El discurso de un egresado distinguido

El discurso de un egresado distinguido

Palabras de mi padre después de 60 años

Por: Alfredo Villalba Bustos
mayo 27, 2015
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El discurso de un egresado distinguido
Imagen Nota Ciudadana

Ahora que estoy sin oficio me puse a revisar el anaquel de mis recuerdos y me topé con esta joya literaria. Las palabras de mi padre cuando recibió el título de egresado distinguido, al cumplir 60 años de haberse graduado de Abogado. Tenía 85 años, por esto quiero destacar la lucidez mental a esa edad tan avanzada, y con ella, llego hasta los 93, cuando dejó el mundo de los vivos.

Con la reverencia del director del periódico, cedo mi espació semanal para recordarlo y también lo hagan todos los que fueron sus discípulos:

“La más grande satisfacción que he tenido en mi ya larga vida, durante los últimos cuarenta años, por razón del que fuera mi oficio, tuvo origen, por fortuna, en esta universidad, la mía, la que me tituló, tituló a seis de mis siete hijos, y nos hizo, a seis de ellos y a mí, el honor de soportar al mayor como decano de su facultad de derecho, primero, y como rector del claustro, después. No podía recibir yo, por eso, en el atardecer de mi existencia, un reconocimiento más conmovedor y una alegría tan obligante.

Enterado de la decisión de recibir el titulo de egresado distinguido por haber completado los seis decenios de serlo, han sido innumerables las evocaciones revividas por mi memoria. Gracias a Dios la retrospectiva no la perdemos los viejos. Los rectores, los decanos, los profesores, los compañeros todos, desfilaron en el tropel de los recuerdos nostálgicos de tres días para acá. ¡Qué tiempos aquellos! Como reza el verso de la hermosa canción.

Inicié mis estudios universitarios, cuando el país comenzó a ser mirado con ojos nuevos. Una reforma constitucional, una ley de tierras que transformó el concepto tradicional de la propiedad, conquistas laborales nunca antes logradas, un cambio en la estructura tributaria, otra visión de la universidad Colombiana, fueron algunos de los avances que repercutieron en el contenido de nuestra legislación. Hubo allí en adelante, como ahora, un nuevo derecho. En estas aulas los sentimos, lo vivimos y lo discutimos con nuestros maestros. La universidad era un hervidero de ideas, de expectativas y de esperanzas. Se intuía que la Colombia pastoril y estancada de los primeros treinta años del siglo se abría a las primeras industrias y a la sustitución de importaciones. Del estado confesional pasamos a la autonomía de las dos potestades. Olaya, López Pumarejo y Santos fueron consecuentes con su pensamiento político que enmarcó las relaciones Estado-Iglesia en su justa ubicación.

Fue notable el equilibrio con que esos tres ilustres gobernantes enfrentaron las secuelas de la gran depresión, y plausible la posición que el último de ellos adopto a raíz de la Segunda Guerra Mundial. Colombia daba así una demostración de madurez política y de finura diplomática. También en nuestras aulas se abordó el estudio de esos dos fenómenos, con rigor académico, con inteligencia y con perspectiva histórica. Era tiempo que nos percatáramos de nuestro lugar en América Latina y que aprovecháramos una tradición intelectual comparable a la de Argentina, México y Chile.

Años después, al promediar la década de los cuarenta y cuando se consolidaron las iniciativas anteriores, fui llamado a la cátedra de Derecho Procesal Civil. Aquí veo los rostros emocionados de discípulos muy queridos. ¡Qué grata experiencia! Nunca me sentí tan gratificado espiritualmente como en aquellos once años de magisterio y aprendizaje. No hice ningún esfuerzo para ser tolerante con mis alumnos. Esa virtud me la infundió el comportamiento de todos ellos. Fuimos, más que todo, amigos. La jerarquía no le puso tratado de limita al compañerismo. Al contrario, se acendró en el trato cordial y recíprocamente cuidadoso que sostuvimos, en el salón de clases o en las improvisadas tertulias de pasadizo.

La lucha por la vida me obligó a retirarme de la cátedra. Todavía me lamento. Afortunadamente, seis de mis vástagos, en sus respectivas disciplinas, la han ejercido y vengaron la celada que me tendió el destino, para arrebatarme un vínculo que dignifica y ennoblece. Pero logré lo que me propuse: una descendencia que me llena de orgullo. Una descendencia que eduqué y crié en la compañía de una mujer inteligente, bella, comprensiva y abnegada, a cuyas entrañas debo mi más valioso patrimonio. A su memoria dedico este homenaje que hoy recibo de ustedes”. Gracias

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