Hace unos meses, me dieron dolores de cabeza con alguna regularidad. En principio, con una recién nacida en casa y algo de tensión por problemas médicos en la familia, supuse que era “estrés” por falta de sueño. Una amiga me dijo que ella había oído que el Dololed era muy bueno. Yo no sabía qué era el Dololed. Unos días después, buscando otra cosa en una farmacia, decidí comprar Dololed que estaba visible al lado de la caja para pagar. Lo tomé en las siguientes semanas con alguna regularidad y cuando se acabó la caja, no volví a comprar más. No noté ninguna diferencia especial pero, sospecho, en realidad fue porque lo tomaba sin una causa realmente fuerte.
Los dolores de cabeza se fueron, sin razón aparente. No podría asociarlos o no al Dololed. En esa época, alguna vez también tomé acetaminofén. Probablemente, en mi caso, los dolores de cabeza se fueron por dejar de pensar en dolores de cabeza. Sin embargo, empecé a ver más y más el Dololed, en anuncios de televisión, impresos, en todas partes. Recuerdo haber comentado en una conversación durante un partido de fútbol: “Increíble, ese gasto en publicidad de una marca pequeña con un producto natural, realmente le debe estar funcionando a mucha gente”. La caja de Dololed que tomé, aunque inocua porque probablemente yo no tenía ningún problema fisiológico objetivo, sí me produjo cierto placer por sentir que estaba resolviendo un “problema” de salud con un producto “natural”. No gasté mucho tiempo en pensar el asunto, pero quedé con la sensación agradable de pensar que, a lo mejor, volver a lo “natural” podía curar dolores importantes.
En realidad, el pensamiento era superficial. ¿Qué es algo “natural”? La supuesta caléndula del Dololed, viene en una caja, empacada en un plástico, con un recubrimiento “artificial” y, en el mejor de los casos, es -solo- caléndula pasada por un proceso químico. La hoja de coca y la cocaína. Y, quizás más importante, ¿cuál es el valor intrínseco de lo “natural”? Al fin y al cabo, el acetaminofén que controla bastante bien un dolor de cabeza leve, tiene, si es bien utilizado, pocos efectos secundarios. Si el fin es tener menos dolor, ¿cuál es exactamente el valor de un medio más “natural”?
Yo no tengo duda del valor de estar en contacto con la “naturaleza”, especialmente para la mente. Esa es una afirmación arriesgada, una aproximación más conservadora sería: yo no tengo duda del valor de estar en contacto con la “naturaleza” para mi mente. Sin embargo, la intuición que se traduce en casi certeza absoluta, es que el contacto con árboles, corrientes de agua, aire puro además de aliviar el cuerpo puede aliviar la mente porque, observando un poco, nos sitúa en un espacio de mayor trascendencia y conciencia de la vastedad del mundo y de sus especies. Sin embargo, no es evidente cuál es el salto para pasar de esa intuición elemental -seguramente compartida por muchos- a valorar en sí mismo el Dololed cómo medio para aliviar un malestar físico.
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El episodio de Dololed reveló detalles sobre la industria de lo “natural” que mueve 240.000 millones al año, es decir una operación donde no hay ningún fin altruista
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La investigación liderada por El Espectador y la UIS, sugiere que el Dololed es tan artificial como el acetaminofén y que, lo realmente grave, es un engaño. La paradoja: es probable que el efecto del Dololed fuera mediado, justamente, por un producto que los consumidores, en búsqueda de lo “natural”, querían evitar. En los casos más graves, no solamente perdieron en su búsqueda de evitar lo “artificial”, como un fin en sí mismo, sino que pusieron en riesgo su vida.
Además de dejar preguntas interesantes que todos deberíamos hacernos sobre cómo definimos “natural” y cuál es el valor que tiene– y porqué se lo asignamos-, el episodio de Dololed reveló detalles sobre la industria de lo “natural”. La cantidad de pauta que se veía se basa en un negocio que mueve 240.000 millones al año, es decir una operación donde no hay ningún fin altruista o de recuperación de algún pasado mejor, sino la simple búsqueda de retorno financiero a la inversión, como Bayer, Pfizer o cualquier otra farmacéutica. La promesa es la misma: una vida sin dolor, sin enfermedad; el medio -supuestamente- distinto: uno “artificial”, uno “natural”. En estos tiempos, el medio natural parece tener un valor en el mercado importante. No es claro, decía, por qué.
Y, por supuesto, queda la desconfianza con el papel del Invima. Eso es lo que produce un sistema corrupto: destruye la confianza en las instituciones y su proceder. Discutiendo la noticia con un médico, el hombre sentenció: “No le creo nada al Invima en esta historia”. Y razones, no le faltan. ¿Qué habría sido del Dololed y los consumidores sin el papel de El Espectador y la UIS? Para el Invima todo iba bien y, después de respaldar al Dololed inclusive después de los resultados de El Espectador y la UIS, terminó por cambiar de rumbo y alinearse con el resultado que revela que el producto tenía diclofenaco. La probabilidad de que justamente, solo unos pocos lotes del medicamento tengan diclofenaco, es baja. Ojalá El Espectador investigue el capítulo del Invima en esta historia, en dónde hay varias hipótesis a evaluar: malas prácticas en los laboratorios, mala suerte con los lotes evaluados y -ojalá que no- corrupción en el proceso de conseguir el registro sanitario. Si algo le faltaba del más mundano asunto del capitalismo contemporáneo, el dueño de Dololed, que es un negociante -legítimo- y no un chamán, ya contrató a la poderosa firma de abogados de De la Espriella. El producto ya no se venderá más. Hasta ahí los sueños de la caléndula sanando dolores.
La humanidad vive tiempos interesantes en la búsqueda de lo natural. Contrario a las distopías de mediados del siglo pasado, el mundo avanza con la tendencia a volver a la “naturaleza”, a los “orígenes”. La primera Ministra de Ciencia del país, pasa sus primeras semanas defendiendo los saberes ancestrales en debate contra varios grupos de científicos en el país. Sin embargo, por andar entre discusiones sobre engaños y pseudociencia, no hemos discutido los resultados más interesantes en asuntos de salud y lo natural. Unos primeros resultados de investigaciones serias- reportados en libros y conferencias, por ejemplo, de Sam Harris y Michael Pollan, sugieren que productos “naturales” pueden jugar un papel importante en el tratamiento de depresión, ansiedad y en trastornos de estrés postraumático. En adición, por supuesto, al valor de derivados del cannabis en manejo de dolor en pacientes terminales y otras condiciones serias.
Ojalá que el engaño de algún vivarato, o el enredo de alguna pseudocientífica, no impida que volvamos, con las técnicas modernas, a descubrir el valor real en lo natural.
@afajardoa