El fin de semana anterior la tierra parece que estuvo a un pelo de encontrarse con la terrible realidad de hallarse muda y tal vez ciega. No se dio la repetición del cacareado Efecto Carrington pero hasta la NOA le advirtió a un mundo que ya no se conmueve que la tempestad solar que estábamos soportando era de categoría 5 G, la máxima y, por supuesto nadie tomó precauciones. Apenas si algunos alistaron sus trípodes fotográficos para tomar testimonio de las auroras boreales que se aparecerían al amanecer del día siguiente, pero a nadie le preocupó por ir al cajero a sacar efectivo o readquirir uno de los añejos radios de AM y FM, que podrían sobrevivir con sus tenues voces a lo que se podría venir.
Por supuesto a los apocalípticos de las redes o a los señores mandamases de Pekín y Washington no les iba a interesar un pánico mundial que develara sus debilidades. Pero estuvimos a punto. Llegó un momento, dice la página de Solar Ham, que la velocidad del electromagnetismo que vomitaba el sol sobrepasó los 2.000 kilómetros por segundo, es decir que estuvimos cerca de repetir lo de Carrington en el siglo XIX. Claro que habría sido mucho peor. Cuando aquello sucedió apenas había unos cuantos kilómetros de líneas eléctricas y telegráficas. No existían los 40.000 satélites de Musk ni los otros miles que hoy nos controlan, nos manejan el flujo del internet que mueve los computadores, las señales de celular y, la intercomunicación que nos ha hecho un planeta global.
A los apocalípticos de las redes o a los señores mandamases de Pekín y Washington no les iba a interesar un pánico mundial que develara sus debilidades
Es decir, con una tempestad solar de esa magnitud, habríamos quedado sordos y mudos y todo el aparataje electrónico que nos da comodidad, y sobre todo intercomunicación, se habría podido venir abajo. La esperanza es que no se sabe aún ni cuándo ni por cuánto tiempo nos podría suceder el próximo vómito solar y si los daños a la telaraña de satélites que rodean la tierra sería irreversible. Pero lo cierto es que no pasó y ni cuenta nos dimos que podía haber pasado. Sigamos viviendo.