El día que Uribe muera (y que tal día esté lejano o cercano me vale lo que un cero a la enésima potencia) para sorpresa de muchos no será un viernes a las 3 de la tarde ni la tierra quedará en tinieblas ni habrá terremoto ni saldrán los muertos de sus sepulcros. Sin embargo para los uribistas, cuya cerrazón supera la de su führer, habrá muerto alguien más grande que Cristo y en lo sucesivo le pedirán al Congreso, a la OEA, a la ONU y a Dios y al Diablo que el tiempo se parta en dos: antes de Uribe y después de Uribe: comuníquese y cúmplase.
Eminentísimo y pulquérrimo presidente de turno, declarad en ese lacrimoso día el Estado de conmoción interior porque un zafarrancho se armará en sus funerales. Veremos buitres, carcajadas o llanto de plañideras, asonadas, revueltas, peleas de gallos finos, desfiles de hipócritas, lluvia de tomates o de rosas. Y no faltaba más, habrá fuegos pirotécnicos que dejarán boquiabiertos a más de un idiota. El día que Uribe muera la tierra girará al revés y el mundo se pondrá patas arriba. Será la hecatombe, el holocausto, el apocalipsis, el Armagedón, el apague y vámonos, el no va más de la política, pues se habrá ido el non plus ultra de lo humano y lo divino.
Ese día habrá golpes de pecho, histeria patria, pánico colectivo y algunas cabezas locas y desesperadas se estrellarán contra las paredes pues sentirán el vacío, el abismo, la nada. En efecto, y para bendición o maldición, ya no verán en tiempo real la omnisciente presencia del Gran Hermano, ni su ubicua voz de paisa rabioso que los complacía o atormentaba día noche. Los imbéciles no podrán creer que el magnánimo prócer, al igual que usted y yo, será pasto de gusanos y que la herrumbre y la corrupción visitarán su tumba.
No era entonces dios, dirán los incrédulos. Esperad al tercer día y veréis, dirán los prohombres de fe. Te lo advierto, excelentísimo y no suficientemente alabado presidente o dictador de turno: poned guardia de mil soldados armados hasta los dientes pues se querrán robar sus despojos mortales. Santa Paloma Valencia visitará al tercer día el sepulcro de su señor y maestro y sólo hallará el poncho, el carriel, las alpargatas y las espuelas del más déspota jinete que haya cabalgado por estos hollados lares. Nadie volverá a ver la mano diestra reposando en paz sobre el costado izquierdo; es decir, su mano firme sobre su corazón blando como la piedra. Los que jamás dicen mentiras dirán a manera de falso negativo que Uribe resucitó y entonces el problema será peor que al principio, a cambio, tendremos una santísima trinidad colombiana: mesías, dios y presidente eterno.
El día que Uribe muera, los políticos impolutos e incorruptibles exhalarán desde sus pútridas gargantas discursos lastimeros y grandilocuentes, y los curas y monseñores harán homilías a la usanza antigua con cadencia medieval y tono gregoriano en forma de salmodia. Sobreabundará el redoble de campanas, el incienso y la plegaria. Los pastores cristianos alzarán sus histéricas quejas y como Caifás se rasgarán las vestiduras, y esquilarán de paso a sus ovejas dóciles y pendejas para obtener un récord en diezmos. Ese día el uribismo será proclamado religión oficial, y secta y cofradía oscura y hermandad suprema. Y se pensará en construir por doquier templos e iglesias consagradas a san Uribe, patrono de los ricos, y de los pobres con ínfulas de ricos, de los derechistas y ultra derechistas, de los sectarios y de los videntes que no quieren ver y de los ciegos que creen ver, de los mentirosos que predican la verdad, y de los que practican la verdad haciendo buen uso de las mentiras, y de los locos que se creen cuerdos y de los cuerdos que se hacen los locos, de los pacíficos violentos y de los tontos que se creen muy astutos y de los astutos que se hacen los bobos, de los intolerantes, de los rabiosos y furibundos.
El día que Uribe muera será un día ridículo y tendré compasión de él. Su ego, grande como el globo terráqueo, será su principal enemigo en la hora de la luz y la verdad. Si a un pobre diablo, si a un don nadie lo asusta la muerte cuando ésta le abre los ojos, si un monje budista desapegado de todo lo terreno puede ser víctima de su ego cuando el advenimiento de la muerte le hace creer que el mundo sin él dejará de funcionar, que todo se desintegrará con su muerte, qué diremos para un ego enfermo que se cree tan luminoso y necesario como el sol, para alguien que se cree un dios, un todopoderoso. En todo caso el día que Uribe muera quizás se le revele en medio de su nada y su pobreza que desde hace mucho estaba muerto en vida.