Se llama Alexánder Calderón. Su taller es una acera del barrio San Cristóbal de Usaquén, ubicado en la Calle 161 número 7D-60. A este lugar, le dicen La Playita. A sus 50 años, lleva tres décadas dedicado a arreglar autos. Aprendió en la calle, sin maestros, viendo y asimilando.
Su especialidad son los buses, las busetas, los furgones, las volquetas y los automóviles. Gracias a la mecánica, les ha dado estudio a sus cuatro hijos y se tiene que matar. En el andén donde trabaja, arranca la jornada a las siete de la mañana y termina a las seis de la tarde. En un día se puede ganar entre 100 y 200 mil pesos.
La competencia es dura. Acá, en este sector de Bogotá, en las tres cuadras donde está este taller callejero, Alexánder Calderon tiene que compartir espacio con más de dos docenas de mecánicos. Todos esperan que los autos tengan el problema que más plata le deja a un mecánico: una partida de eje. Nada más la bajada de un eje, puede costar entre 60 y 80 mil pesos.
Además, hay dos tipos de trabajo que dejan plata: las cajas de los autos, sobre todo si son de un Ford o de un camión. Ser mecánico es una labor que va mucho más allá de ensuciarse de grasa. Ni siquiera es una tortura, es una vocación que exige destreza física, y sobre todo, mental.
En la vida de este hombre, Alexander Calderón, está condensado lo que vive un mecánico.