Muy colombianos nosotros, ayer estuvimos buscando velitas para hoy, “Día de las velitas”. En los casi tres años que llevamos en Estados Unidos nunca lo habíamos hecho, sin embargo, pensamos en una blanca -de las que vienen en vidrio- para que sea segura y tenerla prendida solo cuando estemos en casa. En esa búsqueda, mi esposo se encontró con la de “La virgen del migrante”, hecha en México. Claro, cada quien reza por sus necesidades, pero jamás había visto una oración escrita desde la cruda realidad de quienes fincan todos sus sueños llegando a este país en el que, sin duda, a todo el mundo no le va igual.
“Gracias madre santísima porque me llevas de tu mano en el camino, me guías y me das la fuerza para vivir y trabajar por mi familia”, y ahí paré mi lectura y pensé en quienes se vienen solos o con los suyos en una apuesta dura para todos al comienzo, pero que va tomando visos diferentes mientras pasa el tiempo. “Te pido virgencita cuides y protejas a los que dejamos atrás. Que este sacrificio que hicimos al salir de nuestra patria, les colme a ellos de bendiciones”. En este punto de la oración, yo ya estaba conmovida. Y cómo no, si comienza uno a pensar en los suyos, con quienes no deja de hablar casi ningún día, y de quienes estamos pendientes y sentimos muy cerca, así estén a miles de kilómetros de nosotros.
“Te pido ilumines a las autoridades para que dispongan de leyes justas para nosotros los inmigrantes, que nos permitan estar legalmente y así poder reunirnos con nuestras familias”
Nadie se atribuye esta oración, no hay un firmante, pero quien se sentó un día a escribirla plasmó en las líneas que siguen lo que sufren muchos de quienes llegan a este país -como sea- a cumplir sus sueños, a velar desde la distancia por los suyos, a enfrentar lo que toque así esté lleno de injusticia, porque para todos no es igual. Unos corren con más suerte, si se puede llamar así; otros pasan aaaños sin poder volver a su tierra, ni poder tener siquiera un abrazo de los suyos. Solo miren esto: “Te pido ilumines a las autoridades para que dispongan de leyes justas para nosotros los inmigrantes, que nos permitan estar legalmente y así poder reunirnos con nuestras familias. Cuida que el trabajo nunca nos falte. Sobre todo te pido virgencita, madre amorosa y protectora de los más pobres de este mundo, por los migrantes que se encuentran en camino y los que no tienen lugar a dónde ir o a dónde regresar; los que han recibido toda clase de abusos y violaciones, te pido los cubras con tu manto en este peregrinar. Protégelos y ayúdales a salvar sus vidas. Amén”. ¿Saben qué me asombra de esta parte? Cómo aún tiene nuestro pueblo instalado en sus creencias el tema de la pobreza. No es que no la haya, pero las necesidades van más allá de la carencia económica. Pareciera que la pobreza lo justifica todo. Es que lo arriesgan todo.
Los quiero dejar con esta descripción con la que me tropecé en Instagram, publicada por @alejandrauribe788, una de las mejores que he escuchado en redes de lo que significa, en términos emocionales, la condición de inmigrante en este o en cualquier país al que ustedes -si ya lo han pensado- decidan irse:
“Es muy difícil hablar sobre quedarse o regresar. Allá tenemos amor, aquí tenemos seguridad. Allá tenemos rutinas, aquí tenemos estabilidad. Allá están nuestra familia y nuestros amigos, aquí tenemos calidad de vida y encontramos nuevos amigos que se convierten en familia. Allá tenemos comida casera siempre, aquí escogemos en qué restaurante comer. Allá tenemos una profesión que mostrar, aquí aprendemos a respetar a todos y a cualquier trabajo.
Allá estamos en casa, aquí creamos nuestro propio hogar. Allá es bueno, pero también es malo; aquí es malo, pero también es muy bueno. Amo a mi tierra, pero también estoy agradecida por donde estoy.”
Y Alejandra remata en sus comentarios: “Es muy difícil entender nuestros sentimientos porque deseamos estar allá, pero aquí se encuentra la tranquilidad y la facilidad de poder ayudar más a tu familia. No soy de aquí, pero tampoco soy de allá.”