“La astucia puede tener vestidos, pero a la verdad le gusta ir desnuda”. –Thomas Fuller (1610-1661).
La declaración: “Esto está dirigido a los demócratas que entienden que los grandes temas deben decidirse después de una amplia discusión pública a través de los mecanismos de democracia directa consagrados en la Constitución” es una manipulación carente de fundamento que pretende utilizar bajo el contexto del monopolio del concepto: no quiere que la adopción igualitaria sea decidida por magistrados calificados sino por un referéndum que utiliza como vara y reflejo de sus creencias. Es una forma de monopolizar la decisión pues le resulta imposible aceptar –y así lo confiesa– que los homosexuales puedan actuar por fuera del dogma católico, es decir: no poder imponerlo y para lavarse las manos –como lo hiciera Poncio Pilatos– le entrega la decisión a la oclocracia colombiana (disimulando su voluntad). Solo que aquí no va a crucificarse un hombre sino los derechos de toda una población de desamparados (niños).
“En mi condición de cristiana, pero además de ciudadana y de demócrata no puedo aceptar que un tema de tanta trascendencia ética, que toca las fibras más sensibles de las creencias de la nación” (por no decir «mis creencias») “pueda ser decidida a puerta cerrada por el voto de seis personas” (por no decir «sino por los católicos»).
No sabe si Dios creó al homosexual o si éste se forma, pero sí sabe que no es honesta con la nación y que solo busca parapetarse en ella. ¿Cómo pretende los derechos de la minoría sean decididos por mayorías? ¿Qué clase de culto al cinismo puede ser ese de tal dimensión? Este cínico parapeto democrático tiene más de totalitarismo y religiosidad, que de democracia y juridicidad en conformidad con hechos y ciencia.
Los derechos de los ciudadanos (homosexuales o no) no pueden ser definidos por mayorías (ni minorías) y mucho menos por cultos religiosos, sino por criterios racionales y empíricos. Si las investigaciones de la Asociación Americana de Psicología (APA, por sus siglas en inglés) y de Psiquiatría de Colombia (APC) –entre otros estudios de corte científico– concluyen que la adopción de niños por parte de parejas homosexuales no representa, en modo alguno, ningún peligro y todos establecen que gozarían de la misma felicidad o infelicidad que los de las parejas heterosexuales –y que el homosexualismo es más una consecuencia de un proceso bioquímico (durante los primeros seis meses de gestación del feto) que de un proceso social– ¿cuál la razón o el argumento para entorpecer el amparo de miles de niños y la licencia de parejas homosexuales calificadas para adoptarlos, que no sea el dogma o el prejuicio?
Si de dogma se trata, doctora Viviane, ¿acaso no traiciona los postulados del cristianismo que clama amar al prójimo como a uno mismo para poder ser el vivo ejemplo de una prédica que respiró aires de igualdad entre quienes los esgrimieron como una realidad encarnada en el registro moral e imborrable de Cristo y sus discípulos? ¿Por dónde se cuela entonces el prejuicio que clasifica al homosexualismo como peste de la que hay que escapar de su alcance, juntando poder y capricho para, como termitas hambrientas, carcomer el derecho a la imparcialidad ahogando lo justo en el abrevadero del discrimen?
Mientras el mundo se estremece, esperemosque Viviane quede desamparada de respaldo y su actuación democrática desmentida por quienes aun desean defender las leyes no nacidas de la mezquindad, la ignorancia y el intercambio que aviva la continuidad exitosa del oportunismo politiquero.