Empezó el último año del gobierno del presidente Santos y en este momento se enfrenta a una de las decisiones más difíciles de su periodo presidencial. Pocos lo ven así porque el cambio de ministros es algo que se asume siempre como un proceso natural de toda administración. Sin embargo, está pasando desapercibido el conflicto de intereses que se genera actualmente por la naturaleza de las decisiones que debe tomar el primer mandatario. Por un lado, necesita refrescar su gabinete dada la bajísima calificación que han recibido casi todos sus ministros, que quiérase o no, demuestra fallas así sea solo en la percepción de sus respectivas gestiones que tiene el país, o abierta ineficacia en sus labores. Por el otro, lograr las mayorías que ya no tiene en el Congreso de la República para la aprobación de leyes claves que definirán, si se darán o no, los cambios esperados, ya cerrado el capítulo del conflicto armado con las Farc. Esto último significa darles gusto a esos desprestigiados partidos políticos, nombrando en las carteras a quienes ellos propongan.
A nadie podría asombrar este proceso que siempre se ha aceptado normal en todos los sistemas de gobierno. Sin embargo, ahora sí representa una decisión terriblemente difícil. Nunca como ahora los partidos políticos colombianos habían caído tan bajo frente a la opinión pública. Como será esta realidad, que la mayoría de los precandidatos presidenciales han decidió apartarse de sus respectivas organizaciones para buscar su candidatura por firmas. Eso lo que significa es que no quieren cargar con el desprestigio, no solo de sus partidos sino más aun, de los jefes que los presiden. Por desgracia, los senadores y representantes si reciben ordenes de ellos y por consiguiente no perciben su deshonra porque tienen todavía mucho poder.
Pero el país sabe y el presidente Santos más que nadie, que sus recomendados con demasiada frecuencia han resultado verdaderos bandidos, aun aquellos reconocidos como brillantes y eficientes. El exfiscal anticorrupción Luis Gustavo Moreno, es un excelente ejemplo, para no mencionar que la mayoría de los que tienen mucho apoyo político, son además de corruptos, ineptos. A esta triste realidad obedece en parte la ineficacia del Estado. En esta ocasión el riesgo de recibir nombres que no sean los adecuados para terminar un gobierno particularmente difícil y con escaso apoyo ciudadano, es un costo mortal para un presidente que se ha jugado su capital político por la paz.
Al grupo político del expresidente Uribe,
no habrá quién lo detenga en su oposición
porque su jefe ya ha demostrado que no lo ataja nada
Es decir, si logra tener mayorías en el Congreso de la República porque los partidos se sienten bien representados, casi con seguridad, las fallas en los distintos frentes serán inmensas. A su vez, si lo que busca es excelentes nuevos ministros, que es bastante probable que no saldrán de los partidos, va a hacer mucho en el ejecutivo, pero el legislativo que es crucial no le funcionará especialmente por el estilo sin límites de la cofradía, no de un partido, del expresidente Uribe. A ese grupo político, no habrá quién lo detenga en su oposición porque su jefe ya ha demostrado que no lo ataja nada.
Eficiencia y apoyo político son absolutamente incompatibles en este momento y solo un milagro o una gran habilidad del presidente Santos podría vencer esta contradicción. Normalmente en este país, especialmente ahora que por fin la corrupción y la carencia de ideologías de los partidos es evidente, la gente capaz que abunda en Colombia, no quiere ser parte de ese derrumbe inevitable del liberalismo, del conservatismo y aun de la izquierda colombiana.
Es tan grave esta situación, que es necesario pedir un milagro que le permita al presidente Santos resolver con éxito este dilema, repito, probablemente el más complejo de su administración porque es el posconflicto el que está en juego y no solo su presidencia.