En los años noventa, en una cancha semioculta cerca a la Plaza de Toros, los familiares y amigos de los "señores" acostumbraban a jugar dos veces a la semana alrededor de unas cervezas.
Eran reuniones en donde se contaban anécdotas sobre futbol y se celebraban recios partidos acompañados de licor y un buen asado.
Para que las contiendas no fueran tan rudas y para evitar altercados entre los equipos en disputa, acostumbraban a contratar árbitros bien pagos.
En esa época en la que el dinero corría a raudales, los asistentes recibieron una gran sorpresa. Como una excentricidad más, los "señores" contrataron al astro del fútbol mundial en un juego especial para celebrar el cumpleaños de uno de los dueños del equipo.
El día del partido no había suficientes jugadores y tuvieron que llamar de urgencia a un grupo de jóvenes que hacía parte de un equipo aficionado del barrio El Guabal.
Ese día Maradona jugó los 90 minutos, 45 en cada equipo. Cuentan que lo hacía con una Heineken en la mano todo el tiempo.
Después del encuentro, contrario a lo que pensaban los incrédulos, compartieron autógrafos, fotos y una tanda de buena carne con el 10 argentino.