Faltaba un mes para el debut de Argentina en la Copa Mundo que se disputaría en México. En Ezeiza el seleccionador albiceleste, Carlos Salvador Bilardo, tenía un papel con la lista definitiva de los 23 jugadores que representaría al país en la máxima justa deportiva. Alejandro Sabella, en esa época, era un experimentado y talentoso volante de creación que se había convertido en ídolo máximo de Estudiantes de la Plata. En los últimos años, desde su incursión en la férrea liga inglesa, sus rodillas ya no eran las mismas. 1986 había sido un gran año para el creativo. Parecía que iba a volver a su nivel y hasta tendría la oportunidad de representar a su país en el Mundial con la 10 a sus espaldas. Pero, así se lo disimulara al médico de la selección, Bilardo sabía que esa rodilla derecha en cualquier momento podía fallar. Y es así que cuando el adiestrador leyó la lista, su nombre no estaba entre los escogidos. Su lugar sería ocupado por un tal Diego Armando Maradona.
Tuvo que conformarse con ver al Pelusa, destrozar en México a ingleses, belgas y alemanes y levantar la copa del mundo como el nuevo astro del fútbol mundial. Se amargó demasiado y esa tristeza perjudicó el hasta entonces estable matrimonio que ya le había dado dos hijos. En Argentina ya ningún equipo quería emplearlo. Era 1988 y Pachorra, como se le empezó a conocer, recae en el humilde club Irapuato de México, viviendo los seis meses más amargos de su vida. Fue a ese club encandilado por un jugoso contrato que le garantizaría un buen retiro. La sospecha de que el empresario lo había llevado al país azteca engañado, empezó a surgir justo el día en que llegó y fue hospedado en un hotel que no correspondía al caché que puede tener un club profesional. Impertérrito le pregunta a uno de sus compañeros de cuarto donde existe un teatro en la ciudad. En Buenos Aires, este porteño nacido en 1954 en Barrio Norte, tenía la sana costumbre de salir en las noches no a buscar discotecas o restaurantes sino un lugar para ver una obra. En Irapuato lo más parecido que había a eso era un teatro en donde pasaban, una y otra vez, las películas más conocidas de Pedro Infante.
Jugó un par de partidos sin alma y con el dolor punzante acrecentándose en su rodilla derecha. Su desanimo se profundizó aún más al ver que pasaban los meses y no le pagaban su sueldo. Para colmo de males su esposa le expresó por teléfono su deseo de separarse. Tenía 35 años y una vieja lesión en la rodilla. Regresó a jugar medio año con Ferrocarril Oeste. Su etapa como futbolista había terminado.
Lejos de sentir la nostalgia del futbolista retirado, Sabella ingresa a la facultad de derecho llevado por la pasión que le despertaba la figura del libertador Manuel Belgrano y de la política en general. Se gradúa de abogado y ya cuando empieza a pensar que el fútbol solo iba a ser un recuerdo, su viejo amigo, Daniel Pasarella, lo llama para que sea su asistente técnico en la Selección Argentina que disputaría las eliminatorias al mundial de Francia. Ante un llamado de esa magnitud Alejandro no se lo pensó dos veces para aceptar.
Después de que Holanda eliminara a Argentina en los cuartos de final en aquella Copa del Mundo, decidió acompañar al Kaiser en sus correrías por México, Italia y en la Selección Uruguaya. Decían los que convivieron en esos equipos que Pasarella se ocupaba solo de prestar su rostro para dar las declaraciones a los medios y que el verdadero estratega, el que se ocupaba de formar al equipo era Sabella.
Cuando el tándem se separa se confirma los que decían que el único que trabajaba en la selección Argentina era el asistente técnico: mientras Pasarella hilvanó fracaso tras fracaso, Sabella, en su debut como técnico con su amado Estudiantes de la Plata, consiguió un torneo local y una Copa Libertadores.
Su éxito con Estudiantes le dio los pergaminos necesarios para reemplazar a Sergio Batista como técnico de la Selección absoluta. Desde su llegada al banquillo albiceleste las críticas arreciaron sobre él. Le criticaban la convocatoria de Sergio Romero, arquero suplente del Mónaco, su presunta falta de personalidad y dureza para manejar un grupo de estrellas como el que conforman el equipo argentino y la exclusión de Carlos Tévez en el seleccionado, el ídolo del pueblo, el mismo jugador que dijo que “estar en la selección quita prestigio”.
Sabella ha sabido convertir su natural introversión y bajo perfil en su mejor armadura. Las figuras son los jugadores, no el técnico, por eso armó un equipo que sirviera para explotar las virtudes de Lionel Messi, el mejor jugador del mundo. Su estrategia y disciplina la ayuda con cábalas. Si el equipo gana un partido repite todo lo que hizo en la semana antes del triunfo. Programa el doctor, la comida, las salidas y hasta la hora de dormir, a la misma hora. "Tengo un montón de cábalas. La mente humana tiene vericuetos que aún nadie puede descifrar. Dentro de ese misterio yo encuadro a las cábalas. Estoy convencido que sin trabajo, esfuerzo, constancia, pero sobre todo laburo día a día, no se llega a ningún lado; sin embargo, sigo ciertos rituales que me gustan y los tengo incorporados desde que debuté en Primera. Eso es todo, no tiene otra explicación coherente", dice el técnico quien en la fulgurante campaña de Estudiantes durante el 2009 nunca se quitó un saco beige.
En sus ratos libre Sabella disfruta de ver programas en History Chanell, relee también los discursos de Perón y hojea de nuevo los diez tomos de la Historia Argentina escrita por José María Rosas. Es un confeso y consecuente peronista que en su juventud simpatizó con el grupo guerrillero Los montoneros. Un hombre alejado de la noche y los escándalos quien después de un traumático divorcio supo rehacer su vida de nuevo al volverse a casar y tener dos hijos con su actual esposa.
Un hombre apasionado por el cine y los lugares tranquilos quien desde el banquillo de los suplentes parece sufrir más de la cuenta, acaso henchido de ganas por ponerse los cortos y volver a dar ese pase largo y perfecto que deshilachaba defensas. Un profesional serio que está a punto de convertirse en el tercer técnico argentino en levantar una Copa del Mundo. Sabella no le tiene miedo a nada, ni siquiera a los temibles Panzers que aplastaron a Brasil y su gloriosa historia.