El objetivo de la tecnología, principalmente en las redes sociales, es acercarnos un poco más y por qué no decirlo, invadirnos. Eso se cumple a cabalidad siempre y cuando dispongamos de una conexión que nos permita disfrutar de eso que se llama interactuar. Sin embargo, cuando hay personas que se pasan de la raya enviando mensajes a cada segundo, por lo regular inoficiosos, se vuelve una tortura, un suplicio desesperante donde te pone en la gran encrucijada de si abandonar o seguir aguantando los tonos a cada segundo de un mensaje del mismo grupo.
Y la encrucijada radica en que no es cualquier otro grupo, sino el que creó la profesora de nuestros hijos, donde nos informa sobre su educación. Aunque se especificaron y se dejaron claras las reglas y los horarios al principio, el tema es obvio, no falta quien viole esos principios, mandando cadenas, cadenas y cadenas de mensajes fastidiosos, desesperantes, ridículos y hasta miedosos.
No hay como esos antiguos controles que uno tenía de escribir en la libreta y luego mostrárselo a los papás para que lo firmaran sin dañarle la tarde o la noche a ninguno, solo al interesado si lo requerían en la escuela. Además, dichos controles afianzaban la escritura y el dictado. Pero hoy, y no es culpa de la tecnología sino de los que le dan un mal uso, se convierte en la pesadilla desesperante de mirar el “control” virtual e inmediato del WhatApp estudiantil: padres perdidos que no saben ni siquiera el nombre de la profesora, los padres testigos de Jehová que quieren predicar por el grupo, padres bromistas que mandan chistes, padres chismosos que comentan otras cosas diferentes, padres políticos que quieren polarizar, padres con mensajes positivos y tarjetas de superación, cadenas de miedo que hacen alusión a la inseguridad, otras cadenas que involucran hasta Dios con like y comparte; como si Dios tuviera tiempo de estar pegado en las redes. Otros que se ofrecen para trabajos desde destapar el baño hasta transporte escolar, todo un clasificado y no falta la que pregunta por la tarea del día y eso que su hijo asistió a clase. Ni hablar de los mensajes de voz preguntando lo mismo que ya la profesora ya había escrito; en fin mensajes que llenan el grupo y lo que más nos interesa son esporádicos, donde al parecer reflejan lo poco que nos importa de verdad cómo es la educación.
En las escuelas de padres también se debe entrar a educarlos para que hagan buen uso de estas alternativas de comunicación que son eficientes e inmediatas, pero que una mala práctica las convierte en un calvario donde uno harto de tanta vacuidad decide abandonarlos y parecer un cavernícola por querer seguir usando aquellas viejas formas de comunicación, donde no llega a cada rato un mensaje de gente sin oficio.