ser invisibles.
La situación no mejora para los jóvenes mayores de 18 años que han terminado el colegio. Sin un documento vigente, no pueden presentar pruebas de Estado ni inscribirse en la universidad. El costo y la distancia para renovar el documento en ciudades como Buenaventura, que es la más cercana a esta escuela vallecaucana, se convierten en barreras insalvables.
El mensaje que dejan las jornadas es claro: el derecho a la identificación no es solo una cuestión de documentos, es una puerta hacia la dignidad y hacia el futuro. En estos territorios alejados y olvidados, donde la geografía conspira contra el progreso, cada documento es un acto de resistencia y un recordatorio de que cada niño y joven merece ser reconocido por el país que habita. Porque existir, en Colombia, es también un derecho que se conquista.