No podemos ocultar que la sociedad antioqueña tiene monumentos más siniestros y macabros que el mismísimo diablo: Pablo Escobar, Popeye y Álvaro Uribe. Una sociedad mojigata y doble moralista que con camándula en mano le hace apología al narcotráfico, al dinero fácil y al traquetismo, pero que se rasga las vestiduras con la imagen de un diablo que representa el mestizaje y la paz de un pueblo.
Se debe precisar que los carnavales en todo el mundo son una voz de protesta contra el orden establecido. En Riosucio no es la excepción: permite exorcizar las diferentes formas de violencia que impiden construir representaciones sociales para superar las divisiones políticas y sociales. Así pues, el diablo del carnaval es fruto de la simbiosis triétnica que para algunas tradiciones es el símbolo del mal, pero que para la cultura riosuceña es parte de una trasmisión de saberes que va de generación en generación. El diablo es una realidad intangible que se convierte en una dinámica social y se confunde con el pueblo. Vale recordar que en el carnaval cesan las diferencias religiosas, políticas y sociales.
El escritor de la comarca riosuceña Arcesio Zapata menciona: la idea de que los pueblos se identifiquen con el diablo no es nueva. No ha surgido solo en Riosucio, está latente en todos los pueblos. Es la idea de que el hombre para superar su debilidad frente a la espiritualidad y la riqueza necesita paulatinamente irse lavando. El diablo del carnaval es un diablo que está dispuesto cada día a renovarse, a enriquecer más su conciencia sobre su identidad para cada día darle a Colombia y América el significado histórico que tiene.
El carnaval es el que libera las ataduras del cuerpo hasta las necesidades del espíritu, es el impulso social que este pueblo necesita para escapar por seis días de la miseria social y oprobio cotidiano. A los riosuceños no los mantiene unidos una función laboral sino una función cultural que gira alrededor del carnaval. Por lo tanto, se ha constituido un haz apretado donde se conjugan la pintura, la música, la danza, la escultura, la literatura y hasta el carnaval mismo.
Se debe indicar que: ‘‘…el carnaval es entonces la democratización de lo lúdico y recreativo en toda la creación popular y se afirma sobre dos grandes espacios que le dan sello a la democracia: la calle y la noche. El carnaval cuya esencia está determinada sobre estos dos elementos es la combinación perfecta. Es la igualación de todas las edades, sexos, riquezas’’. Por lo tanto, los versos se calan en el alma popular, se perpetúan en la memoria colectiva y son recitados de generación en generación con alegría, nostalgia y orgullo. Sirva como ejemplo la letra misma del carnaval de Riosucio, escrita por Simeón Satacoloma, que se canta año tras año y ya en 1960 fue grabado por primera vez. O la marcha de la cuadrilla Los diablo’ de 1918, letra de Enrique Palomino Pacheco que se canta en cada desfile: "diablo, satán, demonio, lucifer/ todo el mundo nos tiene que temer/ porque nos pintan feos a granel. / Con el rabo enroscado como serpiente cascabel".
Que recuerde toda la humanidad cuando un riosuceño entrevistó al comandante del ELN Rafael Valencia y le preguntó: "Comandante Valencia, ¿usted permitiría que el diablo del carnaval lo invitara a firmar la paz en Riosucio? Y él respondió afirmativamente’’. Definitivamente el diablo de Riosucio tiene el poder de dirigir la alegría como la única posibilidad que tenemos los hombres...