La autopsia, (1968), obra de teatro de Enrique Buenaventura, traza los conflictos entre la esfera pública y la vida privada. Un médico y su esposa se encuentran en el consultorio:
- La Mujer: Aquí está el saco y la corbata.
- El Doctor: (poniéndose el saco) Bien.
- La Mujer: Como cualquier día.
- El Doctor: Ya sé que no es como cualquier día
- La Mujer: Como cualquier cadáver.
- El Doctor: Ya sé que no es como cualquier cadáver.
El médico se prepara para ir a la autopsia de su hijo que ha sido asesinado. Y el médico tiene el deber de ir a hacerla y, la mujer indecisa, no sabe qué decir. Así el diálogo lleva a:
-El Doctor: Lo consentiste mucho. Siempre lo consentiste demasiado.
Y los reproches vienen y van. Pero el médico no ha hecho más que trabajar como una bestia para mantener el hogar y levantar al hijo en la fe en Dios. “En los más altos principios de la moral y la decencia.” Cuando el padre lo castigo por no ir a misa ella saboteó el castigo.
La Mujer: Era un buen muchacho. Si esas ideas entraron en él fue justamente porque era un buen muchacho. Decía que no podía soportar la injusticia.
Ella pregunta que si el padre no va a la autopsia, entonces, él médico afirma que tiene que ir. Mas deben hablar bajo para que los vecinos no escuchen. Pero él siempre cumplió el deber y por eso le ha ido mal. La mujer no quiere que el médico diga que el hijo fue un bandido, a lo que él aclara: “Si digo que lo asesinaron... piensa en seguida que voy a decir: el de Zapata, el de Suárez, el del estudiante Sepúlveda fueron simples asesinatos… La prensa ya dijo lo de siempre”.
Miran el periódico y se encuentra con el compañero del hijo asesinado, que era el último de la clase; sin embargo, se encuentra en las páginas sociales, mientras el hijo de ella y de él es un bandolero, un criminal, muerto en un encuentro con el ejército. Más en el diario no se dice que fue asesinado en el calabozo. “Le pusieron la ametralladora en la boca y le dispararon. Y tú iras ahora y harás la autopsia. Como siempre. Como todos los días”. Y, viene el recuerdo: “El cadáver estaba lleno de plomo. Lo habían acribillado en un calabozo. ¿Te acuerdas, Ana? Y yo te pregunté a ti por la noche. ¿Qué pongo mañana en la boleta? Y tú te callaste. Y yo te dije: Si quiero conservar el puesto, tengo que inventar algo… Y tú dijiste: No es fácil conseguir otro puesto ahora.
La mujer considera que no debe ir. No lo pueden obligar. Y todo porque tenía ideas que lo despistaron. Él quería arreglar el mundo. Pero para el médico: “El mundo no tiene arreglo”. Y murió por esas malditas ideas que le han inculcado otros. Malas amistades, “malditas ideas que no conducen a otra cosa que al enfrentamiento y la muerte”. Y, vuelve el hombre a. “Lo consentiste demasiado.” Ella: “No son malos muchachos… Simplemente han crecido en estos tiempos.” Y el doctor considera: “Y que ninguno de estos tipos, ninguno de los que le metieron las ideas en la cabeza, se presente para el entierro”. La Mujer: “Serán los únicos que se atrevan a acompañar el cadáver. Tus amigos no van a comprometerse. Pueden perder sus puestos”.
Le aterra perder el puesto y no sabe qué hacer. Lo mejor es no perder el trabajo. Renunciar es lo peor que puede hacer. Perdería su modo de vida. El deber es el deber. Así que debe ir. “Y no lo voy a resucitar perdiendo el puesto. Ni siquiera voy a conseguir que haya un poco de justicia”. “Baja la voz que nos oyen los vecinos” “y tú sigues con el puesto. El puesto. El puesto. Si quieres voy y renuncio ahora mismo”.
En ese momento suena el teléfono y, la llamada es de la policía. El doctor contesta: “Yo… estaba listo para ir… Era mi deber y estaba dispuesto a cumplirlo”. No obstante, la llamada le hace saber que la autopsia la realizará el ayudante. Y le dan tres días de licencia. “Sigo en mi puesto”.
Así que el hombre y la mujer salen del consultorio para arreglar el entierro.