Me excuso con mis hipotéticos lectores, porque mi anterior columna dejaba implícito que esta de hoy también sería una columna sobre jazz, a propósito del septiembre jazzístico en Barranquilla y el resto del país.
Pero no. No es posible. La vida. Este país. El pedazo de humanidad que somos nos atraviesa la insalvable coyuntura del plebiscito por la paz este próximo domingo en el que como colombianos, como habitantes de esta hora, tenemos que ponernos la mano, donde sea que haya que ponerla, para votar con un sí rotundo por la paz que este país tanto reclama, por la que sin duda se ha trabajado con la inteligencia y eficacia con la que no se había hecho nunca antes y, también es cierto, a la que nunca antes nadie se había opuesto, como ha ocurrido ahora que casi medio país se opone obnubilado, más que por el odio, por la vanidad herida de un solo individuo que no soporta la infantil situación de perder un juguete y ha arrastrado a tantos a esa descompuesta actitud pública en la que se revuelcan los partidarios del No.
Y ha contagiado a muchos la fiera idea de que vamos hacia un abismo histórico, inculcada con un repertorio de mentiras e inexactitudes que no podríamos creer si no fuera tan ruidosa y masiva la evidencia.
En la historia reciente del país, en muchas ocasiones, nos hemos tropezado con análisis, unos más serios que otros, que nos dicen que los colombianos somos unos violentos viscerales, inmisericordes a la hora de matar, violentos por naturaleza. Y se hace el pavoroso inventario de los estilos con los que se han asesinado a cientos de miles de colombianos a lo largo de más de medio siglo de violencia política.
Pero alguien en el país, María Emma Wills, directora del Centro de memoria Histórica dice que no, que “Las personas no son violentas por naturaleza, y los colombianos tampoco. Se sabe que son las relaciones sociales, las condiciones, los contextos que influyen en los comportamientos humanos. En Colombia muchas generaciones crecieron creyendo que la mejor forma de resolver sus conflictos era usando la violencia, es allí donde entra la escuela, para romper esos idearios y forjar a los estudiantes en una cultura democrática, de discusión y diálogo sintiendo empatía por el otro, sin desconocer que lo que dice vale, así no se esté de acuerdo”.
Desafortunadamente no es eso lo que caracteriza el actual debate que tampoco finalizará con el triunfo del Sí o del No mañana domingo. El triunfo del Sí tendrá como respuesta el recrudecimiento de la infamia y la calumnia, la descalificación porque sí, y el palo en la rueda de todo aquello que signifique salir adelante en este proceso.
Y el triunfo del No, no dudemos que lo empeorará todo hasta lo impensable. Cierro la puerta a mi imaginación y toco madera.
El escritor Mario Mendoza, en entrevista que ha estado circulando por las redes sociales en los últimos días, muestra su desconcierto al constatar cómo frente al escenario en el que dos enemigos se ponen de acuerdo en hacer la paz, el gobierno y las Farc, está también ese casi medio país que se opone con todos los adjetivos posibles a la realidad cantada de vivir con un ejército de más de 10 000 hombres menos matando y haciéndose matar en los campos y ciudades colombianos.
Hay una abierta y luminosa alegría en muchos colombianos convencidos
con la necesidad de un Sí por encima de los odios, los dolores, las matanzas, los desplazamientos decantado todo ello en la certeza del perdón y la comprensión
Pero así es aunque nos cueste creerlo. Hay una abierta y luminosa alegría en muchos colombianos convencidos con la necesidad de un Sí por encima de los odios, los dolores, las matanzas, los desplazamientos, los despojos, las violaciones de todo tipo, decantado todo ello en la certeza del perdón y la comprensión. Pero también es cierto que toda esa esperanzadora actitud está fatalmente ensombrecida por las fuerzas más oscuras que hayamos visto. Y no porque antes no existieran, sino porque con toda esta comunicación contemporánea se hace más dura y más sensible.
Y los medios de comunicación agentes de este No son esos zamuros que aletean cojeando alrededor de la escena para sacarle los ojos y picarle el ombligo a ese pequeño niño que agoniza a la espera del Sí.
Me uno al Sí desde mi más profunda convicción y hago mío este párrafo que cierra la declaración de los promotores del Sí desde la cultura en el Caribe colombiano: “Iremos a las urnas pensando en el mañana. Con el deseo de perdonar a las partes que hicieron tanto daño; con la aspiración de sanar y de rehacer territorios y sociedades fracturados; y con la certeza que desde nuestro campo de acción, la cultura, haremos una contribución a la paz de Colombia”.
No hay duda de que desde la cultura podremos hacer los más definitivos aportes para sanar en paz a este país.