Gústenos o no, el fútbol se ha convertido desde los años noventa en la principal fuente cohesionadora de la identidad nacional. El orgullo patrio, con el cual la generación de esa década hizo revitalizar la identidad nacional, ningún otro fenómeno cultural en nuestro país lo ha podido lograr.
Pese a los destacados avances en otros campos deportivos, como el ciclismo o el patinaje, no existe otro idioma universal comparable con el fútbol, que permita cohesionar a un país, amansarlo, apaciguarlo, alegrarlo, pese a los fenómenos de polarización, violencia social y política que nos caracterizan.
Considero que a pesar de que todos los colombianos entendemos la importancia de este fenómeno social, que ocurre en torno al fútbol, tan solo dos países en nuestra región entienden el poder del fútbol como elemento cohesionador de la identidad nacional, como generador de un espacio de paz, de cultura, de esparcimiento, de deporte y de su orgullo como Estado-nación.
Lastimosamente, nuestra federación de fútbol, que vale la pena aclarar es una entidad sujeta del derecho privado, por su peso internacional, a nivel de clubes y de la FIFA, ha sido manoseada, despreciada y humillada, constantemente en las últimas décadas, principalmente por decisiones arbitrales.
Cuando se observan los groseros errores del arbitraje en contra del equipo colombiano, no solo en este último partido contra Ecuador, sino contra Inglaterra en el Mundial 2018, contra Brasil, en fechas recientes de eliminatorias, en Copa América o en el Mundial de 2014, se comienza a entender el lugar que ocupa Colombia en el escenario internacional, pero no solo a nivel de fútbol, sino como país.
Si ustedes recuerdan, hace muy poco también nos asombrábamos por la decisión injusta que le aplicaban ,en la dizque sucursal del "honor" Japón, a uno de nuestros más reconocidos deportistas colombianos, el boxeador Yuberjén Martínez. Es difícil no analizar estas decisiones desde una perspectiva compleja e interdependiente de las relaciones internacionales. Es decir, por más que nos neguemos a aceptarlo, algunos que se visten de jueces nos desprecian como país.
Y lo que más coraje genera es que la prensa, la política, las instituciones, no están dando la respuesta adecuada para impedir este tipo de acciones en el ámbito internacional. Esto se debe, entre otros factores, a que seguimos siendo un país con mentalidad de colonia, humillado y sumiso ante los poderes internacionales.
Lo peor es que en los malos momentos el colombiano es experto en salir a criticar, a decir que merecimos perder por jugar mal, porque no jugamos con x o y jugador, pero ¿acaso el fútbol es un deporte 100 % de méritos? Las personas que sabemos de este deporte entendemos que no siempre se gana con méritos; hace falta ganar de cancha, que es algo más complejo que explicar un fuera de lugar.
Es allí cuando uno pudiera sentarse a hacer la reflexión histórica de cuántas veces un juez determinó que la dicha no fuera para Colombia, no por que no lo mereciera, sino porque en el escenario internacional, se nos desprecia como sociedad y como país, y por qué nosotros mismos lo permitimos.
Es triste, pero es la primera situación que debemos entender: que otras sociedades tienden a señalarnos y a torpedearnos porque nos ven desde una imagen peyorativa de país y porque así mismo nosotros tenemos esa imagen autopoiética de nuestra sociedad.
Sin embargo, en estas eliminatorias aún se puede, por lo menos con el pundonor que cualquier otra federación de fútbol de la CONMEBOL pudiera hacer, solicitar y exigir que el arbitraje para las fechas venideras sea ajeno a los intereses de cualquier país de la región (Chile, Uruguay, Perú, Ecuador, Bolivia).
Es decir, no podemos cambiar que la mayoría de países sudamericanos quieran clasificar dentro de la que ha sido denominada la eliminatoria más difícil del mundo; sin embargo, si la Federación Colombiana de Fútbol pudiera evitar que seamos descalificados por acciones contrarias a la justicia y a la ética deportiva, bienvenido sea.