Con espanto he visto que este 24 de enero, Día Internacional de la Educación, sencillamente pasó inadvertido en el mundo. Esto tal vez porque no somos conscientes del poder de la educación, la cual transforma vidas, es capaz de evitar conflictos y nos ayuda a convivir juntos y en paz bajo los brazos de la diversidad cultural.
Para revertir esta situación y otorgarle la importancia mundial a la educación, son los gobernantes, como líderes naturales de cada país, quienes deben declarar este día como feriado. Esto con el objetivo de reflexionar sobre la ecuménica valía de la educación para la realización de las personas y rendir tributo a millones de maestros y maestras del planeta. Gracias a sus compromisos pedagógicos, el mundo es cada vez mejor.
Sin embargo, no basta el esfuerzo de los maestros en esta noble labor solidaria, sino que hacen falta más esfuerzos compartidos y políticas de dimensiones globales de la mano con la Unesco. Hay que fomentar la equidad en todas sus formas y el acceso mundial a la educación como un derecho humano fundamental. Nadie se puede perder la oportunidad de descubrir su talento, como diría Antonio Guterres, secretario general de la ONU.
No es justo que en tiempos de la inteligencia artificial, “244 millones de niños y jóvenes de todo el mundo no asistan a la escuela" y "763 millones de jóvenes y adultos sean analfabetos”, según la Unesco. Ante esta desdicha humanitaria, más allá de comentarios, ¿qué estamos haciendo por las demás personas para que accedan a la educación?
Además, como si esto no fuera suficiente, Afganistán es el único país del mundo que ha privado el acceso de las niñas y las mujeres a la educación, que suman 2.5 millones. Para mayor tristeza nuestra, casi el 30% de las niñas afganas jamás han asistido a un salón de clases. Por dios. Es como que las hayan enterrado vivas en un mundo que grita por libertad y derecho a la educación. Como invoca Audrey Azoulay, directora general de la Unesco: “La comunidad internacional tiene la responsabilidad de velar porque se restablezcan sin demora los derechos de las niñas y mujeres afganas”.
Para frenar estas atrocidades en cualquier parte del planeta, los gobernantes, las organizaciones privadas y públicas, las universidades, institutos y escuelas, y la sociedad civil organizada deben incrementar más presupuesto para educación, sobre todo en países en vías de desarrollo. Hay que velar por que cada ser humano acceda a la educación de calidad, pues de no hacerlo pondríamos en riesgo a nuestra coexistencia humana.
Finalmente, consciente de que la educación es nuestro mayor tesoro, es justo que todos y todas disfruten de ella. Son los gobiernos y cada uno de nosotros los responsables de reflexionar su acceso universal, reafirmando nuestra fe en la educación este 24 de enero, ¡Día Mundial de la Educación!