Los textos plantean numerosas reflexiones sobre la relación entre el arte, las creencias religiosas y la política.
Los comentarios siguientes tienen como telón de fondo la instalación Elogio del Pragmatismo de Corbeira. Dejo de lado los comentarios sobre los otros tres autores. De todas maneras, esta reflexión, así sea parcial, abre la puerta para la comprensión de otras dimensiones fascinantes del libro.
Elogio del pragmatismo - Corbeira
En Elogio del Pragmatismo Corbeira centra la atención en los retratos de Teresa de Ávila y Josef Stalin. Y en la lectura que hace de esta instalación, Jiménez pone en evidencia los vínculos entre el misticismo cristiano, la militancia política y el impacto social de la subjetividad del artista.
La unión de las figuras de Teresa y Stalin significa, dice Jiménez, que para Corbeira “…el cristianismo y el comunismo tienen en común más
de lo que ambos están dispuestos a reconocer actualmente”.
La mística del creyente es tan intensa como la del militante político. Y en ambos casos el sacrificio es un elemento sustantivo del compromiso.
El sufrimiento actúa como un legitimador de la ideología. El dolor reafirma la validez de la creencia, y mientras más intenso sea, la persona fiel intensifica su convicción sobre la pertinencia de sus opciones vitales.
La afirmación de la virginidad y de la cruz suele estar acompañada de una vocación mesiánica y misionera. El creyente y el militante sufren para que el mundo puede ser mejor, y este sacrificio anima su espíritu salvífico.
Jiménez muestra que Teresa y Stalin no son dos figuras tan disímiles como normalmente se piensa. Y la genialidad de Corbeira radica en compararlas, insinuando que entre la actitud vital del cristiano y del comunista, no hay diferencias sustantivas. En ambas concepciones de la vida, el dolor de la persona queda subsumido en la grandeza de la misión.
El sacrificio individual tiene su razón de ser en el bien de la cristiandad, o en las bondades de la sociedad comunista. La historia nos muestra que para lograr cada uno de estos propósitos se ha llegado a extremos tan dolorosos como la Inquisición y la dictadura del proletariado.
En aras del ideal, que se alimenta con los principios de la racionalidad colectiva, los medios, cualquiera que sean, terminan siendo justificados. Desaparecen los imperativos categóricos kantianos, y la defensa de la vida apenas es un imperativo hipotético. La vida se respeta solamente si el otro, Giordano Bruno o Leon Trosky, no se atreve a predicar herejías. Y en función de un bien colectivo, el martirio y el heroísmo son sacralizados.
El placer individual y la búsqueda de la felicidad dejan de ser objetivos relevantes, porque el mártir y el héroe renuncian a la satisfacción individual con el fin de alcanzar el interés superior. En El Código Da Vinci* se describen dos caminos alternativos para alcanzar la santidad.
Una vía es el placer. En el evangelio apócrifo de Felipe la santidad es compatible con la felicidad.
La divinidad se halla en el placer sexual. Jesús ama a María Magdalena. Y en su encuentro sexual llegan a la exaltación mística, que es la forma privilegiada de acercarse a la divinidad. El evangelio de Felipe enaltece el placer sexual, que es considerado la forma suprema de la espiritualidad.
“En la antigüedad se creía que el hombre era espiritualmente incompleto hasta que tenía conocimiento carnal de la divinidad femenina. La unión física con la mujer era el único medio a través del cual el varón podía llegar a la plenitud espiritual y alcanzar finalmente la gnosis, el conocimiento de lo divino. Desde los días de Isis, los ritos sexuales se consideraban los únicos puentes que tenía el hombre para dejar la
tierra y alcanzar el cielo” (El Código Da Vinci, p. 383).
Y, de manera más directa, en el evangelio de Felipe se lee:
“Y la compañera del Salvador es María Magdalena. Cristo la amaba más que a todos sus discípulos y solía besarla en la boca. El resto de discípulos se mostraban ofendidos por ellos y le expresaban su desaprobación. Le decían: ¿Por qué la amas
más que a todos nosotros?”
Y el segundo camino es el del dolor, que está muy bien representado en Silas el Albino, para quien la autoflagelación fortalece la fé. El sacrificio es una vía directa a la santidad. Las vírgenes suben a los cielos. La virtuosidad se consigue gracias a negación del placer y a la afirmación del dolor.
En este mismo sentido, habría que recordar aquella frase en el pórtico de acceso a
Auschwitz: “el trabajo te hace libre”. O la consigna emblemática del Ejército de Liberación Nacional (ELN): “ni un paso atrás, liberación o muerte (Nupalom)”.
Los vínculos entre la guerrilla y la mística cristiana se han expresado en figuras emblemáticas de las luchas de liberación en América Latina. Para Camilo Torres la decisión de ir a la guerrilla es una consecuencia directa de su compromiso cristiano. Para el cura Pérez esta relación entre la militancia política y el compromiso cristiano no deja duda.
En Bolivia fue célebre el diario de “Francisco”, el nombre de combate de Néstor Paz Zamora, el hermano del expresidente Jaime Paz. Francisco, el místico cristiano de la guerrilla, murió de inanición en 1970 a los 25 años. A medida que el cerco del ejército boliviano se iba estrechando, las reflexiones místicas se intensifican, y el guerrillero va narrando de manera dramática el dolor que se agudiza. Acepta este camino al martirio porque lo aproxima a la pasión de Cristo.
Entre los dirigentes de la revolución sandinistas, por los días gloriosos de Estelí, era notorio su acercamiento a los mensajes cristianos. François Houtart, sacerdote belga, profesor de la Universidad de Lovaina la Nueva, se convirtió en un estrecho asesor
espiritual de gobierno sandinista. Y junto con Ernesto Cardenal jugó un papel fundamental en la construcción del mensaje de la revolución sandinista.
Y desde el punto de vista conceptual, la teología de la liberación encontró los vínculos entre Jesús de Nazareth y su padre José, el carpintero, con el proletariado de Marx. El Exodo, como camino a la tierra prometida, se asoció al paraíso socialista. En este contexto se explica la relación entre Teresa y Stalin. Ambos proponen el sacrificio para alcanzar la bienaventuranza. El sujeto queda subsumido en el ideal colectivo. Cuando se está en la tarea de alcanzar el bien supremo, la felicidad individual deja de ser relevante.
Estas consideraciones sobre el placer y el dolor obligan a preguntarse por el sentido de la vida aquí y ahora (hic et nunc). Y Bentham, por los días de la revolución francesa, responde que el propósito de la vida presente es la maximización de la felicidad para el mayor número. El placer es el criterio para juzgar lo que es moralmente bueno.
Este vínculo entre placer y bien moral fue rechazado por la catolicidad. En Colombia la prohibición de la enseñanza de Bentham, liderada por Caro y Nuñez, apenas fue una manifestación de la preponderancia que ha adquirido el dolor en la
tradición católica.
Desde la óptica de quienes alaban el dolor, el creyente se pregunta con angustia si su sacrificio efectivamente conduce al ideal. Es la duda por el sentido último del martirio. Y volviendo a Stalin, siempre quedará el interrogante sobre los logros que finalmente se alcanzaron gracias a la dictadura del proletariado. Sigue la pregunta por la utilidad de tanto sufrimiento, individual y colectivo. Es inevitable indagar por el impacto que se deriva de tantos sacrificios. ¿Cómo justificar el dolor de las cruzadas, los males de la Inquisición y el sentido de el asesinato de los opositores políticos?
Continúa siendo válida la preocupación por la razón de ser del martirio como medio necesario para afianzar la cristiandad. Ninguna respuesta definirá de manera clara si el martirio ha contribuido a la expansión del mensaje evangélico. No hay certeza sobre el efecto que tiene el sacrificio en la salvación personal y, mucho menos, en el bien de la humanidad. El drama del mártir y del militante radica en que las consecuencias de un compromiso radical y doloroso son muy indirectas.
Dada la dificultad de mantener la esperanza únicamente sobre bases escatológicas, el creyente observa algunos logros más o menos inmediatos, como el crecimiento del número de conversos, o el aumento del poder terrenal de la cristiandad. Pero estas ganancias siempre dejan dudas sobre su relación de causalidad con el sacrificio personal. El vínculo causal entre el costo y el beneficio es borrosa.
Sin duda, la actividad de Teresa de Avila tiene realizaciones significativas, como el resurgimiento de la orden del Carmelo y la fundación de 14 conventos en toda España. Y desde una mirada más general, la consolidación del cristianismo durante Constantino es un triunfo político significativo.
Pero, de nuevo, cabe la pregunta, que nunca tendrá respuesta, sobre la relación directa entre el sacrificio personal y el
éxito de la labor misionera.
Los logros finales parecen ser más claros en el caso de Stalin que en el de Teresa de Ávila. Stalin puede mostrar éxitos concretos y tangibles, que no es posible observarlos en Teresa. Los avances de la Unión Soviética bajo Stalin eran palpables. Como bien lo explica Jiménez, en la instalación de Corbeira se observa un ferrocarril, como expresión de las realizaciones materiales de Stalin. La razón de Estado termina siendo exitosa.
El desarrollo económico de la sociedad soviética fue tan sorprendente que causó envidia en los Estados Unidos. Para tratar de impulsar la economía norteamericana se pusieron en práctica instrumentos desarrollados por Kantorovich, quien participó activamente en la planificación soviética.
En su desespero por alcanzar a la Unión Soviética, los Estados Unidos recurrieron a la planificación, tratando de ver de qué manera las sociedades de mercado podían aprender algunas de las bondades de la centralización. Y en medio de este ambiente propicio a la intervención del Estado, a Kantorovich se le otorga el premio Nobel de economía. Para el militante cristiano los logros de sus sacrificios son menos claros.
El imaginario de la bienaventuranza eterna exige una convicción basada en la fe, obligando al creyente a colocarse en un
mundo que va más allá de cualquier realidad fáctica.
No obstante las diferencias entre Teresa y Stalin, el sometimiento del individuo a la consecución del ideal colectivo es una exigencia similar. En ambos paradigmas, la persona renuncia a sí misma en aras de un bien mayor.
A mediados del siglo XVII, el jesuita Pedro de Mercado† se dirigía a los enfermos del hospital San Juan de Dios, mostrándoles la necesidad de aceptar el dolor, como camino a la santidad. Incluso, en sus oraciones el enfermo le debería pedir a Dios que intensifique su dolor, porque de esta manera podrá estar más cerca del sufrimiento de Jesús en la cruz. Este es el camino seguro hacia la santidad.
Jorge, el bibliotecario del Nombre de la Rosa‡, esconde el libro de la risa de Aristóteles. El placer es intrínsecamente sospechoso porque allí se esconde el demonio. La risa es malsana, y va contra de la pureza del alma. Además de la instalación de Teresa de Avila y de Stalin, Jiménez analiza otras obras de arte.
Pone en evidencia el significado del compromiso político del artista, y deja ver que la obra, cualquier que sea, refleja las características del contexto y de la vida del autor. En opinión de Adorno§ el artista tiene una responsabilidad primordial que se refleja
en la obra. Todo arte es, en algún sentido, una afirmación de la autenticidad humana.
El compromiso del artista no significa el apoyo a un partido específico, o a una ideología particular. El artista comprometido lleva a que la persona se haga las preguntas sustantivas sobre su papel en la vida y en la sociedad. Y de manera general, la buena obra artística es intrínsecamente comprometida. Desde la perspectiva de Adorno si el trabajo artístico es de calidad, el compromiso
político es inherente a la obra.
Pero, de nuevo, no se trata de una opción por un partido o corriente ideológica particular. El asunto es más profundo, y el artista lleva a
que el observador se pregunte, por sí mismo, sobre el sentido de su permanencia en
el mundo. De acuerdo con esta mirada, no se le puede pedir a la obra artística que envíe un mensaje político explícito. En palabras de Adorno, “…no es el momento para un arte político, puesto que la política se ha incrustado en el arte autónomo”.
Frente a la instalación de Corbeira, e independientemente de la simpatía por Teresa o Stalin, el espectador está invitado a preguntarse por la forma como los seres humanos entendemos nuestro compromiso frente al mundo. Adorno cita a Sartre, para quien la tarea del artista es “despertar la libre elección del agente”.
Y Sartre lo invita a que se coloque más allá de su perspectiva individual, teniendo como referencia la intencionalidad de la humanidad. Recuerda Adorno que durante la ocupación, un oficial nazi, señalando al Guernica, le pregunta a Picasso: “¿lo hizo usted?”, y él le responde: “no!, fue usted quien lo hizo”.
El quehacer político del artista no se transmite directamente a su obra. El compromiso tiene otra dimensión. En palabras de Adorno, “el oficio del arte no es el presentar el abanico de alternativas, sino el de resistir, solamente gracias a la capacidad
de sus formas, al curso del mundo”.
Referencias:
* BROWN Dan., 2003. El Código Da Vinci, Umbriel, Argentina, 2004.† RESTREPO Estela., 2006, ed. Hospital San Juan de Dios. Recetas del Espíritu para Enfermos del Cuerpo
por el P. Pedro de Mercado de la Compañía de Jesús, Universidad Nacional, Adai, CES, Bogotá.
‡ ECO Umberto., 1980. El Nombre de la Rosa, Lumen, México, 2010.
§ ADORNO Theodor., 1962.” Commitment”, en ADORNO Theodor., BENJAMIN Walter., BLOCH
Ernst., BRECHT Bertolt., LUKACS Georg., ed. Aesthetics and Politics, Verso, London, pp. 177-195.