El 28 de julio de 2015 la iniciativa de la Consulta popular –en función de preguntar a la ciudadanía si está de acuerdo o no con que se realicen corridas y novilladas en su ciudad– se había tomado el centro de los debates políticos nacionales y, en concreto, homogenizado el panorama distrital. Era la hora de definir la conveniencia de realizar dicha consulta que ya había pasado por una revisión elemental sobre la constitucionalidad de la pregunta. Desde mayo se había constituido una comisión accidental que se encargaría de estudiar a fondo el tema para presentar los conceptos que salieran de aquel juicioso acercamiento. Era una comisión integrada por cinco concejales: Darío Cepeda, Jorge Durán, Yezid García, Olga Victoria Rubio y Clara Sandoval. Los dos primeros emitieron un concepto negativo sobre la conveniencia de la cita democrática respecto al destino de los toros en Bogotá. Los otros tres (García, Rubio y Sandoval) dieron concepto favorable para la aplicación de aquel mecanismo y darle voz a los bogotanos. El lunes 27 de julio se dieron cita en el concejo taurinos y animalistas para acompañar la decisión del Concejo. Sin embargo, la mayoría de los concejales abandonaron el recinto y el quórum se vino al piso. La presidenta levantó la plenaria y determinó que el martes 28 se llevaría a cabo sí o sí la votación.
A las 9 de la mañana del martes empezaron a llegar concejales a su lugar de trabajo. En frente de las instalaciones del Concejo animalistas y taurinos intentaban hacerse escuchar, aunque mientras los animalistas armaron una fiesta entre banderas y bailes los taurinos insistían en el ataque ad hoc y la provocación. Llegaban medios, personalidades de la política y uno que otro candidato a aprovechar y sacar alguna ganancia de dicho escenario. Inició la plenaria y las barras se encontraban llenas entre animalistas que levantaban sus letreros –que demostraban la pluralidad de su movimiento– pidiendo votación y democracia. Los taurinos en sus carteles seguían en el ataque directo y sus pocos carteles no eran más que una extensión de aquel ataque particularista y provocador hacía los asistentes animalistas.
Iniciaron las intervenciones de los concejales previas a la votación y de repente pareció que el espíritu animalista deambulaba por el recinto y había poseído a cada uno de los honorables concejales. Javier Palacio, concejal del partido de la U y abiertamente taurino, se desdobló retóricamente en torno al maltrato en los mataderos, las mascotas y sus voluntades, el consumo de carne, la tala de bosques, en fin; un ecologista nato. Lo que en los primeros minutos parecía ser un intento de trivializar el debate y salirse por las ramas terminó siendo una bola de nieve que posicionó a los concejales en contra de todo tipo de maltrato animal. Le siguió Darío Cepeda, de Cambio Radical, quien le recordó al auditorio que es “más animalista que los animalistas”; afirmó que tiene cuatro mascotas y todas son miembros ‘consentidos’ de su familia pero, sin embargo, alegó la inconveniencia política de la consulta popular y, al igual que Palacio, abandonó el recinto con la clara intención de afectar fatalmente el quórum decisorio e imposibilitar la votación, algo que finalmente no pasó. Tanto animalistas como taurinos ya tenían hechas sus cuentas, sabían con que voto podían contar y con cuál no, sin embargo en el momento de la votación y en medio de argumentaciones y mini-discursos el panorama cambió un poco. Había un total de 35 concejales tras la inasistencia de gran parte de los concejales que estaban en contra de la realización de la consulta y que en una especie de auto-inhabilitación le huyeron al debate. Otros, como Jorge Durán Silva se quedaron para demostrarle a su público taurino que iría hasta las últimas en el debate, pues debía retribuir el lobby que le habían hecho y su capital electoral bogotano que tiene como eje a la afición de la fiesta brava. Concejales como Antonio Sanguino y Roberto Sáenz del Partido Verde o Álvaro Argote del Polo Democrático empezaron a perder la paciencia cuando era evidente que entre 2 o 3 concejales estaban dilatando el proceso y corrían en círculos argumentales para darle largas al asunto. Cuando fue el turno de la administración para defender su proposición, la secretaria general de la alcaldía Martha Lucía Ramírez fue concreta y vehementemente desarmó los argumentos de la falta de tiempos y la ilegalidad de la consulta. También hizo su intervención Marco Fidel Ramírez, que se autodenomina el concejal de la familia, quien en su forma particular de comunicar sus posturas dio un aleccionador discurso contra la “inmoralidad” de tan sangriento espectáculo, incluso se atrevió a citar La Biblia y con la camiseta de “No a las corridas” desfiló por todo el auditorio haciendo gala de su animalismo. Avanzada la tarde siguieron las dilaciones por parte de algunas bancadas, el ejemplo del partido conservador que alegaba la necesidad de seguir escuchando a los concejales y al público pues aún “no había suficiente ilustración”, sin embargo, por pupitrazo fue una moción rechazada y se procedió con las últimas intervenciones. El concejal Carrillo se tomó la palabra en nombre del Partido Conservador y, después de una larga exposición de argumentos sobre la necesidad de erradicar el maltrato a los animales y celebrar que sea un debate que se esté llevando, afirmó que su partido consideraba inconveniente realizar la consulta popular.
Antes de iniciar oficialmente con la votación se abrió el micrófono al público, hablarían un representante de los taurinos y uno de los animalistas. La palabra la tomaba un niño de 15 años, Juan, que había sido disfrazado de torero y llevaba 7 horas de pie ante la mirada de los taurinos que vigilantes le hacían gestos indicándole el compromiso que sobre él pesaba. Su exposición duró 3 minutos y no pasó de equiparar su minoría con las que están constitucionalmente avaladas e históricamente reconocidas, así pues el intento de instrumentalizar al niño en función de persuadir a los concejales no terminó de cuajar. Por los animalistas pasó la abogada Lilia Sanín quién en 40 segundos resaltó el gran trabajo de la ciudadanía en la construcción de la propuesta y exhortó a los concejales a “no tenerle miedo a la democracia” y trascender de las dilaciones.
Inició la votación y el llamado a lista. 35 concejales dentro del recinto y se cerraron las puertas del auditorio. Algunos concejales explicaron brevemente su voto y fue entonces cuando se evidenció el animalista que todo concejal llevaba dentro, faceta que desconocían los asistentes y que en lugar de banalizar el debate mostró la trascendencia que esta coyuntura había alcanzado. Lucía Bastidas, concejal del Partido Verde, dio el “Sí” a la consulta, no sin antes llamar a iniciar procesos reales en contra de las peleas de gallos, el abandono a los perros callejeros y demás manifestaciones de maltrato animal. Por su parte el concejal Carlos Vicente de Roux afirmaba que si bien la gran mayoría de los presentes en el recinto acababan de almorzar pollo o carne, debía reconocerse que la muerte como espectáculo debía proscribirse en la ciudad y el mundo moderno. Diego García, también de los verdes, afirmaba que, si bien no veía con buenos ojos el carácter político que había tomado el asunto, sí era urgente darle la voz a los ciudadanos para reconocer o rechazar el maltrato en su ciudad. Clara Sandoval, de la U, hizo un llamado generalizado a pensar en los animales y que “esta lucha” no acabara en los toros. Por su parte Miguel Uribe, del Partido Liberal y nieto del expresidente Turbay, afirmó que después de lo que había sido este debate –que duró meses– se había cuestionado varias de sus costumbres y sus posiciones personales frente al cuidado de los animales y que tenía muchas reflexiones por hacer en su intimidad frente a su relación con estos. Juan Carlos Flórez, que hasta ese día no había dado si quiera una pista sobre su posición frente a la consulta, rechazó tajantemente que los animalistas fueran tildados como fanáticos e hizo un llamado a pensarse las formas actuales de explotación animal haciendo referencia a los galpones en donde son criados miles de pollos “que duran 24 horas con bombillos prendidos sobre sus cabezas y hacinados”, y concluía dando el sí para la consulta. El concejal del Polo, Venus Albeiro Silva, recordaba que siempre ha sido partidario de las luchas “que parecen perdidas” y añadía que siendo senador de la república había sido ponente en el año 2004 del estatuto taurino que sería aprobado, sin embargo, no se declaró aficionado a las corridas y señaló que en cuanto dejaron de enviarle boletas dejó de ir a la fiesta brava. Por último, rechazó ser tildado como taurino por haber sido ponente de la ley 916 y dio el sí para la consulta. Maria Victoria Vargas, liberal, también pidió ser sacada del ‘costal de los taurinos’ pues –según dijo– jamás ha ido a una corrida y no le interesa, concluyó que está totalmente de acuerdo con terminar por fin con la muerte como espectáculo en la ciudad, aunque reconoció que hay animales que no le gustan como los gatos y los ratones. Horacio Serpa, liberal también, reconoció que en su época universitaria armaba plan con sus amigos para ir a los toros, pero señaló que es cuestión del pasado y después de reflexionar sobre la embriaguez y la euforia que se vive dentro de la fiesta brava y ya no está de acuerdo con dicho espectáculo, dio el sí a la consulta.
Aunque algunos concejales solo se limitaron a dar el sí o no en la votación, por lo menos 15 o 20 cabildantes dieron en su voto una serie de argumentos que se esgrimían como verdaderos llamados a la protección animal, a erradicar todo tipo de maltrato. Incluso quienes consideraban inconveniente la consulta llamaban a seguir la lucha por los animales. Tan es así que a las afueras del Concejo los taurinos con megáfono en mano le gritaban al grupo de animalistas cifras sobre perros callejeros y afirmaban que si se acaba la fiesta brava se debería seguir por el cierre de los mataderos y la respuesta que recibían eran aplausos de concordancia por parte de los animalistas. El animalismo se tomó aquel día el recinto, pero no el animalismo como movimiento sino el espíritu de la protección de los animales. Esta vez el animalismo no fue de camisetas o arengas, fue un consenso moral y efectivo entre políticos y el público, claro, con matices. Mientras unos llamaban a la defensa de los animales como extensión de la lucha antitaurina otros lo hacían para alegar incoherencias y peligros del animalismo como ideología, aún cuando esgrimían argumentos en clave de rechazo al maltrato.
La votación terminó con un 29 a 6, esos 6 votos negativos no fueron contra los antitaurinos ni el animalismo, fueron a favor de un capital electoral intraicionable, el público taurino. Durán Silva, Cepeda y Palacio demostraron que las dilaciones y reparos en este debate eran parte de un ejercicio obligatorio con el público taurino que en ellos ponía la responsabilidad de representarlos, y bueno, es entendible. Cuando se dio el veredicto el auditorio rompió en aplausos y desde las barras salió un grito coordinado de “¡Gracias!” a lo cual la mayoría de concejales respondieron con el pulgar levantado. Entre Verdes, rojos, azules y amarillos se tendían la mano pues la consulta antitaurina había salido adelante en el concejo por encima y por debajo de las bancadas y los partidos. Un debate que unió conservadores y liberales, a ateos con católicos, a petristas y anti-petristas. El clima en el recinto era tan animalista que el concejal Sáenz se arriesgó a recomendarle a sus colegas empezar a erradicar los animales muertos de su menú, y concluyó que “tal vez en 4 años debatamos sobre el consumo de carne y sus implicaciones”.
Después un sinfín de dilaciones, de peleas uno a uno, de indirectas y pupitrazos, el martes 28 de julio de 2015 será recordado, más allá de haber sido aprobada la consulta popular, como el día en que el espíritu animalista se posó sobre el cabildo distrital.
Mateo Córdoba, miembro de #BogotáSinToreo
Twitter:DurkheimVive