Me he quedado dormido con el televisor prendido, dejé que la estática me acompañara mientras Morfeo cumplía con su trabajo y en el corral de conteo se me acababan las ovejas. El sueño se hizo profundo, había sentido un leve temblor, pero no le puse atención y seguí en mi letargo.
Cuando desperté, vi que la pantalla estaba apagada. No le instalé el automático, se me hizo extraño, intenté encenderla, pero no se dejó. Al principio pensé que se había ido la luz, así que hice lo que cualquiera, subí el interruptor, los bombillos funcionaron de maravilla. Seguí con mi ritual de baño para estar presto al día, al terminar, decidí buscar en internet alguna solución para mi inconveniente, pero me llevé una sorpresa que podría considerar un poco desagradable, estaba sin línea, en desconexión total. Estaba sin señal y sin imagen. La pantalla negra de ambos monitores me indicó que tenía que buscar otra forma de distracción e información.
No le di tanta importancia y quise seguir durmiendo, tenía horas de sueño acumuladas y como era fin de semana, quise aprovechar. Al volver al mundo real, vi la necesidad de comprar el periódico, con el único propósito de saber que había pasado con la televisión e internet. No había nada, lo mismo de siempre, la reina, la estrella del momento, el muerto del día y el resumen del partido. Decidí, encender la radio, busqué mi emisora favorita, dándole la vuelta a todo el dial, pues estaba acostumbrado a escucharla vía online. La encontré, por fin, estaban transmitiendo un conteo de canciones, de repente, el locutor interrumpió su propia intervención para informar sobre lo que había pasado. Ese leve temblor que yo pasé por alto, fue un choque electromagnético, producto de una explosión nuclear hecha en las profundidades del mar. Este incidente afectó la tecnología digital, solo servían aquellos artículos de uso análogo, mi papá que acababa llegar del trabajo, dijo “Nos atrasamos 100 años”.
No sabía qué hacer, pensaba en el ahora y en el después, nada servía, traté de buscar el televisor viejo, para conectarlo a la antena aérea, pero no, ya estaba obsoleto. La rosca con la que se cambiaba el canal se le había perdido, subí al techo para mirar si la torre que recibía la señal vía microondas seguía, pero, en la última navidad la quitaron para poner un muñeco de nieve que se derritió el día de reyes.
Me había resignado, mi ser virtual había muerto, las redes sociales a las que estaba inscrito quedaron en el recuerdo, aquellos programas que podía ver tanto en la web como en la caja negra se convirtieron en una historia de tradición oral. Quise darme un espacio de distracción, me fui a jugar fútbol, se acabó el partido, volví a casa, retomé un libro que tenía abandonado, lo terminé de leer un santiamén, no había celular con datos que me interrumpiera.
Otro baño, ¿pero y la música que me acompaña en el ritual?, todas eran listas de reproducción de YouTube, tuve que recurrir a los viejos casetes que mi papá había comprado y a otros que yo había grabado de pequeño. Después, mis amigos me llamaron para saber dónde íbamos a ver el partido de Colombia, les dije que tocaría a través de conjuros con taitas y caciques en alguna señal de humo, porque ningún televisor del mundo servía, los seres humanos nos habíamos digitalizado, las herramientas electrónicas eran una extensión más del cuerpo. Otra vez todos pegados a una voz conocida de una cara imaginada, el locutor cantaba los goles y se celebran, pero no había repetición si se lo perdía, ni un tuit, ni una actualización de estado que hiciera eco de aquel grito de celebración. Era vivir el momento sin derecho a duplicarlo.
El tiempo muerto decidí emplearlo para hacer las atrasadas metas que tenía en mi vida. Escribí un libro, realicé un collage y varios álbumes con fotos viejas, me costó mucho más tiempo y trabajo. Tuve que diseñar como si estuviera en la primaria, viajé a la playa, subí a una montaña, pero igual no dejaba de pensar en que necesitaba relajarme, un momento de total conexión con alguna caja mágica, además era igual de importante mantener contacto con aquellos que se encontraban lejos. Las llamadas eran imposibles, las comunicaciones siempre estaban colapsadas, era más fácil escribir una carta y esperar que hiciera su recorrido.
Padecí un poco al volver a la universidad, nos dejaron un trabajo de consulta, recurrí a los libros, a la gente, a la biblioteca, todo bajo control, pero cuando era primordial un tema específico, extrañé la opción de búsqueda fácil que me daba internet. Tenía que leer más y encontrarme con datos que no me servían para lo que estaba haciendo. Los e-books volvieron a ser enciclopedias, los vídeos que explicaban los temas tenía que imaginarlos.
Al finalizar mis trabajos, quise ver una película, mi computador solo me mostraba “Error 404” y error “510” era como la señalización de algún salón de clase para niños no deseados. El VHS estaba en la finca y solo tenía un videotape que ya había visto más o menos 20 veces. Mi bolsillo no tenía tanto aguante para consumir en un ratico la cartelera que promocionaban los distintos cinemas como si podía con ese poderoso invento llamado internet.
Mi portátil y mi celular se habían convertido en un reloj con juegos, tenía más tiempo libre para encontrarme conmigo mismo y con los demás, los recuerdos se guardaban con más valor, pero me había quedado sin distracción banal.