De las militantes del feminismo de la llamada Tercera Ola muchos ya hemos oído. Algunos incluso llegan a llamarlas “feminazis”, término tan peyorativo que, en últimas, no ayuda en nada a un posible debate argumentativo con ellas, como tampoco ayudan algunas de sus posturas que rayan el más puro y duro radicalismo. Sin embargo, no vengo aquí a discutir sus pros y contras, ni mucho menos a sustentar cuál es mi apreciación acerca de dicho movimiento.
Pero, finalmente, tenía que ocurrirme. Sí, tenía que llegar el día en que la postura radical de una de ellas y su consabida muletilla de “heteropatriarcal, misógino, opresor…” se me presentara en primera persona. Y, bueno, no siempre uno está preparado para hacer frente a tal descalificación por el simple hecho de ser hombre (masculino, heterosexual), de los que parecemos hombres física, mental, cognitiva, emocional, psicológica y culturalmente ¡ya ni se sabe con tanto término acuñado! Un hombre de esos que nos atrae y gusta una mujer (femenina, heterosexual), una de aquellas que parecen física, mental, cognitiva… Sí, de las mismas mujeres (heterosexuales) de las que les gustan los hombres (heterosexuales). En fin, de aquellos y aquellas (o aquellas o aquellos, pues las damas primero).
Entraba en una librería y detrás de mí venía una señorita de unos 25 años, calculo, con el cabello teñido de verde, gafas “hipster” y ropa medio hippie con la casi infaltable mochilita de jíbaro (que no sé cómo se llaman realmente y perdónenme lo despectivo que pueda sonar). Bueno, una joven de aquellas que realmente uno relaciona con ambientes intelectuales, de las que leen mucho y así se cultivan para bien de la humanidad. Sin embargo, una vez iba hacia el interior del establecimiento en cuestión y al ver que detrás venía alguien (ella), tuve a bien sostener la puerta para facilitar su entrada. ¡Y vaya que su mirada fue más que fulminante! “Yo puedo perfectamente abrir y sostener la puerta”, me interpeló de inmediato. Saliendo de mi sorpresa, le dije que perfectamente sabía que ella era muy capaz, como muchos otros, ni más faltaba, pero que no tenía problema alguno en hacerlo, por aquello de la cortesía, esa que nos permite de cierto modo una mejor convivencia en diferentes ámbitos de la sociedad.
“Pues esa es una muestra más de la sociedad heteropatriarcal, misógina y opresora, ¿qué cree?, ¿que las mujeres somos princesitas que no podemos valernos por nosotras mismas?”, dijo airadamente mientras sus mejillas se tornaban de un rojo cada vez más intenso.
“Pues resulta que puedes estar en tu niñez, en tu pubertad, en tu adolescencia, bien puedes ya estar en tu adultez o ser parte de la venerable ancianidad, incluso podrías ser un animalito o ciertamente una mutante, e igual tendría esa costumbre de ser cortés”, le señalé, esperando así encontrar alivio para sus mejillas ahora mucho más rojas y su ceño tan fruncido que parecía que iba a darle un ataque de ira incontrolable.
“Deje de ser tan estúpido, qué excusa tan pendeja para demostrar que no es más sino un machista misógino (sic)”, continuó arremetiendo ante la mirada atónita de quienes se encontraban en la librería.
“Bueno, gracias por exponer tu postura, la cual consideraré en un juicioso ejercicio de reflexión” le dije, como haciéndome el que habla de lo más bonito. Y, bueno, con su mirada descalificadora siguió adelante la señorita en cuestión, mientras yo me hacía a un lado, temeroso de mi propia seguridad física y psicológica, pues no dejó de ser algo desconcertante la situación que describo.
Y eso fue lo que me ocurrió. No pretendo con lo que comparto con ustedes iniciar un debate acerca de si lo que dijo esta joven fue acertado o no, o si mi postura a su vez lo es. Sin embargo, ya desde mi fuero personal considero que la cortesía y consideración por los demás no tienen que ver con sexo, edad, grupo étnico, tendencia sexual, condición económica u otras variables de las que hacen de la humanidad una vasta paleta de diversidad, sino con hacernos la vida más fácil y amable, respetarnos y ayudarnos en lo que sea posible, en la solidaridad y en el respeto, precisamente, por dicha variedad.
Quizás a ustedes les haya ocurrido algo similar, independientemente con quién o cuál haya sido el argumento. No estamos exentos en nuestro diario interactuar de encontrarnos con situaciones conflictivas que, en últimas, se presentan como una buena excusa para conocernos un poco más como seres humanos. De ahí la riqueza que puede desprenderse del mismo conflicto.