Gloria Gaitán se reunió con Pablo Escobar en los años ochenta. Además de reconocerse como un admirador del caudillo el criminal más buscado del mundo se declaraba un admirador de su hija y su legado. Incluso le ofreció buscar hasta debajo de las piedras a los asesinos de su padre. Lejos de querer venganza lo único que le pidió Gloria al capo era que depusiera lar armas. Carlos Lehder alguna vez le puso flores a la tumba de Gaitán. El Mexicano la buscó para contarle que los paracos más duros de este país la estaban buscando para matarla. Ni hablar de la admiración que alguna vez sintió Gilberto Rodríguez Orejuela expresa cuando coincidieron en un almuerzo. Todos los comandantes guerrilleros han reconocido su importancia. Gloria, hasta que se extinga, será Gaitán. Y a Gaitán hay que escucharlo siempre, sobre todo cuando habla de paz.
Es inconcebible que el presidente haya menospreciado a Gloria Gaitán el pasado jueves 3 de agosto ningunéandola en el acto donde arrancó formalmente el cese al fuego entre el ELN y el gobierno. Él, tan apegado a los mitos, a los símbolos, decidió, por puro descuido, porque no le interesa, porque se le dio la gana, privar a la mesa de negociación de una de las últimas protagonistas que le quedan al siglo XX.
Hasta el momento Petro era, de los últimos presidentes, acaso desde Virgilio Barco, que se había mostrado interesado en rescatar del olvido, del memoricidio, la figura del hombre cuyo asesinato torció para siempre la historia de este país. Su intención, por ejemplo, de resucitar el proyecto del Exploratorio Nacional, el impresionante edificio que está al lado de la casa donde vivió el caudillo, y que diseñó en los años setenta Rogelio Salmona, está en marcha, un espacio que necesitamos todos, como país, para ver si empezamos a curarnos de las heridas. Pero acá se le fueron las luces al presidente.
Además la capacidad de negociación de Gloria está más que probada. En una de las reuniones a la que la historia la ha obligado sostener, se encontró con don Fabio Ochoa, patriarca del clan que envió miles de toneladas de cocaína a los Estados Unidos y él le dijo “Si a su papá no lo hubieran matado mis hijos estarían libres porque con él jamás se hubiera vuelto esto un negocio”.
A sus 87 años tiene toda la fortaleza física y mental para hacer una de sus quijotadas. La intención está más que clara: reunirse con los jefes del Clan del Golfo, quienes de manera abusiva y desconsiderada han usado la imagen y el nombre de su padre para cometer sus fechorías, y pedirles que avancemos, ser un puente entre las masacres y la paz. Ojalá la escuchen los bandidos porque el presidente se ha vuelto a cerrar en su propia concha.
