En pleno Rafael Uribe Uribe, una de las localidades más tradicionales de Bogotá, la realidad colombiana nos golpea como una cachetada. Treinta y dos personas a los que las disidencias de las FARC les arrancaron todo, llevan cuatro meses viviendo en pleno andén, en donde se protegen del frío y la inclemencia del cielo bogotano con solo bolsas de polietileno. Caminaba una mañana por este barrio y me sorprendí con este lugar. Ser colombiano es una prueba de fe, escribió alguna vez Jorge Luis Borges y al escuchar a este anciano contar el drama que significan para niños y gente mayor de setenta años estar abandonados por un estado indolente, es difícil poder continuar el día como si nada pasara.
En Colombia han sido reconocidos cerca de 8 millones de desplazados desde 1990. Los motivos del desplazamiento son la guerra descarnada. No importa el grupo que los desplace, si son los fascistas paramilitares o los comunistas guerrilleros. No importa de donde venga la guerra, lo que importa son las víctimas, los destrozos que deja a su paso este monstruo. Después de la firma del acuerdo de paz en noviembre del 2016 en el Teatro Colón de Bogotá, entre las FARC y el gobierno Santos, poniéndole fin a un conflicto de más de sesenta años, creíamos que lo peor había pasado, pero el incumplimiento de los acuerdos de La Habana del anterior gobierno Duque, y el pantano que ha significado para Petro esa misma implementación, hacen que el horror permanezca ahí, como un viejo demonio que nadie puede exorcizar.
Con mi celular le di la voz a uno de estos ancianos y su relato nos vuelve a centrar en un infierno que no apaga ninguna agua bendita:
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