Ha muerto Jota Mario. No hace un año que salió echado como un pordiosero del canal RCN en el que estuvo por más de una década. Creo que por eso —porque estuvo tanto tiempo expuesto a los colombianos— muchos terminaron odiándolo. Yo apenas le tuve fastidio. Pero no por él, sino por el formato de televisión en que se quedó estancado.
Jota Mario pasó los últimos años de su vida en la televisión rodeado de viejas estúpidas y frívolas como Carolina Cruz, Jessica Cediel o Laura Acuña. Estuvo todo ese tiempo hablando de pendejadas: que el tarot, que los chismes, que la moda, que esto y que lo otro.
Puro entretenimiento para hombres y mujeres frustrados, desempleados, que se quedan en casa esperando que llegue la hora del almuerzo. Programas de televisión para ver pasar el tiempo mientras se hace cola en la EPS. Pero yo digo que no es por eso que hay que recordarlo.
Esta mañana decía Julio Sánchez Cristo en la W que, con la muerte de Tuerquita —uno de los payasos de «Animalandia» que falleció ayer—, moría toda una época de la televisión colombiana. Yo incluiría a Jota Mario.
Jota se suma a Bebé, a Tuerquita y a Pacheco. También a Gloria Valencia de Castaño. Con Jota Mario, ha muerto el último representante de la televisión nacional puramente nacional. La misma que entonaba «no me den trago extranjero, que es caro y no sabe a bueno».
Con Jota Mario, ha muerto la tele de los canales públicos, la del talento real, la de hombres feos haciendo actuaciones memorables. Han muerto, de una vez y para siempre, los años del televisor a blanco y negro, de la perilla, de la antena en el patio. Ha muerto «Cazadores de la fortuna», «Los dummies», «Naturalia», etc y etc.
Miento: falta Jorge Barón.
