Piedad Córdoba escribió este texto para el libro Palabras Guardadas editado por María Elvira Bonilla para Editorial Norma. Cuando lo escribió en el 2007, su hija Natalia María llevaba 2 años y medio desaparecida. "Ella fue violada y ahora tengo un nieto de ocho años y no sabemos quién es su papá", dijo Piedad Córdoba en la audiencia del Tribunal Superior de Bogotá contra Ernesto Baéz. La senadora atravesaba por un momento de postración y de incertidumbre que expresa en sus propias palabras:
Palabra firme, corazón roto
“La palabra, en la mayoría de las ocasiones nos posibilita a los seres humanos expresar nuestros sentimientos, opiniones y pensamientos. Palabra que nos hace en alguna medidas más humanos porque es el vehículo a través del cual reconocemos al otro u nos permite el dialogo abierto y sincero (…) Las imágenes y los recuerdos cobran vida. El secuestro un canto a la sin razón, a la intolerancia; cobra vida en estos momentos el miedo, la permanente lucha por sobrevivir y salir con vida. La rabia que recorre mi cuerpo ante la exclusión y la persecución por ser opositora y por no encajar en la norma. El exilio, la soledad, el arrancar parte de mi ser al tener que salir de este país para salvar mi vida y la de mis hijos e hija.
Pero la palabra es, hoy, esquiva y escurridiza para expresar realmente el dolor ante la desaparición de mi hija Natalia María, pequeñita de estatura, dulce, apacible, componedora, querendona, juguetona, metida a grande pero siempre tratando de pasar inadvertida, generosa.
Cómo le dolió mi secuestro y el exilio. Retumban sus palabras: “Mamá, parece que Dios se olvidó de nosotros, qué hemos hecho?”.
Pero, a pesar de esa aparente fragilidad, es fuerte como un roble. Tuvo la fuerza y la fe para superar el secuestro, el exilio, las separaciones de sus seres más amados. Ella mi parcera, mi compañía, el bálsamo en mis momentos tristes y críticos. Me la han arrebatado y con ello se han llevado parte de mi ser.
No puede ser la misma, dese lo más profundo de mi ser lloro, estoy triste y no encuentro el bálsamo que dé por un momento tranquilidad a mi espíritu
Mi hija debe, necesito que este en algún lugar de este adolorido planeta. Miro a diario el espejo, tratando de encontrar en él la imagen de ella. Miro de soslayo para adivinar en ese otro mundo que se abre más allá del reflejo de mi propia imagen, dónde puede estar, con quién, qué hace.
Adelgazo la mirada hasta el extremo para atravesar con ella los poros de la imagen, para deshilar mi reflejo y encontrarme con su mirad, con su cuerpo y con su sonrisa.
Dos años y medio han transcurrido sin saber de ella, sin poder oír su voz, sin sentir su abrazo amoroso, sin escuchar sus reflexiones. En mi cabeza retumban nuestras últimas conversaciones, largas caminatas, sueños y planes compartidos: Luego de una larga conversación telefónica en la cual expresaba sus metas en relación con su carrera, sus inquietudes por la realidad política del país y sus inquietudes acerca de mi seguridad y de la familia. Un “te quiero, te extraño, volvemos a hablar”.
Luego de la desaparición, el silencio, la ausencia, la impotencia, el dolor, la rabia, el hueco en el vientre como cuando ella nació, pero no por ello ha cesado el dialogo permanente, porque esa oquedad se encuentra llena de resonancias, de sensibilidad, de memoria.
Durante todo este tiempo mi vientre la recuerda, la añora, la necesita. Por las noches mis entrañas lloran como lloraba ella de pequeña. Permanece la red de su ausencia.
Pero tengo la esperanza de que algún día escucharé su voz, sentiré el calor de su cuerpo, su mirada amorosa y protectora y su risa. Esta certeza me mantiene a punto de no derrumbarme, de continuar luchando y creyendo en la vida.
Sigo parada frente al espejo. Quisiera desvestirme totalmente de mi reflejo para pasar al otro lado; ser otra, poder realmente saber qué siente mi adorada hija en estos momentos, percibir el olor de su cuerpo, vivirlo desde la ausencia.
Quisiera encontrar la respuesta.