Para nadie es un secreto que Colombia es uno de los más conspicuos representantes de la burocracia en materia de salud pública en América Latina. Aquel ciudadano que se enfrenta a ese monstruo integrado por la superestructura política del sistema de salud de la red de hospitales de Bogotá puede dar fe de ello. Desde que pone un pie en una de estas maquinarias de desidia administrativa, la sensación que tiene es de desamparo: la indiferencia por parte de los funcionarios es palmaria. Esa es la impresión que se lleva quien tiene la desdicha de acudir allí. El valor de un ciudadano se mide por sus documentos en regla, en lugar de su propia dignidad humana.
El vigilante es el primer escollo. Estos son celosos guardianes del entramado comercial de estas EPS de la negligencia hospitalaria. Le siguen los supernumerarios que clasifican al paciente y lo remiten al triage, siempre con un gesto de repulsión en sus rostros. Un funcionario (enfermera o médico) dictamina la gravedad o no de la situación y si el ingreso por urgencias es justificado. En dicho caso, son los allegados al paciente quienes deberán arreglárselas como puedan con la cuenta; cuando solamente se evalúa la patología y se ordenan medicinas, el ciudadano deberá cancelar en las cajas pertinentemente por el servicio recibido, aunque no le solucione su problema de salud. Si carece de recursos, los guardianes de la maquinaria burocrática le impedirán la salida del establecimiento.
En casos puntuales, como un simple lavado de oído o una extracción de una muela, el plazo de espera dependerá del bolsillo del cliente. Resulta remarcable anotar que el costo de una consulta con un especialista en un hospital de la red pública, para quien no cuenta con el subsidio, es prácticamente el mismo que con un médico particular. Cuando los recursos del ciudadano-paciente no son suficientes, su dignidad queda por los suelos con el denigrante trato que recibe por parte de las trabajadoras sociales, quienes reparten como si se tratase de mendrugos de pan los turnos.
"La puntuación del subsidio del Sisbén no debe superar los 52 puntos" dice en tono altivo la funcionaria de trabajo social. "En caso de que no esté afiliado y pida el retiro del Sisbén o la renovación de la encuesta, tendrá derecho a una sola atención por urgencias durante los seis meses previos a la encuesta".
Fuera de los padecimientos de salud, esta eterna letanía burocrático-administrativa deben enfrentar a diario los pacientes en estos Lagers posmodernos protohospitalarios. Pareciera que los tributos que recibe el incesante Leviatán del distrito no fueran suficienteS para satisfacer los mínimos requerimientos de dignidad en el estado de vulnerabilidad que padece el ciudadano que acude a estos prototipos de campos de concentración que constituyen los centros de salud y hospitales de la red.
¿Qué país puede jactarse de serlo, si no atiende debidamente a sus ciudadanos cuando requiere la mano del Estado? Bogotá es una ciudad con megacolegios pero sin un sistema eficiente de salud pública. En una de las capitales latinoamericanas con la tarifa de transporte público más alto y con los índices de inseguridad más elevados, que el sistema de salud sea uno de los peores del mundo resulta un hecho lo bastante vergonzoso como para producir la renuncia inmediata del alcalde Enrique Peñalosa. ¡Bogotá, peor!