El desprecio de Planeta por Efraím Medina Reyes

El desprecio de Planeta por Efraím Medina Reyes

Cruza el océano desde Italia para presentar su libro y termina insultando a la editorial porque solo cuentan con un ejemplar, el que el autor sostiene en sus manos

Por: Larry Mejía
septiembre 18, 2022
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El desprecio de Planeta por Efraím Medina Reyes

Los autores son actores y los libros son teatros.

Wallace Stevens

La señora Reyes trae un vestido negro de pepitas de colores y unos lentes igual de estrafalarios a los de su hijo, el escritor que esta noche presenta La mejor cosa que nunca tendrás, su nueva novela de 800 páginas cuya primera entrega son estas 400, de las cuales nos viene a hablar. La señora Reyes se rasca la cabeza y mira a ambos lados para corroborar si la audiencia está o no escuchando a su muchacho.

La cita para la presentación tiene lugar en La vieja Guardia, un bar restaurante en el primer piso de una casa en el Centro Histórico de Cartagena.

Cuando llego al lugar, el escritor ofrece una desenfadada entrevista junto a la barra de comidas, donde dos zanahorias agonizan junto a una cebolla roja. La entrevista es para dos entusiastas jóvenes, quienes le sonríen regresando la mueca que trae estampada el autor en el pecho con su camiseta de Nirvana. Reyes está llegando de Italia, junto a su familia, donde quizá encontró la iluminación búdica que este país no pudo ofrecerle a sus letras y a su ego.

La presentación empieza con media hora de retraso; el lugar es pequeño, parece repleto; todos esperan a que Reyes rompa el hielo con su palabra. Sentado en lo más alto del lugar inicia insultando a la ciudad y a la editorial que ha publicado el libro en cuestión; ofrece un desordenado itinerario para la noche y convence pronto al público; me parece ver a un niño ordenando a sus semejantes en el patio de la casa de su abuela, para ir a bajar mangos de un árbol.

Advierte que el único ejemplar del libro es el que leerá, pues a la editorial no le ha importado su presencia en el país, ni tampoco a los periódicos, ni a la poca movida cultural de esta ciudad, declarada hace 40 años Patrimonio Histórico y Cultural de la Humanidad. A lo mejor sus palabras solo quieren conminar a los asistentes para que compren el libro, aunque insiste por los menos tres veces en no ser un vendedor de libros, pero sí estar dispuesto a firmar “una servilleta o lo que quieran para que lo enmarquen o hagan con ello lo que deseen…”.

La última vez que vi a Reyes fue en Bogotá hace 15 años, en Café Cinema, durante una distinción a Juan Manuel Roca, quien por causalidad ha tenido otro homenaje esta misma semana en esa ciudad donde vi a Efraím departir junto al poeta nacional.

Toma el libro y señala que una vez más este texto está dedicado a su madre, la señora Reyes de los lentes enormes y el vestido de pepitas, quien está sentada justo detrás de mí, rodeada de contemporáneos suyos, los cuales parecen estar, hace tiempo, esperando la jubilación como personajes en una novela del Nobel que sí llenaba teatros en esta ciudad.

Lee un fragmento de La mejor cosa que nunca tendrás, donde cuenta su jornada de Cartagena a Bogotá, en los años noventa, para ver a Guns N' Roses, en ese icónico concierto que marcó a generaciones, en este país sin rock y sin roll. Su pronunciación es pésima cuando lee los nombres de Axl Rose y de la banda de Sunset Strip, en general su pronunciación es pésima, aun con el español, quizá en el italiano fluye presto. Los pocos jóvenes asistentes se conmueven con uno y otro putazo desperdigado por el autor con desparpajo calculado, y aun así, un tanto genuino. Detrás de los ultrajes y los tatuajes hay tristeza y ternura.

Del otro lado su esposa, –igual de adolescente a la mayoría del público–, y sus dos hijos recargados en la silla, ven pasar caballos cuyo chancleteo reverbera en este bar y los distrae de las diatribas del autor quien detalla los 22 concurso que ha ganado y lo poco que le importan los concursos.

En otro párrafo del libro que lee a destajo aparece Kurt Cobain, y el padre de Medina Reyes, en lo que él llama Ciudad Inmóvil, y que supongo es la ciudad a la cual arribe está tarde: Cartagena. Quizá a inmóvil se refiere con el lento paso de las bestias sobre el empedrado, llevando como otrora europeos desocupados y presidentes dictadores de una y otra nación sin importancia.

Entre lectura y comentario, entre risa y galope, insiste en el abandono que su editorial, –Planeta– le ha propinado. La radiografía es triste: Planeta no respeta a sus autores, los lectores de Medina en Ciudad Inmóvil han de ser sus tíos, tías y quizá su madre.

García Márquez decía dos cosas que me parecen decentes de su obra: “Yo escribo simplemente para que mis amigos me quieran mucho y para que los que me quieren mucho me quieran más” y “los amigos son unos hijos de puta”. Quizá por eso Reyes decide presentar su libro en esta antigua porción del Caribe, junto a su familia, que le habrá visto ir y venir de un lado a otro con el ímpetu confundido en ego y confinado en unas páginas que han provocado a los lectores desde Manga hasta la Candelaria.

En una respuesta que ofrece a los asistentes declara su amor por el cine y agrega que su hijo de 9 años ha visto junto a él en Italia 1200 películas, entre ellas El Padrino, y yo me pregunto qué sentirá un niño viendo El Padrino, junto a un Fredo Corleone de la literatura colombiana. Los caballos, aún con cabeza cruzan por la calle.

Detrás del circo, por fin llega un chico de lentes y pantaloneta, asustadizo, con un datáfono colgado al cuello y una caja donde no vienen más de 30 ejemplares, como si su presencia fuera salvadora en la noche ávida de libros.

El tiempo y los corceles pasan y en Vieja Guardia reparten una entradita de pescado y plátanos que distrae a los asistentes, pero Medina no se percata, está concentrado en su propia voz, lo arrulla el con eco que produce su propia lectura.

La portada del libro me gusta, en ella aparecen tres muchachos y el autor, quien como una suerte de Michael Jackson transita en el gris, del negro al blanco. Su vestuario me recuerda a un personaje que aparecía en un video juego de pelea de los años 90.

Más entrada la noche, uno de sus comentarios le sirve para imprecar a Héctor Abad Faciolince, las risas no se hacen esperar, todos entienden el “chiste”, con la propiedad de haber leído la obra del paisa, Medina pone el punto final cuando dice “ustedes saben cómo son los antioqueños” y entonces Ciudad Inmóvil, estalla en carcajadas.

Efraím Medina Reyes detiene la lectura en una frase poética y las palmas parecen pisadas de caballos a través de las cuales se eleva su ego. La breve multitud se lanza a comprar los pocos ejemplares dejando al autor en silencio con el micrófono en la mano. En soledad Reyes intenta ser tierno, pero no puede, le gana el ego y recurre a chistes sexuales que involucran a las asistentes.

Me levanto a pagar la cuenta y en la cocina las mujeres escuchan a Diomedes Días. Afuera el autor habla de Charly Parker y un caballo relincha de camino hacia la noche.

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