La sala de la JEP el pasado viernes 10 de agosto estaba abarrotada. Frente al coronel Gabriel de Jesús Rincón y los otros 13 militares que mataron a Diego Alberto Tamayo, su hijo, Idaly Garcerá tomó el micrófono.. La voz se le quebraba pero el pulso no: “He esperado estos diez años que llevo…Me acogí a la JEP para escuchar a los señores implicados, para saber qué fue lo que pasó de verdad, para que todas nosotras podamos tener un alivio en el alma. Soy una madre que sufre, él era mi único hijo y yo siempre sufro mucho porque él me hace mucha falta, lo extraño mucho”.
La vida se le partió en dos a esta mujer nacida en Cerrito Valle hace 53 años. Antes del 1 de septiembre del 2008, nunca había pisado un juzgado, el derecho le era algo tan ajeno como estar frente a una docena de periodistas estirando frente a ella el micrófono o saludar de mano a un presidente. Ese 1 de septiembre su hijo Diego Alberto llevada diez días desaparecido. Bailarín consumado de salsa, soñador incorregible, a los 26 años Diego era la única persona que le ayudaba a esta madre soltera asentada desde hacía más de dos décadas en Soacha, al sur de Bogotá. Diego, llevaba semanas buscando trabajo.
El 22 de agosto se le había presentado una gran oportunidad: irse a trabajar a la Costa en donde les pagarían más de un millón de pesos. Vería por primera vez el mar, uno de sus sueños, y además le mandaría sagradamente para el arriendo desde allá. Cuando le contó, Idaly no sintió alivio. No quería que se fuera de su lado. Cuando, en la madrugada del 24, le dijo que lo había pensado mejor y que no se iría, Idaly sonrió. Le preparó el desayuno, le dio un beso de despedida. Durante ocho días no supo nada de él hasta que le llegó a sus manos un titular de un periódico de Ocaña: ¡TRES INTEGRANTES DE LAS ÁGUILAS NEGRAS, SON DADOS DE BAJA!. En una de las fotos interiores aparecía un joven que se parecía a Diego Alberto.
El 1 de septiembre tenía una cita en Medicina Legal. Habían llegado desde Ocaña los tres cuerpos. Idaly tenía que identificarlos. Entró al salón y en tres camillas se veían los cuerpos arropados por cobijas. Abrió el primero y constató que no era él. Destapó el segundo y tampoco. En el tercero se desplomó. A partir de ese momento lo único que ha querido Idaly es saber la verdad.
En estos casi diez años que esperó para ver a los asesinos de los hijos soportó de todo. Cuando se devolvió de Ocaña con su hijo en una mortaja ella tuvo que pagar el pasaje de vuelta. Se endeudó para enterrar a Diego y luego comenzaron las citas con abogados, las audiencias con militares que se burlaban de ella; enfrentó la estigmatización del Presidente Alvaro Uribe quien en una alocución presidencial insinuo que su hijo, como el de las otras 12 madres de Soacha, habían sido dados de baja por ser guerrilleros; el desgano del entonces Ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, a la hora de atenderlas; a un debate en el Senado en donde la mayoría de ellas fueron ignoradas y solo un pequeño grupo contó con unos inútiles minutos para contar su dolor. Pero lo más duro de soportar fue irse enterando con los años, de las últimas horas de su hijo.
El flaco, como le decía con amor, después de salir de su casa se arrepintió lo que parecía una oportunidad no sólo de conseguir trabajo sino de conocer el mar. Se subió con dos de sus amigos a un camión. Cuando este se detuvo Daniel pensó que le desordenaría el pelo la brisa del Atlántico. Nada de esto sucedió. Era la noche del 24 de agosto de 2008
Los trasladaron a una casa en donde estaban los que le habían ofrecido el trabajo. Para tranquilizarlos les dieron alcohol y drogas. Les dijeron que Ocaña sólo sería una pequeña escala en su camino a la Costa. Los jóvenes tal vez lo creyeron, tal vez se relajaron un poco. A las tres de la madrugada, borrachos, tambaleantes, a punto de perder la conciencia, los obligaron a salir de la casa, los internaron en el monte y allí, antes del alba, los entregaron a los reclutadores del Ejército Nacional de Colombia, pertenecientes a la Brigada 15 a cargo del Coronel Gabriel de Jesús Rincón. La vida del muchacho jovial y alegre que quería conocer el mar paso a ser una baja más del ejército. Un logró en la hoja de vida del coronel Rincón. Una estadística para sumar resultados para presentarle al Ministro de defensa Juan Manuel Santos y a su Presidente Alfaro Uribe. presentarle
Ahora lo tenía al frente y veía que era un hombre común y corriente, avejentado por el año que ha pasado en una guarnición militar después de haber sido condenado a 46 años de cárcel por la muerte de Diego Alberto Tamayo en abril del 2017. Tenía puesta un blazer negro, una camisa azul celeste y una corbata amarilla.
Idaly al verlo no sintió odio, o tristeza, lo único que sintió fue las ganas que dijera toda la verdad y así quitarse ese nudo en la garganta que la asfixia desde hace diez años. Porque las lágrimas ya se le secaron.